Lo que queda claro después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales es que lo que está en juego es el mantenimiento del poder en manos de una clase dirigente tradicional que es el santismo, o el regreso de una clase dirigente emergente y popular que es el uribismo. Las dos tendencias políticas han generado una polarización que más que votos proactivos, se han significado el voto “anti”. ¿Quién podrá más?
Las elecciones presidenciales del pasado 25 de mayo arrojaron un resultado que la mayor parte de los sondeos y de la opinión pública no esperaban. El uribismo ganó la primera vuelta con algo más de cuatrocientos mil votos sobre el candidato-presidente, un resultado que dice mucho sobre las simpatías y apoyos de ambas fuerzas políticas.
El 7 de agosto de 2010 supuso, lo que para muchos era el principio del fin del uribismo en el poder ejecutivo colombiano ya que el recién posesionado, en ese entonces, presidente Juan Manuel Santos, le dio la espalda a la fuerza política con la que, entre otras llegó al poder.
El calificativo de “traidor” se convirtió en una constante por parte del expresidente Uribe y sus seguidores más acérrimos. El Partido de la U, que se asociaba con la U de Uribe se desligó del exmandatario y este pasó de ser el representante del partido de gobierno durante 8 años a ser uno de los más férreos opositores del santismo.
Paralelo a esto las políticas públicas de Santos, centradas en el crecimiento acelerado de la economía (las locomotoras) hicieron que la izquierda radical y moderada lo tuviera como su contradictor político. Los TLC firmados con países como Corea y la alianza del Pacífico hicieron que las críticas al modelo neoliberal, que para muchos, encarna Santos fueran el pan de cada día. Tanto así que a mediados del 2013 se llevó acabo un paro agrario que golpeó sensiblemente la imagen de Santos.
Sin embargo, el proceso de paz iniciado con las Farc en La Habana le granjeó el favor de los principales analistas políticos del país y de un gran sector del centro del espectro político colombiano. Además, la paz como bandera de su gobierno y de su campaña a la reelección hicieron que la opinión pública considerara a la paz como un imperativo, mucho más que en la última década y media. Al mismo tiempo esto hizo que el antisantismo de los sectores más radicales de la derecha se fuera afianzando y cualquier acción armada de las Farc se considerara como una traición a los diálogos, pidiendo su terminación inmediata. La negativa, por parte de Santos a hacerlo hizo que los mismos que lo consideraron un “traidor” lo consideraran un aliado del “castrochavismo”.
Así pues, el antisantismo caló en los sectores críticos de su gestión y en aquellos que consideran que el conflicto en Colombia se debe acabar por la vía armada. A esto se suma la oposición que no se siente representada por las políticas económicas y mineras, por mencionar algunas, ya expresadas.
De otro lado, la salida de Uribe de la Casa de Nariño y los problemas legales y jurídicos de una gran parte de sus más cercanos colaboradores hicieron que su imagen casi intocable, empezara a enfrentar algunos fraccionamientos. Varios de sus ministros acusados por las cortes, su excomisionado de paz prófugo de la justicia y las acusaciones que recaen sobre su persona por su presunta responsabilidad en los espionajes a opositores y periodistas, conocidos como las “Chuzadas”, pusieron en su contra a gran parte de los analistas políticos.
Además, la Unidad Nacional (coalición de gobierno de Santos) dejó por fuera al uribismo y muchos que ayer estaban con el exmandatario voltearon la mirada hacia el presidente en ejercicio y su proceso de paz. Esto graduó a Uribe de guerrerista.
Muchos sectores navegaron en dos aguas, siendo opositores del santismo y del uribismo al mismo tiempo y con diferentes intensidades.
El comportamiento de los sondeos realizados en la víspera de las elecciones presidenciales de este 25 de mayo mostraba que el país urbano estaba con el presidente-candidato y que los fortines electorales del uribismo se circunscribían a ciertas zonas en las que la lucha contra la guerrilla de las Farc había sido más fuerte durante los ocho años de Uribe en el poder.
Pero este 25 de mayo que pasó y en el que ganó Óscar Iván Zuluaga la primera vuelta a las elecciones presidenciales colombianas, mostró que el centro y oriente del país estuvieron con el uribismo, zonas que tradicionalmente votaron por su proyecto político en los pasados ocho años. La periferia se alineó con Santos y fue así como los márgenes del país votaron el por la reelección del actual mandatario.
Esto podría indicar que el proyecto santista no logró cualificarse lo suficiente para desplazar la herencia electoral de ocho años de uribismo. Además, el voto de maquinaria no se vio representado en esta instancia, algo que se espera suceda en la segunda vuelta.
Así las cosas, pudo más el antisantismo de muchos sectores que votaron por el Polo Democrático, el Partido Conservador y la Alianza Verde o en blanco, que el antiuribismo que logró conseguir cuatro puntos porcentuales más que Santos (29.25 contra 25.69), algo más de cuatrocientos mil votos en unas elecciones en las que solo votó el 40% del censo electoral.
La segunda vuelta del próximo 15 de junio será decisiva para saber si el país es antisantista o antiuribista y como se distribuyen esas simpatías políticas ya que será finalmente el enfrentamiento entre ambos candidatos en un cara a cara que definirá la composición política colombiana para el próximo lustro.