Todo un largo año ha pasado desde la muerte del Presidente Hugo Chávez y se evidencia que el liderazgo ejercido por él empieza a difuminarse más rápidamente de lo que los analistas podían imaginar.
La falta de legitimidad electoral, la profunda crisis económica, la bajada del precio del petróleo y el modelo de gestión bolivariana de la economía de subvención, están pasando factura en la casi escasa credibilidad del gobierno actual.
En los dos últimos meses, Venezuela ha visto revivir los peores momentos del pasado y convive en la difícil ecuación de mantenimiento de libertades elementales y el “orden” ciudadano que pretende imponer el gobierno del Presidente Nicolás Maduro.
Lo que al principio era un puñado de jóvenes inconformes con un estilo de vida más o menos desdibujado, ahora se ha convertido en un rio de gente exigiendo por todo el país derechos universales básicos, pero que allí parecen de otro planeta. Respeto a los Derechos Humanos, libertad de expresión, alimentos básicos en los supermercados, un sistema de salud digno y unas reglas del juego democrático limpias y confiables.
Todo esto después de un sin fin de manifestaciones, muertos innecesarios, encarcelamientos y todo tipo de atropellos por parte de las autoridades policiales de Venezuela.
Parecería a ojos de los que no saben que lo que pasa en la economía y que afecta al consumo, es culpa del efecto de la alteración del orden público, pero nada más lejos de la realidad.
La economía venezolana ha pasado de un crecimiento del 5.5% en el año 2012 a un inquietante 1.7% en el último año. Aunque la cifra de desempleo por supuesto maquillada por el subsidio permanente por parte del Estado, se ha mantenido en el entorno de 6%.
El déficit comercial escala alarmantemente y países otrora salvadores del comercio bilateral reducen sus exportaciones al país petrolero. Especialmente Colombia, China, EEUU o Ecuador. La inflación producto de tanto desorden en la política monetaria y cambiaria del gobierno de Maduro ha subido a la nada despreciable cifra del 56%.
Algunas empresas multinacionales como siempre temerosas de la inseguridad jurídica, han decidido abandonar el país con el costo en imagen y credibilidad que ello conlleva. Algunas del sector automoción han visto como las ventas de vehículos en los dos primeros meses del año en curso bajaban más de un 75% con respecto al mismo periodo del año pasado.
Tímidas medidas de apertura en el cerrojazo cambiario están por venir y esperemos que el sistema Sicad II pueda solucionar las muchas deficiencias y desconfianzas en la compra y transmisión de divisas absolutamente necesarias para el normal desarrollo de la economía empresarial.
Mientras tanto el mundo mira atónito lo que pasa en el interior del país, los militares de reojo vigilan los movimientos del Gobierno Maduro, los países del llamado eje bolivariano se muestran preocupados por el futuro del vecino rico, la oposición dividida trata de buscar huecos en el juego democrático que le permita recuperar el tiempo perdido con tanta desunión.
Y como siempre la población deseando confiar en un gobierno que respete las reglas de juego, que invierta en crear recursos y traer inversión que genere riqueza, que sea capaz de ordenar de manera pacifica tanta desilusión y desencuentro. Venezuela sin lugar a dudas es un país donde las riquezas sobran para acomodar económicamente a una población hambrienta de futuro y de progreso.
Si estos mensajes de la sociedad civil, las manifestaciones de los últimos meses, la clara repulsa de la gran mayoría de los países occidentales a lo que está pasando, la mirada hacia el otro lado de algunos países antes amigos no hacen reflexionar al gobierno del presidente Maduro, entonces habrá que llamar a algo mas que un “pajarito” para que centre la hoja de ruta en nuestra querida Venezuela.