Cacerolas, banderas, una particular “justicia” en busca de un fiscal, caretas como las usadas por activistas de “Anonymous” y hasta la sombra de la fragata Libertad estuvieron presentes en las protestas multitudinarias que sacudieron Argentina contra la política de Cristina Fernández.
Aunque aún no se han divulgado cifras, el seguimiento ha desbordado las expectativas de los partidarios de las marchas, que transcurrieron sin incidentes en Buenos Aires y en distintos puntos del país, mientras la presidenta permanecía en el interior de la residencia de Olivos, donde tuvo reuniones durante buena parte de la tarde.
La inseguridad, la inflación, la corrupción y las tentaciones de sectores del oficialismo de impulsar una reforma constitucional que abriría la puerta a una eventual reelección de Cristina Fernández y hasta el conflicto que mantiene retenido en Ghana el buque insignia, la fragata Libertad, están en el origen de una protesta que se gestó tras el éxito de otra similar, el pasado 13 de septiembre, convocada también a través de las redes sociales.
En Buenos Aires, la movilización más numerosa se concentró en el Obelisco, donde decenas de miles de personas hicieron batir cacerolas, botellas, bocinas, silbatos y hasta tambores, cantaron el himno nacional y corearon consignas contra el Gobierno.
La emblemática avenida 9 de Julio quedó sembrada con miles de papeletas bajo el lema “8N Yo me movilizo en defensa de nuestras libertades y derechos consagrados en nuestra Constitución Nacional”.
“Sí a la democracia, no a la re-re (en alusión a la reelección de Fernández)”; “Basta de inseguridad, corrupción”; “No soy su enemigo, sólo pienso distinto”; “Libertad sin aprietes”; “La Korrupción mata” o “Basta de inseguridad, personal y jurídica”, fueron algunos de los lemas más repetidos en los carteles y pancartas que portaban los manifestantes.
Coreando el himno y jaleando a los asistentes desde una furgoneta armada con un potente equipo de megafonía, Humberto Bonanata, exdirigente radical y gerente del grupo informativo Notiar, negaba cualquier vínculo político con la marcha.
“El vehículo lo he financiado yo a nivel particular”, insistía, mientras a pocos metros, un camión de la agrupación Solano-Lima, vinculada a la conservadora Propuesta Republicana del alcalde de la capital, Mauricio Macri, repartía miles de camisetas con el eslogan “8N, Yo estuve”.
“Somos de la Solano pero venimos de forma individual”, comentaba la joven Paula, vestida con una de las camisetas.
Muy cerca, Mabel coreaba consignas contra el Gobierno con otra camiseta que reclamaba la liberación de la fragata Libertad y que acababa de comprar a un vendedor ambulante por 50 pesos (unos 11 dólares).
“Todos juntos por La Libertad” rezaba la remera, “basta de odio, lo único que queremos es libertad y paz. Este es un país católico, no de corruptos”, clamaba Mabel.
Al pie del Obelisco, un muñeco gigante representando a la Justicia esperaba “un fiscal con coraje por mi independencia”, y un joven caracterizado como el ex jefe de Gabinete de Cristina Fernández repartía falsos billetes de cien pesos con el rostro del vicepresidente, Amado Boudou, -investigado en un proceso por corrupción- y la leyenda: “cien boudoues, inconvertibles de uso legal”.
“Este Gobierno ha hecho algunas cosas, pero juega en contra de los principios republicanos en temas como la división de poderes y tiene tres problemas básicos: inflación, corrupción y el avance sobre la justicia”, argumentaba Héctor Iribarren, de 80 años, que hacía sonar activamente un viejo silbato.
“Olelé, olalá, si este no es el pueblo, el pueblo dónde está”, gritaba Carolina, de 21 años, que acudió al Obelisco con un grupo de amigos para protestar por “la vulneración de las libertades individuales”.
Entre cacerolazos, himnos y pitadas, se filtró el ritmo carioca de la murga “14bis”, bajo la dirección de Ivo Holsinger, que se manifestó junto a algunos de los jóvenes del grupo porque “vemos que hay riesgo para las libertades y ahora se puede profundizar”.
Mientras una marea humana recorría la principal arteria de Buenos Aires, algunos aprovechaban para hacer su agosto particular vendiendo camisetas de recuerdo con la imagen de la fragata Libertad, banderas, refrescos e incluso azoteas.
Hasta 100 pesos por persona (unos 21 dólares) llegaron a pedir porteros de los edificios próximos al Obelisco para permitir a periodistas y curiosos observar la movilización con una vista privilegiada.