65 Años No Es Nada

Columna Opinión de Juan Antonio Pizarro El tango, que es más poético, habla de veinte pero en mi caso debo ser más realista y práctico. Y si 65 años son todo para mi pues son la mayoría de los años vividos, frente a la edad del Homo Sapiens (±195 mil años), la de la Tierra (±4.500 millones de años) o la del Universo (±13.500 millones) el nada es contundente, pues a esas escalas 65 años no alcanzan ni el nivel de un pastorejo[1].

Pero en los 65 años que van de 1950 a hoy la sensación “térmica” es que han ocurrido muchas cosas, algunas posiblemente más relevantes que un simple pastorejo.

Nuestra nación, Colombia, ha cambiado mucho en esos años. De un país encerrado en si mismo, poco conocido y menos visitado a nivel mundial ha pasado a ser un destino al que cada año llegan más de 2 millones de personas y más de 13.000 millones de dólares en inversiones.

La población se disparó de 11,5 millones, el 61% de los cuales vivía en el campo, a más de 48 millones que viven mayoritariamente en ciudades (68%). Y muchos, más de 5 millones, se fueron al extranjero mamados de la violencia y, sobre todo, de la falta de oportunidades en un país que crece mucho pero que no progresa al mismo ritmo.

Porque una cosa es crecer o cambiar y otra, muy distinta, es progresar.

La pregunta es ¿Por qué no hemos progresado al ritmo al que debimos en estos 65 años? El país tiene una geografía difícil pero muchos recursos para superar esa dificultad, que incluso bien manejada debería ser fuente de oportunidades e ingresos; los colombianos no somos los más bestias del mundo aun cuando a veces hacemos lo posible y lo imposible por demostrar lo contrario (más de 65 años de un conflicto inútil y costoso lo ponen de manifiesto); el mundo que nos ignoró por años se ha abierto como lo confirman los 14 tratados de libre comercio y la simpatía con que empiezan a mirarnos así sea solo por ser nuestro país la cuna de Gabo, Shakira y James.

Una característica muy colombiana que nos impide aprovechar los recursos, las oportunidades de la globalización y nuestra malicia indígena, es nuestro canibalismo innato. En Colombia al enemigo no lo derrotamos, lo desaparecemos. Y no solo en el campo de la guerra o de la política. En todas las actividades, sean políticas, económicas, culturales o sociales, hemos hecho nuestras las palabras de Tom, el controlador soviético de Mercader el asesino de Trotski, en la novela de Padura:

“Esta es la táctica: eliminar al enemigo, pero además cubrirlo de mierda, mucha mierda, que lo desborde la mierda.”

Mientras no superemos, y dejemos de practicar, esa concepción primitiva del enemigo podemos crecer mucho pero progresar muy poco. Para progresar hay que colaborar no solo con los amigos sino con los enemigos, que no existen si los eliminamos.


[1] Bogotanismo:“molesto golpe resultante de la propulsión del dedo índice, contra el pulgar, por lo general propinada en los órganos externos de la audición”.