La guerra nunca ha discriminado climas, regiones, razas, ni países. Colombia, por su agreste territorio, cuenta con varios escenarios de beligerancia, en donde soldados de todas las latitudes, deben acoplarse primero a su contexto geográfico antes que a su propio enemigo. Confidencial Colombia estuvo en la base militar de Golillas, ubicada en el Parque Nacional natural Chingaza, para conocer cómo viven los soldados del país en una zona apartada del país, a propósito de la conmemoración del 7 de Agosto.
La primera pregunta que el Mayor Pérez hizo fue, si alguien sabía para dónde iban a ir. Los gestos que se evidenciaron en las caras al oír esa inquietud, fueron tan poderosos que notó que ninguno tenía idea dónde quedaba Golillas.
Las indicaciones salieron inmediatamente. La base militar Golillas está ubicada en uno de los extremos de la represa de Chingaza, exactamente contiguo al muro principal que contiene los más de 220 millones de metros cúbicos de agua captada de los ríos Guatiquía, Chuza y la quebrada Leticia.
Ya con una idea más clara del destino final, ahora lo que quedaba era llegar allá. Desde un principio, al oír un nombre como Chingaza, la relación con el altiplano cundiboyacense fue inevitable. Trajo tranquilidad por la supuesta cercanía de la base. Tranquilidad que media hora más tarde se alteró.
La ruta escogida por el conductor, el soldado profesional Guerrero, fue la salida por el municipio de La Calera. La carretera, aunque con varias curvas, estaba en perfectas condiciones. Después de media hora, este paseo por la sabana se tornó más agreste.
Un desvío con el letrero de “Parque Chingaza”, escrito de manera artesanal, sacó del tranquilo rumbo que llevaba la camioneta verde. Esta redirección inició un recorrido de más de dos horas y media por trochas y temperaturas que iban descendiendo cada vez que el vehículo se adentraba en el parque de más de 76.600 hectáreas.
Luego de varios golpes con el costado de la camioneta al sucumbir al sueño, algunos venados que se atravesaron por la carretera y un oso de anteojos, arribamos a la base militar de Golillas.
Si alguien se imagina un robusto búnker al oír las palabras “base militar”, esa idea se derrumba al ver la pequeña casa que representa este puesto de las Fuerzas Armadas, más parecido a un racho campesino.
Golillas tiene una entrada rústica. Hecha de fierros y pintada con los colores verde y blanco, los mismos que adornan toda la casa, distribuidos de manera equitativa en las paredes que la componen.
Al atravesar la puerta, una pequeña sala es el centro de la oficina de la Base. Un computador de un modelo anticuado y amarillento, sirve para registrar los pormenores del día a día de los casi setenta soldados que componen Golillas.
El teniente Murillo, hombre de estatura mediana, facciones amables y proveniente de la capital de Norte de Santander, se percató de los visitantes. Se levantó del lugar en donde daba indicaciones a un par de subalternos para saludar y preguntar cuál era el motivo de la presencia de civiles en la zona. Comentó que no había sido informado, preocupado al parecer porque no tenía nada preparado.
Al describirle la intensión de la visita, inició una explicación de la importancia de este “punto estratégico”. Comenzó por el muro que contiene toda el agua de Chingaza y recordó que cualquier atentado terrorista contra esta estructura inundaría por completo la ciudad de Villavicencio. Por eso el carácter de estratégico de la base.
Al paso de la mañana el frío aumentó. La temperatura en este páramo puede llegar a descender por debajo de los cero grados y la lluvia acompaña casi diariamente la cotidianidad de Golillas.
Luego de conocer el muro, el teniente continúa la visita caminando hacia uno de los núcleos que el batallón tiene en las partes más altas de este sector de la represa.
Al empezar el ascenso al núcleo cuatro la sensación de estar en medio de un escenario de guerra es evidente. Una trinchera rodeada con alambre de púas, varios puntos ubicados para repeler cualquier ataque del enemigo y un puesto para el uso de un mortero, certifican que en Golillas están preparados para entrar en combate en cualquier momento. Todo esto a pesar de que el último ataque en esta zona del país se registra hace más de una década.
Ya en las entrañas, el primer punto que se encuentra es la cocina. El ranchero -nombre del cocinero de turno-, saltó de sorpresa y saludó de manera efusiva.
Su ‘cocina’ es básica: una hornilla de gas, varios trastes viejos, una mesada donde alista los alimentos y dos cabuyas en donde cuelga la carne que cada mes le proveen desde Bogotá. Una de las pocas ventajas del clima, las viandas no se pudren gracias al frío del páramo.
Detrás de la cocina está un cuarto adjunto que sirve de despensa: cebollas, papas, bultos de granos y el botín de una mañana de pesca en un rincón goteando sangre. La trucha de la represa es el plato más común de este batallón.
Con la totalidad de soldados percatados de la visita, el teniente los formó para una charla. Garzón, Verú, Rodríguez, Mora, apellidos de algunos de los militares comparten una mirada particular de orgullo. La explicación de la visita los relajó un poco pero seguían con la actitud firme de un militar frente a su comandante.
Las respuestas sobre lo que más extrañan coinciden en su total mayoría. La familia es lo primero que nombran cuando se habla de permisos –los soldados están aproximadamente cuatro meses fuera de su casa-, aunque la formalidad la rompe un caleño quien afirmó que antes de todo, se toma unos tragos antes de ver a los suyos.
Verú, un campesino caqueteño es el más antiguo de la tropa. Con casi 15 años de servicio y cuatro leishmaniasis encima, se presta abierto a charlar. Su pequeña humanidad se contradice con su cara recia y sus manos fuertes. Lo primero que comenta es que, lo que verdaderamente acaba al soldado no es la guerra sino cargar ese pesado morral. Soltó una carcajada y volvió al estado lejano de la mayoría.
El frío en esta parte de la represa es más agudo y la lluvia constante no ayuda a calentarse. En estas condiciones, lavar un pantalón puede representar una semana sin la prenda. Con este clima la ropa dura entre cinco y siete días en cercarse. Por eso mucho optan por omitir la lavandería.
A pesar que muchos reconocen que en este batallón se come bien y no están en una zona de combate permanente, las difíciles condiciones de Golillas a más de uno lo han hecho desistir de su labor de soldado. Pero la experiencia vivida en las filas y el orgullo de vestir el uniforme que representa a un país, los abriga en esta lejana región del país del país.
El Ejército colombiano tiene una imagen cada vez mas positiva como la tienen las Fuerzas armadas de otros países y se explica al tener el contacto con una realidad como esta que viven todos los soldados del país. Se conoce el gran sacrificio que hacen para defender los intereses de la nación. Varios de ellos sueñan que algún día no muy lejano, el lugar que hoy cuidan sirva en un futuro para disfrutarlo como destino turístico como cualquier colombiano de vacaciones.