El sacerdote salesiano italiano Javier de Nicoló, que dedicó su vida a trabajar por la niñez colombiana, rescatando a miles de las calles, falleció en Bogotá a los 88 años de edad, a consecuencia de una enfermedad que lo aquejó durante los últimos meses.
El padre Javier de Nicoló nació en Bari (Italia) en 1928 y a los 18 años edad ingresó en la comunidad salesiana en Nápoles. Llegó a Colombia dos años después, en 1948, para dedicarse al cuidado de los enfermos de lepra en el municipio de Agua de Dios y concluyó sus estudios de filosofía y teología en 1958, año en que fue ordenado sacerdote.
Quienes están vinculados hoy al Instituto y los más de 80 mil beneficiarios a través de 49 años de labores del padre, lamentan profundamente su muerte.
A través de un comunicado el Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (IDIPRON), fundado por el salesiano, se rindió un homenaje a la vida y obra del sacerdote.
“El deseo del padre Javier de Nicoló de servir a los más vulnerables surgió muy temprano en su vida cuando un hombre salesiano les decía a él y a otros muchachos en su natal Barí (Italia) que la mejor profesión del mundo era servir, con o sin guerra.
Eran los días en que el papá de los seis hermanos Nicoló (tres hombres y tres mujeres) estaba quedando paralizado a consecuencia de tres heridas que le dejó la segunda guerra mundial y muchos jóvenes querían ayudar en la reconstrucción de Europa y hacer algo por los más necesitados.
Javier, el menor, terminó por convertirse en sacerdote salesiano y empezó a servir en Nápoles, otra ciudad italiana. Paso poco tiempo para que su espíritu de ayuda lo trajera a Colombia atraído por un salesiano que era misionero con enfermos de Hansen en Agua de Dios (Cundinamarca).
Llegó por el puerto de Buenaventura en pleno año del Bogotazo y empezó el recorrido de servicio que haría que en pocos años lo empezaran a llamar “papá” los niños, niñas, adolescentes y jóvenes que vivían en la calle y eran consumidores de estupefacientes.
Primero, fue al sector de Revolo en Barranquilla donde comenzó su labor con los menores, después estuvo en Bucaramanga donde ubicó 10 camas detrás del oratorio de los salesianos y empezó a invitar a las personitas a las que en ese entonces se les decía gamines. Luego llegó a Bogotá donde su proyecto se arraigó más y ganó reconocimiento por los programas que permitían a quienes se beneficiaban de ellos volver a gozar de todos sus derechos en la sociedad.
Fundó varias sedes en Bogotá (hoy son 26, pero hubo más en el sector del “cartucho”, hoy convertido en parque Tercer Milenio) y estableció otras fuera de la ciudad, propias o mediante alianzas, para alejar durante un tiempo a los y las menores de los riesgos que los rodeaban.
Niños, niñas y jóvenes pasaban temporadas de reflexión, estudio y trabajo en Acandí (Chocó), Tuparro (Vichada), Galerazamba (Bolívar), Buenaventura (Valle) y el Cuja (Cundinamarca). Allí vivían en ambientes naturales y en algunos casos conocían el mar, continuaban fortaleciendo su autoestima y se alejaban de los vicios. Hoy, se mantienen varias, con fines similares, en los alrededores de Bogotá, en los municipios de San Francisco, La Vega, El Edén (vía Melgar), Carmen de Apicalá, La Arcadia (vía Funza-Cota).
El primer programa que creó fue Bosconia-La Florida, a la primera de estas sedes se convidaba a los posibles beneficiarios quienes luego empezaban procesos de estudio y formación en la segunda. Bosconia era una de las que quedaba en el sector del “cartucho”, que ya no existe. En la ciudadela de La Florida hoy aún se internan y viven niños, niñas (en sedes separadas), adolescentes y jóvenes, quienes mantienen un autogobierno democrático y se fortalecen en deportes y artes, además de estudiar primaria y bachillerato.
“Papá” Nicoló, como le decían muchos habitantes y exhabitantes de calle, o Javier, como le gustaba que lo llamaran, estudió teología, psicopedagogía, educación personalizada, desarrollo organizacional, dinámica de grupo, métodos de planeación y matemáticas y se destacó por acercarse a estas poblaciones difíciles con la estrategia del amor, a cuya carencia en las familias él culpaba de muchos males.
“El secreto está en darles buena comida, paseos, bailes, cantos…siempre algo para hacer”: en eso insistía el padre, quien preguntaba con frecuencia: “¿Qué se le puede pedir a un joven que no recibió amor en la casa?”.
Por eso no se cansó de repetir que las cárceles y los centros de rehabilitación no sirven para nada, así como tampoco los tratamientos psiquiátricos. En el amor está la clave, repetía, sin excluir la exigencia de un comportamiento basado en reglas de convivencia. Igual, insistía en que la reconciliación sale mucho más barata que los procesos judiciales.
Con lo que denominó “Operación Amistad”, empezó a acercarse a los menores en las cárceles, promovió organizaciones juveniles en Colombia en épocas ajetreadas por la revolución de Mayo del 68 en Francia y luego se dedicó a sacar de la calle y las drogas a los y las menores abandonados y confundidos. Una de sus tres hermanas monjas, Dora, vino a visitarlo hace más de tres décadas y se quedó ayudándolo con el cuidado de las niñas vinculadas a sus programas.
En 1970 el Alcalde Mayor de Bogotá, Carlos Albán Holguín, lo nombró director del Instituto Distrital para la Protección de la Niñez y la Juventud (IDIPRON), cargo que desempeñó hasta el 2008, cuando fue retirado por la administración distrital tras el cuestionado trámite de un derecho de petición de un abogado que reclamaba que el padre, con 80 años, hacía 15 había pasado la edad de retiro de todo servidor público. Luego se dedicó exclusivamente a la Fundación Servicio Juvenil, que lideraba desde antes de manera simultánea con el IDIPRON, y en la que se centró en la formación técnica y la búsqueda de empleo y emprendimiento para los jóvenes que atendía.
El padre decía que fueron más de 80 mil los muchachos y las muchachas que pasaron por sus estrategias basadas en afecto, educación y trabajo. Preocupado por la vinculación laboral de los jóvenes egresados del bachillerato en los internados y externados, también les brindó formación técnica en talleres ubicados en el IDIPRON y estableció convenios con entidades distritales para que los contrataran. Consideraba que sin trabajo era muy difícil mantener a largo plazo los otros logros alcanzados en autoestima y formación.
Javier de Nicoló recibió cientos de condecoraciones en Colombia y el mundo. Su experiencia fue tomada como ejemplo en muchos lugares y está recogida en tres publicaciones: Musarañas, El gaminismo en Colombia y El programa Bosconia-La Florida. Paz en su tumba”.