Según la Personería de Medellín, el porcentaje de deserción actualmente es cercano al 4,4 %, en contraste con la información revelada el pasado 13 de febrero por la secretaria de Educación, Luz Elena Gaviria López, la cual manifestó que la cifra corresponde a un 3,8%.
Las causas de la deserción escolar, hoy, son alarmantes y muchos las quieren ocultar. Según la Personería de Medellín, el porcentaje de deserción actualmente es cercano al 4,4 %, en contraste con la información revelada el pasado 13 de febrero por la secretaria de Educación, Luz Elena Gaviria López, la cual manifestó que la cifra corresponde a un 3,8%. En este mismo sentido se indago ante algunos planteles por dicha situación y en uno de ellos respondieron sus directivas que “sólo entre el 14 y el 31 de enero de este año 256 estudiantes cancelaron matrícula”. Es preciso anotar que la problemática de la deserción escolar carece de unas cifras claras y contundentes que develen la situación real de dicho fenómeno.
La Ministra de Educación, María Fernanda Campo, alude las causas de la deserción en el país en relación a que “algunos niños y jóvenes siguen desertando porque no tienen cómo trasladarse hasta las escuelas o porque son víctimas del matoneo”[1]. De otro lado la Secretaria de Educación de Medellín, relaciona algunas causas como: “reubicaciones de grupos familiares en otras zonas de la ciudad y cambios de empleo de los padres de familia en otras ciudades”.
En contraste, directivos docentes reiteran la gravedad de la incidencia de la violencia urbana en la deserción e inasistencia escolar: “Diariamente cancelan estudiantes por alguna razón. El 90% cancelan por razones que atizan la violencia”, señaló un funcionario de una institución educativa de la comuna 13. Por tanto, no es posible reducir la mirada al fenómeno de bullying o matoneo escolar, que obedece a un solo tipo de violencia en la escuela, cuando ocurren extorsiones al interior de las instituciones educativas, micro tráfico de drogas y de armas, territorialización de algunos espacios, violencia simbólica, amenazas y algunas otras situaciones de violencia que se prolongan de los barrios a las paredes y espacios de las instituciones educativas.
De otro lado se indagó con algunos directivos de instituciones educativas, por el estado de la matrícula: “había 1100 estudiantes el año pasado matriculados y ahora hay 900”, denunció un funcionario de I.E San Antonio de Prado. “Además de los dos mil 200 alumnos, que en promedio estudian cada año en otra institución, apenas mil 800 iniciaron el año escolar” afirmó un directivo de IE comuna 13.
La violencia en las escuelas afecta cada vez más el derecho a la educación, las instituciones educativas padecen las fronteras invisibles, las amenazas, los desplazamientos forzados intraurbanos y el miedo, que son situaciones que no se quedan en lo externo y que inciden directamente en que los niños, niñas y jóvenes puedan acceder a sus planteles con total tranquilidad y seguridad.
Los escolares viven esa situación de manera cotidiana y parece que se hubieran acostumbrado a ella, por lo que es común ver a los niños más pequeños ir a mirar los enfrentamientos armados en sus comunidades, en vez de resguardarse. Los maestros y directivos resaltan que estudiantes de grado 5 a 7 se encuentran más proclives a vinculaciones con grupos armados, del mismo modo cabe señalar que la inmersión acelerada de niñas y adolescentes mujeres en el conflicto armado – conflicto escolar, se refleja en algunos rasgos de la configuración de sus subjetividades; expresiones como su reivindicación de género, pero quizás con una lucha activa por equipararse ante la dominación masculina, aunque débiles en sus procesos reflexivos.
Así, algunos docentes manifiestan que durante el tiempo que se realizó el rodaje de algunas narco nóvelas, hubo estudiantes que se apodaron la “Rosario Tijeras”, “El capo”, “Pablo Escobar”, entre otros, los cuales tenían el control sobre los compañeros y compañeras en el plantel educativo. Estos patrones establecidos y proyectados por los medios de comunicación se están volviendo referentes de sentido moral, reflejando la forma en que estructuras de control y de dominación del conflicto armado en la ciudad se trasladan a los imaginarios de vida de los estudiantes.
En este mismo sentido los escolares naturalizan la violencia y la guerra como parte de su cotidianidad y es así como desertan de un sistema educativo muchas veces para ingresar a grupos delictivos, para irse por ser amenazados, o por miedo vivir todo lo que viven. Paradójicamente, la escuela no tiene los mecanismos para abordar dichas situaciones, ni los docentes cuentan con mecanismos para trabajar sobre los efectos que en ellos ha producido la violencia.
Cifras oficiales revelan que en el Área Metropolitana hay 113 combos delincuenciales conformados por 5.500 jóvenes hombres. Según el Observatorio de Seguridad Humana de Medellín, en el Informe de Derechos Humanos 2012, estos grupos reclutaron a 440 jóvenes hombres en 14 combos delincuenciales de la comuna 8 (centroriente).
Es preocupante que en una ciudad como esta, donde las cifras lo evidencian, donde la guerra lo manifiesta y donde los actores escolares lo reflejan, no haya una respuesta clara y contundente de los estamentos gubernamentales que han reducido las violencias que viven las comunidades educativas al “matoneo escolar”.
*Investigadora y docente del equipo de educación del IPC