Las protestas más multitudinarias que se han visto en el país, ponen contra las cuerdas al gobierno de Rousseff. Este domindo cientos de miles de brasileños marcharon en Río de Janeiro, Brasilia y São Paulo, exigiendo la renuncia de la presidenta y en contra la corrupción.
En São Paulo, la ciudad que suele funcionar como termómetro de este tipo de movilizaciones, unas 500.000 personas participaron vestidas de verde y amarillo en la protesta del domingo, según datos del Instituto Datafolha, el sistema de medición del diario Folha de S. Paulo.
La Policía Militar calcula, en cambio, 1,4 millones de manifestantes. La única manifestación comparable, en marzo del año pasado, reunió a menos de la mitad (210.000 personas), de acuerdo con el mismo periódico. En aquel momento, la policía habló de un millón de participantes. En Río de Janeiro, los organizadores celebraron la llegada de un millón y medio de personas y afirmaban haber batido su propio récord. La Policía no ofreció datos de participación. En Brasilia, la Policía Militar calculó 100.000 asistentes (el doble según los organizadores). Decenas de miles también salieron a la calle en otros puntos del país.
“Hemos llegado al límite. Es la primera vez que vengo a una manifestación, he dejado a todos mis nietos en casa, pero quería demostrar mi apoyo a la Fiscalía para que continúe haciendo su trabajo”, explicaba en Río de Janeiro el empresario jubilado Ricardo Castro, de 71 años. Los manifestantes, que empezaron rezando un Padre Nuestro, entonaron cantos a favor de la Policía Federal y el juez Sérgio Moro. El magistrado, convertido en un héroe de las protestas, comanda la Operación Lava Jato, una investigación que investiga la corrupción en Petrobras y que salpica a empresarios y políticos de todos los colores. “Yo no quiero vivir en otro país, quiero vivir en otro Brasil”, cantaba la multitud reunida en Copacabana.
En São Paulo, el centro neurálgico de los negocios de la ciudad se colapsó la tarde del domingo. Los manifestantes de la Avenida Paulista sostuvieron sobre sus cabezas una gigantesca pancarta con las palabras “Impeachment ya” y pasearon muñecos inflables de Lula y Rousseff. En el barrio acomodado de Pinheiros, centenares de personas con camisetas y banderas de Brasil se dirigían a la manifestación cantando “Nossa bandeira jamais será vermelha” (“Nuestra bandera jamás será roja”), en alusión a la enseña del Partido de los Trabajadores (PT).
Mientras una marea verde y amarilla tomaba las calles, las muestras de apoyo al PT de Lula y Rousseff fueron discretas y puntuales en algunas ciudades, con carteles, pintadas y pequeñas reuniones. El temor de las autoridades era que el clima de polarización que domina el debate político en Brasil provocase enfrentamientos violentos. Entre la multitud enfervorecida, una chispa puede causar un incendio. En Río de Janeiro, por ejemplo, tres jóvenes con camisetas rojas (el color del PT) fueron escoltados en un coche de la policía para evitar un linchamiento.
En 2013, Brasil también vivió multitudinarias protestas, aunque en aquel momento empezaron por la subida en la tarifa del transporte, y pronto abarcaron otras causas, como la calidad del sistema público de salud y la educación. Si bien aquellas movilizaciones mezclaron a brasileños de distintas orientaciones políticas y clases sociales, las marchas de 2015 y 2016 tienen un marcado tono anti PT.