“En Colombia no hay crisis”. Fue lo único que me impresionó del discurso del Presidente Santos el 20 de julio, porque se sabía que en la instalación del Congreso de los Conciliadores se acercara a éstos sin molestar a la ciudadanía.
El propósito más o menos lo logró porque alabó la labor del Legislativo en los dos últimos años y porque dijo que el episodio de la contrarreforma a la justicia solo fue un tropiezo en su gestión razón por la cual no apoyaría revocatorias referendos y asamblea constituyente, porque se sabe cómo empiezan pero no como terminan.
Pero tampoco nada dijo de llevar nuevas reformas. Esto lo irán tanteando los tres poderes, amos y dueños de la democracia representativa, según evolucione el convulsionado ambiente
político en el Cauca, la seguridad en otras regiones sensibles al tránsito del narcotráfico y a la producción minero energética contaminada de ilegales, se relaje el ambiente con el engendro a la justicia, se afronte la crisis en el sistema de salud, y el impacto de la inflexión de la economía internacional en nuestro PIB.
También quedó claro que hay poco mea culpa en los congresistas. Uno de los conciliadores fue reelegido como Secretario General de la Cámara de Representantes.
Otro disputa la presidencia de una Comisión. La mayoría de la Unidad que votó por el engendro y que en 2011 eliminó los impedimentos para votar leyes y reformas, se quedó con las presidencias y vicepresidencias del Congreso, incluido el PIN, y con excepción de una segunda vicepresidencia para los Verdes de Lucho Garzón, que por fin le “permiten” abrazar la Unidad Nacional de Santos.
Un Congreso con algo de dignidad, con un mínimo de ética, y con algo de respeto por Colombia, debió elegir las mesas directivas de los 26 congresistas que votaron en contra de la reforma a la justicia.
Pero las mesas directivas ya estaban decididas hace dos
meses. Una burla más del legislativo a la ciudadanía.
El Presidente también expresó que la crisis en el sector de salud se afrontará introduciendo ajustes al modelo actual, sin cambiarlo. Esta posición marca un distanciamiento con la ciudadanía que pide una nueva Ley. Políticamente lo pondrá más
cerca del Frente contra el Terrorismo porque fue Uribe uno de los padres de la ley que se convirtió en engendro y porque en ocho años no hizo nada para reformarla a fondo.
Sin embargo, el Presidente debió cambiarla en los dos primeros años de gobierno, pero ahora es tarde porque su gobierno está de regreso. Remendar el sistema lo alejará del resto de las expresiones políticas y de la mayoría de colombianos indignados.
En otras palabras, este problema social se politizó, y quienes propendan por cambiar la ley 100 serán enemigos de la Unidad Nacional y del disidente Frente Contra el Terrorismo.
Pero el centro mediático del discurso fue la seguridad, cerró filas en torno a las fuerzas militares, recordó que hace 45 años ingresó a la marina, anunció el ingreso de su hijo al servicio militar en la base de Tolemaida, minimizó a los indígenas, y no interpretó los acontecimientos como una oportunidad para acabar la guerra.
El Presidente perdió la ocasión de ser más contundente en mostrar que muchos problemas son heredados, perdió el momento de mostrar lo que hay detrás del nuevamente convulsionado orden público y en ese contexto hacer una nueva lectura de los caminos a la paz y del papel de sus reformas para sacar a Colombia de la premodernidad. Sin embargo, adelanta un gobierno mejor que el anterior, pero lo desborda la realidad nacional. Veamos porqué.
Está pagando la ambición de ganar la presidencia a todo precio, arrastrado por la popularidad de Uribe, y por tanto arrastrando todos los problemas de una herencia cada vez más cuestionada.
Trajo como fórmula vicepresidencial a Angelino, y ahora éste apoya la Asamblea Constituyente del uribismo en contravía de la decisión del Presidente.
Pero lo más grave es el virus que fluye por todo el sistema circulante de la sociedad colombiana: el narcotráfico. Colombia siempre ha negado los verdaderos impactos de la actividad ilegal en el PIB y en el tejido social.
Lo ha circunscrito a un asunto de bandas criminales que ha contaminado la política, la guerra y las regiones, porque los
macroeconomistas del Estado solo aceptan un mínimo impacto en el PIB y dicen que esa plata se queda por fuera. La doble moral que se endilga a los Estados Unidos y a todos los países consumidores de Asia y Europa, tiene también una doble moral en Colombia.
Sin embargo, un cultivo cuya cadena productiva irriga cada año al sistema económico colombiano quince mil millones de dólares (en la W), y representa el 95% de la cocaína que se consume en Estados Unidos (El Tiempo), es el factor que alimenta, recicla y renueva la guerra sin fin de Colombia.
La razón del problema en el Cauca y en los demás departamentos productores de cocaína es la dificultad para sacar la producción de las últimas cosechas; y también el
deseo de una comunidad indígena hastiada de una guerra ante la cual siempre ha estado integralmente desprotegida del Estado y por lo cual no quieren en su territorio ningún actor armado. Basta mirar los documentales sobre el grado de destrucción de Toribio sin que nadie se haya dolido para reconstruirlo.
No entender el simbolismo que entraña sacar a los combatientes de su territorio, es una demostración de que la guerra está lejos de acabarse, refrendado en reciente comunicado de las Farc donde dice que no le interesa negociar con Santos a puerta cerrada, y por tantos hechos menores que llenan las páginas de los medios pero que son palos en la rueda a la paz.
Pero también insistir que solo las FARC infiltran las comunidades indígenas, soslayando el papel de narcotraficantes y paramilitares, es no aceptar que esta guerra sin fin se
desarrolla entre Estado, guerrilla, bacrim y narcos, como lo analiza Molano en sus recientes crónicas para El Espectador. Por todo lo dicho, tiene razón Mockus cuando dice que el poker de Santos está agotado.
En medio de un ambiente político inestable y siempre enrarecido, el juego para las elecciones del 2014 ya empezó. Intuyo el surgimiento de una Concertación Independiente
que se abrirá paso a partir de la contrarreforma a la justicia, de la resistencia que genera la disidencia uribista, el debilitamiento del gobiernismo, la próxima división de la U, y sin saber a donde vaya el cada vez menos confiable y decaído Partido Conservador.
El desmadre nacional y el inmediatismo político se debe a la decadencia de los partidos que se convirtieron desde el Frente Nacional en maquinas para ganar elecciones, sin diferencias programáticas y con un débil y deformado contenido ideológico sin proyecto de nación.
Teniendo las Elecciones como fin de la acción política, ideológica y programática, el clientelismo y la corrupción se entronizaron como parte de la cultura burocrática y de la gestión público – privada.
Por lo dicho y mucho más, la democracia representativa está debilitada. Cuando se termina un ejercicio electoral los ganadores salen a recuperar lo invertido, a tomar aire para la próxima campaña, y los perdedores a reencaucharse para las siguientes elecciones. Entonces, la práctica política se organiza en torno a una obra de teatro: Las Elecciones, la cual cambia de actores pero no de libreto. Entonces, todos piensan únicamente en el próximo debate electoral, y se organizan para ser durante pocos meses “rivales” unos de otros. Al final, los perdedores son convocados a una Unidad, la mayoría dejan a un lado la rivalidad y las tibias diferencias ideológicas y programáticas, y los vestigios éticos desaparecen.
Al tener como fin de la política las Elecciones, los fines superiores quedan a un lado y todo se convierte en una lucha de medios para repartirse el poder. Basta recordar lo sucedido cuando Santos ganó las elecciones: todos, con excepción del Polo de Petro y de Clara López (ahora en orillas opuestas), están en el alto gobierno gozando del poder.
La esperanza de la Ola Verde desapareció, sus tres millones setecientos mil seguidores fueron olvidados y dejados a la orilla por sus dirigentes: Mockus y Peñalosa se fueron sin decir adiós, y Lucho Garzón, el solitario presidente de los Verdes Biches, continúa diciendo que son la parte prudente de la Unidad para disimular sus ganas de puestos a la medida de los contados congresistas que le quedan, porque la pequeña bancada Verde
está rota, y porque Fajardo está dedicado a hacer otro excelente gobierno, no sin antes haberles dicho que debían estructurarse como partido, con un centro de pensamiento, y no solo como efímera instancia electoral.
Así las cosas, parece abierto el espacio para que una Concertación de Indignados Independientes, abierto a nuevas generaciones, a nuevas voces y no contaminado, se ponga en marcha, porque los centros de la Unidad y del Puro Centro Democrático, pero menos el Polo, y el desvertebrado Partido Conservador, copan el escenario político.
Todo lo dicho puede cambiar dependiendo de la decisión de la Corte Internacional de la Haya sobre el diferendo territorial con Nicaragua. Por si las moscas, preparémonos para el siguiente negocio mediático: “guerra en el Caribe”, tal como anuncian “guerra en el Cauca”.