El actor y antropólogo, Nicolás Montero, quien dirigió la serie audiovisual “No más violencia”, en la que 50 reconocidos actores narran testimonios desgarradores de las víctimas del conflicto, habló con Confidencial Colombia acerca del proyecto. Con él, pretende que la ciudadanía entienda el dolor por el que han pasado los afectados de la guerra en el país.
Por medio de este ejercicio pedagógico y artístico los actores recuerdan a quienes, de una u otra manera, han sufrido una guerra de más de medio siglo. Uno de los interrogantes que intenta responder la serie es ¿qué pasaría si consiguiéramos ponernos en los zapatos de, al menos, una de las siete millones de víctimas que ha dejado la violencia armada?
Algunos de los municipios que inspiraron el proyecto fueron: Remedios, Puerto Torres, Buenaventura, Bojayá, Bahía Portete, El Placer, El Salado, El Tigre, La Rochela, Trujillo, San Carlos y Segovia
¿Cómo se escogieron los testimonios y cómo inició el proyecto?
Los escogió el Centro Nacional de Memoria Histórica. Creemos que desde el punto de vista del arte podemos ofrecer un proceso de comprensión. No es que nosotros le estemos dando voz a las víctimas; es que al asumir esos testimonios dignificamos la nuestra.
Hacer ese ejercicio de comprender los relatos y hacerlos pasar por nuestro qué hacer, es hacer que la gente tome la decisión de decir “No más violencia”.
El Centro Nacional de Memoria como ente académico e independiente, que ha hecho un trabajo muy juicioso, nos permitió tener una rigurosidad exacta de la recopilación de los testimonios y, a través de la Asociación Colombiana de Actores, decimos que queremos ser parte de la historia de Colombia.
¿Cuál es el papel del arte dramático en un escenario de posconflicto y en estos procesos?
Lo primero es que cuando se trabaja en atención directa con las víctimas, resulta ser una herramienta muy poderosa para que ellas mismas hagan y reconstruyan su relato. Esto les permite encontrar canales de comunicación. El arte les permite reorganizar y renarrar su historia y por lo menos a partir de eso entrar en un proceso de sanción. Aunque quiero aclarar que esta iniciativa no va por ahí.
La segunda se trata del producto como tal. En Colombia hay 1300 obras sobre el conflicto armado; en teoría permite que estas historias instauren una presencia de los acontecimientos más violentos para ser conscientes de lo que ha pasado.
Sin embargo, hay algunos peligros, y es que la obra en sí misma se vuelva más importante que los mismos hechos. Es decir, uno se indigna frente a la obra pero no se conecta con la realidad. El arte debe ser un método para comprender la realidad.
¿El ejercicio que desarrollaron los 50 actores es un tema más de comprensión que de interpretación?
El ejercicio es ese. Primero no estamos dándole voz a las víctimas, estamos dignificando nuestra propia voz y por supuesto en esa compresión hay una visualización y una profunda humildad, por eso, cuidamos mucho el hecho de ni siquiera hacer interpretación de personajes. Al final de cada video hay una toma de decisión donde se dice “basta ya, no más violencia”. El proyecto prentende decir: “mire aquí está esto, ahora por qué no lo hace. No necesita ser artista para hacerlo, coja un testimonio y hágalo”.
Hay varios temas…
Colombia tiene un raro “privilegio”. Tiene una enorme variedad en los hechos victimizantes, entonces hay desplazamientos, masacres, exilio , violencia contra los niños, violencia sexual. etc… Pero hay también una gran variedad de testimonios que nos hablan de una dimensión de futuro que para mí es muy importante, que son esas experiencias de perdón, de resiliencia, de resistencia, que salen de los mismos que se llaman víctimas. El proyecto tiene testimonios, por ejemplo, de la Asociación de Campesinos del Carare. Estos testimonios también se escogieron para tener una dimensión de futuro que hay en el relato del conflicto.
¿Qué tanto afecto a los actores hacer este ejercicio?
Mucho. Generalmente a nosotros no nos llega este tipo de textos. Cuando uno sabe que detrás de ese testimonio hay un ser humano que está narrando unos hechos que definitivamente no debieron pasar, es difícil no conmoverse. Por más que el acuerdo fue de no usurpar ese dolor o lucir el testimonio con calidad interpretativa ni nada por el estilo…pues es que no somos de palo. Cuando saben que detrás de esos textos hay un hecho real y humano es inevitable que no se hayan afectado
¿Los textos fueron editados?
No. Tal cual como no los mandaron se los aprendieron, incluso con errores gramaticales. Ahí es donde entra una comprensión muy importante que a nosotros como oficio entendemos así: en el habla hay una compresión y una relación con el mundo, por eso, fueron generosos; se los aprendieron de memoria no hubo telepronter.
La invitación es que todos hagamos el ejercicio y lo que tenemos que hacer es decirle no más violencia a todas las violencias. Este es un ejercicio ciudadano, de nosotros como colombianos para dignificar nuestra propia voz.