Barranquilla, la casa de la selección

Cada tanto, los más de un millón de habitantes de la capital de Atlántico se ponen la camiseta de la Selección Colombia. Desde la llegada al Aeropuerto Internacional Ernesto Cortissoz, el alma de la tricolor se apodera de Barranquilla. Aquí, en la casa de los jugadores, la gente tiene una relación especial con la selección de fútbol.

El taxista sube el volumen al radio para explicarle al pasajero que esa cumbia hipnotizadora es el ritmo que se oirá por horas en toda la ciudad. El tendero le pide a Dios que así no venda una sola pizza, James esté ‘fino’, la ponga en un ángulo y deje sus bolsillos llenos de gol. O el mismo administrador del Estadio Metropolitano Roberto Meléndez, quien no se sonroja al explicar en televisión que las llaves del recinto deportivo se las deja a un canoso argentino para que él disponga quién sale o entra al lugar.

Muchos dicen que este amor es culpa del caleño: Albeiro ‘El palomo’ Usuriaga. Colombia lo recuerda por aquel 15 de octubre de 1985 cuando luego de devolver una pared del ‘Bendito’ Fajardo, rompiera las redes del equipo israelita para anotar el único tanto que llevó nuevamente a la selección nacional a un Mundial, después de 28 años de anonimato.

Todos los apasionados por el balón saben que en las eliminatorias para el mundial de Estados Unidos 94, los cinco goles que se devoraron los argentinos en el Monumental debieron comérselos en la ‘arenosa’ debido a un baile infernal que el equipo de Maturana, comandado por el Pibe Valderrama, les propició. Barranquilla fue testigo del mayor dominio que 11 colombianos han tenido contra el mismo número de argentinos en una cancha de fútbol.

En 1998, la capital del Atlántico confirmó su idolatría con una generación de fantásticos jugadores en la recta final de su carrera. Allí, Wílmer Cabrera cabeceó una pelota dentro del arco venezolano para decretar la tercera clasificación consecutiva al Mundial de fútbol.

Luego de que Francia desnudara las inestabilidades de la selección colombiana, estas fueron trasladadas a la relación entre la tricolor y Barranquilla. Nuevos horizontes se trazaban estos inseparables de otros tiempos. La selección huyó de casa para demostrar que es igual de fuerte viviendo fuera de su hogar. Falló y 16 años alejados del planeta fútbol lo demuestran.

Tanto ‘La arenosa’ como la Selección notaron que se necesitan mutuamente. Fue evidente. Cuando el equipo estuvo lejos del Metropolitano, el color de su vestimenta palidecía, no tenía el amarillo soleado que Barranquilla le daba. Por su parte, la ciudad se sentía huérfana. El Carnaval no era suficiente para inundar los corazones vacíos de amarillo, azul y rojo.

Sin embargo, las cosas cambiaron. Una nueva esperanza brota de una relación que ha tenido sus altibajos. Retornó la calma. Ahora ambas se sienten triunfantes e invencibles. Seguros de que en su casa las visitas serán atendidas.