Opinión. Ya está aquí la III Guerra Mundial, con la que se estrenó este siglo y que ha ido tomando fuerza y posiciones. El planeta es cada vez menos un lugar seguro.
Estaba preparando la columna de esta semana acerca de la marihuana y las olas de despenalización que recorren el mundo, cuando al caer la tarde del viernes 13, el vértigo de la transmisión en vivo por los medios internacionales puso mi corazón en vilo.
Ataque en París. Las sirenas de emergencia titilaban en la pantalla y apenas se empezaba a entender lo que sucedía; de a poco se supo que habían sido atacados al menos seis puntos sobre el mapa de la ciudad, unos a bala indiscriminada, otros con explosión de hombres bomba. Uno de estos puntos, el estadio de fútbol donde el presidente Hollande presenciaba el partido Francia – Alemania. Otro, un teatro de conciertos lleno de jóvenes que escuchaban una banda de rock californiana.
Rehenes, explosiones, pánico, sirenas, tensión. Dos horas más tarde, un reporte oficial daba cuenta de 127 personas muertas, y Francia era declarada en estado de emergencia; esto significa el cierre de las fronteras terrestres y la advertencia de requisas y detenciones en cualquier lugar, medidas que los franceses no vivían desde la II Guerra Mundial.
El Presidente Hollande de inmediato anunció que pasaba del estado de alerta al de defensa, y toda Europa extremó de inmediato sus medidas de seguridad. “Francia está en guerra”, dijo ante las cámaras como si el mundo desconociera que en esta guerra está metido de pies y manos desde septiembre pasado, cuando dispuso más de 700 hombres del ejército francés para bombardear en Siria.
La respuesta a la violencia del 13N en París va a traer como mínimo dos consecuencias dramáticas: se empeorará la situación de los pueblos trashumantes que ahogan su esperanza en el Mediterráneo tras el sueño de una opción de supervivencia; va a crecer la sensación de vulnerabilidad de cada uno de los habitantes de los demás países de Europa donde ISIS ha amenazado dejar una estela de sangre: España, Inglaterra, Italia, Bélgica. No vienen buenos tiempos, permítanme presagiar: se exacerban las xenofobias.
Y dos, se pone muy complicada la vaina de la geopolítica que, a decir de Diana Uribe, es una condición que mata a las gentes por bombardeos en determinados lugares del planeta como por ejemplo el Medio Oriente, Siria, Líbano, Irak o Afganistán. Después de los ataques en París, Francia ya sabe el costo de su apoyo a la guerra inmarcesible que los gringos provocaron, y mantienen, en esa vasta zona que fue la cuna de buena parte de la humanidad.
Este atentado, el peor que ha sucedido en Francia, es el quinto que ocurre este año en ese país, que recibió el 2015 con la masacre de Charlie Hebdo. Quedó en evidencia que para los yihadistas los servicios de inteligencia y las medidas de la alerta antiterrorista francesas tienen grandes boquetes por donde se cuelan para librar su guerra santa, para protagonizar esta guerra real, para imponer su califato, para imbuir al mundo en la III Guerra Mundial.
Los atentados del 13N no presagian más que la llegada de malos tiempos para los refugiados y los migrantes en Europa, para la ya desoladora situación en Siria e Irak donde los bombardeos no cesan, y para el mundo musulmán y los musulmanes en el mundo entero que serán cada vez más estigmatizados. En Occidente, torpes y miopes como solemos ser, confundimos árabes con musulmanes y no entendemos la diferencia entre chiítas y sunitas, mucho menos podemos racionalizar la operación yihadista. La forma más fácil y más dañina de resumir lo que está pasando es señalar la creencia en Alá como la mecha que prende esta guerra.
Pero la culpa no es de Alá, es de los guerreristas fundamentalistas que, motivados por millonarios intereses en gas y petróleo, escudan bajo el manto de sus creencias la barbarie contra a todo el que ora diferente, o apoya a otros interesados en controlar las riquezas de la región.
Como ya se había pronosticado por los analistas de finales del siglo pasado, enfrentamos una guerra global, novedosa y aterradora. Ya no se libran batallas en los campos ni se enfrentan las tropas de los bandos. Piensen ustedes que los ataques de París, que dejaron una centena y media de muertos, fueron ejecutados apenas por 8 yihadistas; y que la operación contra las Torres Gemelas el 11S dejó más de 3 mil muertos y fue ejecutada por un comando de 19 personas.
Se calcula en 30 mil el número actual de militantes de EI con presencia en 80 países; cálculos tímidos señalan que por lo menos 2 mil son europeos de nacimiento. ¿Qué pasa por la cabeza de un chico cuando se une a este grupo ultra radical? ¿Qué está haciendo mal Europa que sus jóvenes optan por inmolarse en nombre un dios que desconocen?
Ya está aquí la III Guerra Mundial, con la que se estrenó este siglo y que ha ido tomando fuerza y posiciones. El planeta es cada vez menos un lugar seguro.