Así es el "salario para pobres" de Brasil

El programa de transferencia de renta que garantiza ingresos mínimos a los sectores más desfavorecidos de Brasil es una de las principales cartas que se juega la actual presidente Dilma Rousseff en su carrera a la reelección. La gran pregunta es si este programa continuará de llegar a perder Rousseff en las urnas.

“No sé qué habría sido de mí sin la Bolsa Familia. Estos 198 reales (65 euros) son los que permiten llegar a fin de mes”. Gioligia Pires da Silva, 36 años, habla despacio, arrastrando su acento bahiano. Vive en una casa sencilla en el barrio más humilde de Itapitanga, una ciudad de 10.800 habitantes situada en el sur del estado de Bahia. La región, que otrora fue una inmensa y próspera plantación de cacao, hoy languidece por causa de una plaga llamada ‘escoba de la bruja”, que desde la década de los 90 ha barrido literalmente la mayoría de los cultivos.

La producción ha bajado hasta tal punto que hoy la población de Itapitanga sobrevive gracias a los empleos creados por el Ayuntamiento para mantener a flote el municipio y, sobre todo, con la ayuda estatal que el Gobierno de Lula da Silva introdujo hace ahora 11 años y cuyo importe la presidenta Dilma Rousseff ha aumentado un 10% este año, en vísperas de las elecciones presidenciales, cuyo segundo turno se celebra hoy 26 de octubre.


El 80% de la familias de Itapitanga recibe la Bolsa Familia, un programa de transferencia directa de renta del que se benefician familias en situación de extrema pobreza de todo Brasil. Hasta hoy, este subsidio ha llegado a 13,7 millones de núcleos familiares, lo que equivale a unos 50 millones de personas. Es como decir toda España y todavía sobrarían recursos para Escocia.

Cabe destacar que no se trata de una renta íntegra. El importe medio de la Bolsa Familia ronda los 154 reales mensuales (50 euros), aunque en circunstancias excepcionales puede llegar hasta los 1.300 reales (427 euros), en el caso de familias muy numerosas, de 18 a 20 miembros. Gioligia, que vive junto a sus tres hijos y recibe el salario mínimo por su trabajo de limpiadora en el Ayuntamiento (740 reales, equivalentes a 243 euros) se las apaña gracias a esta ayuda, sin la cual no podría garantizar la alimentación de su familia. Como todo beneficiario, tiene varias obligaciones: mantener a sus hijos escolarizados y seguir a rajatabla el calendario de vacunación y el programa de asistencia médica para los niños.

Los esfuerzos de Lula y de Dilma para luchar contra la extrema pobreza no han caído en saco roto. Hace poco, Brasil celebraba la mejor noticia del año, de la que se ha hecho eco hasta The New York Times. En 2014, por primera vez en su historia, el país tropical ha salido del mapa del hambre trazado por la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO): entre 2002 y 2013, el porcentaje de la población desnutrida ha caído un 82%.

“En estos 11 años de programa, ha habido numerosos avances para la población pobre de nuestro país”, indican fuentes del Ministerio del Desarrollo Social y la Lucha contra el Hambre en una entrevista con El Confidencial. “Durante este periodo, la Bolsa Familia ha permitido que 36 millones de personas consiguieran superar la extrema pobreza, garantizando que cada ciudadano brasileño reciba por lo menos una renta de 77 reales al mes (25 euros). El programa también ha contribuido a diminuir la mortalidad infantil, especialmente por causas ligadas a la pobreza, como la desnutrición y la diarrea; ha reducido drásticamente el trabajo infantil y ha aumentado la escolarización de los niños que se benefician del programa”, añaden las mismas fuentes.


¿Seguirá existiendo pasado mañana?

La pregunta ahora es qué pasa si Dilma Rousseff pierde las elecciones presidenciales. ¿Seguirá existiendo la Bolsa Familia y el paquete de ayudas que han hecho de Brasil un modelo social en todo el mundo? “La Bolsa Familia es el mayor programa de traspaso de renta del mundo”, asegura a El ConfidencialMaria Concepcion Steta Gandara, experta en Protección Social del Banco Mundial para América Latina y el Caribe.

Este organismo aprueba abiertamente ese programa, implementado por Lula nada más llegar al poder. “Nuestros informes muestran que tanto el índice de escolarización como el desempeño escolar han mejorado. Para citar un ejemplo, la posibilidad de que una chica de 15 años siga en la escuela ha crecido un 21%. También hemos notado efectos positivos en el número de visitas prenatales, vacunaciones y hasta reducción del crimen”, agrega Steta Gandara.

En la última década, los Gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula y Dilma han puesto en marcha 60 programas para apoyar a los más desfavorecidos. Muchos de ellos, como la Bolsa Familia, se reparten sobre todo en el nordeste de Brasil, aquejado por una sequía sistémica y un desempleo histórico. No es raro encontrar ciudades en las que hasta el 90% de la población sobrevive gracias a estos subsidios. Como en Licínio de Almeida, en el sertão bahiano, una zona semidesértica en el corazón del país. Esta ciudad, que fue un importante centro minero, hoy vive gracias al comercio al por mayor, al sector agropecuario y a la Bolsa Familia. Hay barrios donde el 100% de sus habitantes recibe esa ayuda.

Lourdes, 50 años y siete hijos, vive desde hace 15 años en una casa en construcción. Ha conseguido acabar las paredes y colocar puertas y ventanas, pero el suelo todavía no está listo. Tanto en los dormitorios como en la sala es de tierra batida. “No se fije en el aspecto de la casa. La obra no ha acabado”, dice tímidamente, mirando de reojo la cámara de fotos. Para Lourdes, la Bolsa Familia ha sido “una bendición”. Su marido trabaja en el campo y nunca tuvo un empleo fijo. Su hija Taynara, de 15 años, se vio obligada a buscar un empleo a los 11 años para ayudar a su familia. Limpia una casa del pueblo y cuida del hijo de la dueña. “Me tratan muy bien y soy feliz. No me importa tener que estudiar y trabajar al mismo tiempo. Además, como muy bien”, reconoce con una amplia sonrisa.

¿Y la gente trabaja?

Contrariamente a lo que sostienen los críticos de este programa, al que llaman Bolsa esmola (ayuda-limosna) este subsidio no ha generado el temido parasitismo social que algunos vaticinaban. “En todo el país, 1,7 millones de familias ha dejado el programa voluntariamente, porque ha superado la pobreza y ha conquistado una renta mayor. De los que dejaron el programa motu proprio, más de 1,1 millones de familias lo hicieron de forma indirecta. Simplemente no actualizaron su registro”, señalan desde el Ministerio del Desarrollo Social y la Lucha contra el Hambre.

“La Bolsa Familia es un programa muy premiado por su eficiencia. ¿Eso es suficiente? Obviamente no. La construcción de un sistema de seguridad social es una tarea política complicada. En Brasil estamos comenzando ahora lo que se hizo en Europa y en Escandinavia en los años 30 y 40 del siglo pasado. Estamos enfrentando una oposición enorme por parte de personas que no quieren oír hablar de justicia social ni renunciar a sus privilegios”, señala a El Confidencial la socióloga Walquiria Domingues Leão Rego, autora del libro Vozes do Bolsa Família, escrito junto a Alessandro Pinzani, profesor italiano de Filosofía Moderna.

Varios estudios muestran que el 70% dos beneficiados siguen trabajando, eso sí, en actividades precarias. Pero el deseo de progresar socialmente y mejorar el nivel de vida es muy fuerte. En Itapitanga, el 70% de los padres que recibe la Bolsa Familia ha vuelto al colegio gracias a un programa educativo para adultos llamado EJA.

“Yo conseguí aprender a leer, pero todavía tengo muchas dificultades”, cuenta Claudeci, que a sus 53 ha regresado a las aulas. “Mi sobrina vive conmigo y muchas veces no consigo ayudarla con las tareas, porque sólo fui dos años a la escuela. Me está costando horrores, pero vale la pena”, agrega. Los padres de otros alumnos en Itapitanga reconocen que están estudiando para poder tener más oportunidades en el mercado laboral. “Yo siempre trabajé como mujer de la limpieza. A lo mejor si acabo la escuela, puedo hacer una oposición”, afirma Edileuza Cândida de Jesus, que a sus 29 años vive con cuatro hijas de dos padres diferentes.

Walquiria Leão Rego, profesora de la Unicamp en São Paulo, cree que la pobreza en Brasil tiene un color: “Es negra o mulata y remite directamente a la experiencia de la esclavitud”. Para esta socióloga, la Bolsa Familia no sólo reduce la pobreza, sino que ha liberado a la mujer de otra esclavitud que la sometía a los hombres. En su investigación, ha entrevistado a 150 mujeres entre 2006 y 2011. Sólo dos de ellas declararon haber dejado el trabajo para vivir exclusivamente de la Bolsa Familia.

Las ventajas de la Bolsa Familia son muchas, según los expertos. Los efectos se hacen notar antes que nada en la escuela. El rendimiento de los alumnos que reciben esta ayuda en las regiones deprimidas del Norte y del Nordeste ha mejorado considerablemente. La tasa de aprobados alcanza el 82%, cuando la media brasileña es del 75,2. La tasa de abandono escolar también ha bajado considerablemente: en 2011 en estas regiones se situó en al 7,2%, mientras que en el resto del país era del 10,8%.

¿Pero es sostenible?

Según el Banco Mundial, la Bolsa Familia cuesta al Gobierno brasileño menos del 1% del PIB brasileño. El programa también tiene un retorno económico. Según el Instituto de Investigación Económica Aplicada (Ipea), por cada real invertido en la Bolsa Familia hay un reembolso de 1,44 reales para la economía. El Banco Mundial eleva ese dato a 1,78 reales. Esto significa que el programa ha tenido un papel fundamental para estimular el consumo y, por lo tanto, el comercio, especialmente en las ciudades pequeñas e medianas del interior del país. Junto con el aumento del salario mínimo, la oferta de crédito y la ampliación de las jubilaciones, la Bolsa Familia ha sido el gran promotor de la economía en estas ciudades.

El modelo es sencillo: más consumo, que genera más producción, que genera más empleos, que generan más renta y más calidad de vida. “Es un programa que se autofinancia. Cada real que se invierte en la Bolsa Familia vuelve para el Estado en forma de impuestos indirectos sobre el consumo”, explica Walquiria Leão Rego. “Los programas de transferencia de renta no deben ser vistos como gasto, sino como una inversión en los más pobres”, afirma Maria Concepcion Steta Gandara, del Banco Mundial.

La pregunta es: hasta cuándo el Estado brasileño va a poder financiar estas ayudas, teniendo en cuenta que el fantasma de la recesión ya ha aparecido. “Brasil se puede permitir pagar la Bolsa Familia durante mucho tiempo. Es el país que tiene la mayor tasa de concentración de rentas del mundo y una de los mayores índices de lucro. Basta mirar lo que pagan de impuestos los europeos y los brasileños ricos. Nuestro impuesto sobre la renta es regresivo y no progresivo. Entonces creo que podemos permitirnos esta ayudas siempre y cuando se cree un sistema fiscal justo”, sostiene Walquiria Leão Rego.

“La Bolsa Familia no tiene límite de tiempo. Los programas de transmisión de renta son una pieza importante y permanente de un sistema de protección social moderno”, indica Steta Gandara. “Cuando se supere la barrera de la desigualdad de oportunidades entre ricos e pobres y las familias más pobres tengan la capacidad de generar renta propia para salir de la pobreza de forma sustentable, la política social del país tendrá que enfocar su estrategia sobre la sostenibilidad de estas ganancias”, añade esta experta.

En 2014 el Ministerio de Desarrollo Social ha presupuestado para la Bolsa Familia 25,2 mil millones de reales (8,2 mil millones euros). La gran incógnita ahora es saber qué va a acontecer con estos programas sociales en el caso de que Aécio Neves gane las elecciones. ¿Se dejará llevar por la fiebre de los recortes? “Ni Aécio ni nadie puede volver atrás. Con 50 millones de personas recibiendo esta ayuda, habría una verdadera revolución”, concluye Geraldo Tadeu, analista político y director del Instituto Universitario de Investigaciones de Rio de Janeiro (IUPERJ).