Ano Abdoka se echa las manos a la cabeza al ver cómo la comunidad cristiana está prácticamente desapareciendo de Irak. “Quieren exterminarnos a nosotros y al resto de minorías”, advierte, afligido este cristiano-caldeo, de origen kurdo.
El Estado Islámico (EI) ha vuelto a lanzar una embestida brutal contra los pocos cristianos que quedaban a salvo en la provincia norteña de Nínive, cuya capital es Mosul. Tras conquistar ayer Qaraqoush (la primera ciudad cristiana de Irak con más de 50.000 habitantes) y otras tres localidad mixtas, Bertala, Al Kuir y Bashiqa, el bíblico Edén de los primeros cristianos de Irak ha pasado a ser parte del territorio del temido EI. Además, este viernes los yihadistas se han hecho con el control de la presa de Mosul, la mayor del país.
“¿Cómo es posible que los descendientes de una de las primeras civilizaciones que se asentaron en la antigua Mesopotamia (los caldeos y los asirios) y que hablan la lengua de Jesucristo (el arameo) nos hayamos convertido en parias de nuestra tierra?”, lamenta amargamente Abdoka. Lo cierto es que se trata de un auténtico éxodo, en el que más de 100.000 cristianos han tenido que huir en cuestión de días de las llanuras de Nínive después de que fueran tomadas por los yihadistas en un “descuido” del dispositivo de seguridad creado por las fuerzas kurdas, los Peshmerga. Las organizaciones humanitarias advierten ahora de que la situación es extrema y aseguran que podrían fallecer miles de personas por la violencia, el hambre, la sed y el calor.
Tanto los cristianos como los miembros de otras minorías huyen denunciando que, tras la ofensiva, les dieron dos opciones y un ultimátum de unas pocas horas para elegir. Tenían que convertirse y aceptar una versión más extrema del Islam o “enfrentar la espada”. Nada más tomar el control de Mosul, el 10 de junio, se les obligó también a pagar el tributo islámico o yizia de hasta 250 dólares, incluso mayor para comerciantes y empresarios. También les exigieron desembolsar regularmente un “alquiler” por sus propias casas, bajo la amenaza de que les cortarían la luz y el agua si no lo hacían.
No sólo aterrorizan a la población, sino que acaban con los símbolos. Los seguidores de Abu Baker Al Baghdadi están literalmente arrasando vestigios de las antiguas civilizaciones que poblaron Mesopotamia. No quieren templos cristianos, pero tampoco mezquitas. Parece que todo lo que concierne a la antigüedad es considerado “pagano” por el intransigente Estado Islámico. En las últimas semanas el grupo extremista ha destruido múltiples lugares de culto de las comunidades chií, cristiana, sufí y yazidí, así como de cualquier otro grupo opuesto a su interpretación radical del Islam.
Casas marcadas, crucifixiones y decapitaciones
El Estado Islámico no está dispuesto a tolerar dentro de su territorio a nadie que no profese sus severos dictámenes. El delirio solo es comparable con el salvajismo del Talibán cuando dinamitaron los budas gigantes de Bamian (Afganistán). “Los yihadistas han plantado sus banderas negras en las iglesias”, advierte Mayash un cristiano de Mosul. Además, marcaron las casas, una por una, para identificar a los cristianos, como hicieron los nazis con los judíos, y repartieron decenas de folletos con todo tipo de advertencias en los barrios habitados por esta minoría. “Propiedad del Estado Islámico”, puede leerse en carteles colgados en las puertas de varios hogares no musulmanes.
El temido Estado Islámico, que también ha sido comparado con las huestes de Genghis Khan por su salvajismo (practican decapitaciones, crucifixiones…) se afana en construir un Imperio Islámico que amenaza con desintegrar Irak y borrar del mapa de Oriente Medio a las otras comunidades religiosas que no sean la rama del Islam suní. Despiertan cada vez más temor y no sólo entre los cristianos. El pasado martes, hordas de yihadistas se hicieron con el control de Sinjar, en la frontera con Siria, obligando a decenas de miles de musulmanes –chiíes de la secta Yazidi– a huir apresuradamente, ya que se arriesgan a ser ejecutados por ser vistos como “adoradores del diablo” por el Estado Islámico.
Parece que ninguna región del norte de Irak o de la vecina Siria esté a salvo del ‘tsunami fundamentalista’ que arrasa poblaciones enteras. Y la caída de Qaraqoush o Sinjar supone una derrota militar para las fuerzas kurdas que habían plantado cara a los yihadistas tras la toma de Mosul en junio pasado. Ahora el Kurdistán iraquí se siente seriamente amenazado por el avance del Estado Islámico, que ya se encuentran a las puertas de Erbil, capital de la región autónoma.
Esta amenaza parece tan real que el gobierno central de Bagdad ha decidido pasar página y aparcar sus viejas disputas con los kurdos para ofrecerles todo tipo de apoyo militar. La comunidad internacional también ha reaccionado en cadena al darse cuenta de que los delirios de grandeza de Abu Baker al Baghdadi, líder del EI, no son tan imposibles de alcanzar. Estados Unidos inició este jueves el lanzamiento de medicinas y comida desde aviones militares para aliviar el sufrimiento de los refugiados y, además, Obama ha autorizado bombardeos en algunas regiones concretas de Irak en las que se encuentran enclaves yihadistas.
“Para prosperar necesitan raíces en la sociedad local”
Pero ¿realmente es posible un Califato Islámico en Oriente Medio como plantean los yihadistas? ¿Y sería capaz el autoproclamando ‘califa’ Al Baghdadi de erigirse como ‘emir’ de todos los musulmanes? Muchos analistas discrepan de sus colosales ambiciones, ya que su poder “queda por ahora limitado geográficamente a un solo estado-nación entre el norte de Irak y de Siria, que es donde se encuentra su verdadera base social”, indica a El Confidencial Jezid Sayig, reputado analista de Oriente Medio. “Esto desmiente la idea de que representan una comunidad musulmana universal”, apunta el analista, quien aclara que a pesar de sus espectaculares avances en Irak en junio, el Estado Islámico sólo está progresando en su hábitat “natural”. Su verdadero caldo de cultivo, argumenta, se encuentra en el descontento de la comunidad musulmana que sufrió la derrota de la insurgencia sunita en el período 2006-2008, una de las épocas más oscuras de Irak de la última década.
A juicio de Sayig, para entender las limitaciones del Estado Islámico hay que basarse en la experiencia de Al Qaeda en Irak (AQI), la organización madre. “Su experiencia revela que no importa lo poderosa que sea una ideología transnacional, ya que, para prosperar y sobrevivir, estos movimientos tienen que cavar profundas raíces en la sociedad local”, dice.
Por eso, es complicado que puedan progresar en países como Líbano, donde la naturaleza multi-confesional de la sociedad y su estructura de clases limitan el número de potenciales yihadistas a personas de bajos ingresos o de los sectores más marginados de la comunidad suní. O en Jordania, donde sólo pueden atraer seguidores entre la gran clase baja que se concentra en el área metropolitana de Ammán. Incluso en Siria, donde el Estado Islamista se apoderó de su primer territorio extenso, sigue siendo considerado una fuerza exterior cuyos comandantes locales son casi en su totalidad extranjeros (no sirios), iraquíes o de otros estados, tanto árabes como no árabes.