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Colombia para Dummies


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Vamos mal, muy mal. Cada vez se nos hace más difícil entender y asimilar nuestra cotidianidad. Las noticias superan con creces la ficción. Un nuevo escándalo anula el escándalo anterior y, finalmente todo termina convertido en una simple anécdota. Así se construye nuestra torcida realidad.

Aunque vendemos democracia, manda un Procurador con un código de ética deshumanizado. Un rey medieval descontextualizado del avance de la realidad socio cultural del país. Un temerario conservador con un discurso pobre sobre principios y moralidad. Sin embargo a muchos les encanta y se alimentan de la controversia que el grueso señor genera.

El Presidente Santos se ha posesionado en su segundo mandato con un propósito de paz. Su consecución ha sido un monólogo expuesto en dos escenarios simultáneos y antagónicos. Las mesas de trabajo en la resucitada Habana van por un lado y los sucesos del país muestran otra cosa: el fuego y los ataques a la fuerza pública y la población civil se han mantenido activos.

Más allá del socialismo de vitrina que exhibe la guerrilla, son los cultivos ilícitos, junto con el negocio de las armas el soporte de su actividad económica. El secuestro, si bien sigue ejecutándose, representa la única tapa disponible para cubrir y exhibir el caldero humeante de despojos humanos que mantienen a fuego bajo en gran parte del territorio nacional, mal llamado monte.

Los periodistas y la industria de la prensa (una de las más prósperas del país) funciona como el brazo expiatorio y judicial de la policía cuya interacción en la cotidianidad va más allá de informar con objetividad, y más bien se dedica a buscar aquello que satisface la fiel audiencia que como circo romano, sé complace al ver desde el palco, cómo los leones, muerden y desangran la frágil humanidad.

Informar más allá de ser un acto de impecable responsabilidad, desde hace décadas se ha convertido en un negocio jugoso y sucio que alimenta la insaciable codicia de un país chismoso en donde todo se puede convertir en noticia. Semanalmente todos los sucesos, independientemente del calibre que tengan, son filtrados y seleccionados, posteriormente editados y reescritos con tinta amarilla. Finalmente publicados con el despliegue de pasquines en época pre-electoral. Asombrosamente, los medios vocacionales y honestos son los que menos difusión y demanda tienen.

Por más transmisiones en directo emitidas desde la alta guajira o desde el olvidado Amazonas, a Santos nadie le cree porque su discurso está hecho con palabras ausentes, tienen forma, pero no contenido. Su mirada muestra un cálculo matemático entre lo políticamente correcto y la conveniencia pública. Su imagen es una de sus mayores preocupaciones. Él es un burgués de exquisitas maneras que se reúne en los centros sociales, habla de negocios entre iguales, llega a la oficina, saluda a la secre, atiende clientes nacionales y extranjeros interesados en el negocio multinacional llamado Colombia y finalmente se va a dormir tranquilo, excepto cuando el costo de una acción en el mercado bursátil empobrezca o devalúe sus inversiones.

No se puede invocar al Santo sin pensar en dios. A lo contrario de judas, este caudillo hegemónico representa la obstinación y convicción de las palabras, en donde cada párrafo o discurso, anuncia el verdadero reino de los cielos, siendo El y únicamente El, la presencia divina que viene a salvarnos del pecado de haber nacido y vivido en estas tierras.

Liberales, conservadores, radicales, de la U, verdes y ahora farcistas y elenos, sin importar el tinte ejecutan intereses particulares por encima del discurso de nación. Detrás de cada partido, más proliferados que maleza en época de lluvia, se ejerce una disfrazada dictadura a la cual le cambian el rostro cada cuatro años. Unos más descarados, colocan a sus familiares como fachadas de sus “refinerías”. La formación es lo de menos, el cartón se compra en cualquier esquina. Con el avance positivo de la ley de protección animal, estoy seguro que pronto estaremos viendo un caballo de paso fino o el perrito de pedigrí que casi habla administrando el rubro público. De hecho el comportamiento animal nos enseña cuán torpe somos aun.

Finalmente, la anhelada soberanía amanece con un color diferente cada día. Hoy, son los niños de la península marginada por el pecado de su riqueza minera, en cuyo entorno existe un pueblo apodado “la mina”, edificado con altos estándares de calidad de vida, habitado por las familias que viven de dicha actividad, en contraposición a la miseria generalizada de la zona. La explotación minera es igual que las millonarias regalías repartidas en todos los rincones del país cuyas riquezas en sus suelos o ubicación estratégica, sirven de plataforma para facilitar el paso de la gracia de la tierra.

El lente inteligente convertido en Dron, cual mosquito gigante, seguirá el camino que conduzca a la escena, para días más tarde, trasladarse a otro lugar en el Cauca o el pacifico donde fueron impactados unos soldados, horas después, en un barrio en condiciones subnormales de la capital, un hombre enceguecido mató a su pareja y sus tres hijos porque no contaba con los medios de manutención, al anochecer, la cámara voladora se viene a la costa atlántica para grabar el carnaval, mientras en la misma ciudad a la misma hora, un hombre en estado de embriaguez, mata a su suegra, porque llego y no encontró a su esposa en casa…

El panorama descrito va acompañado de la presencia de la ley en juicio y del gobierno departamental o nacional. Siempre dependiendo de la magnitud de los hechos y el morbo que puede despertar la historia. Inmediatamente los “Brokers” que comercializan la información, la colocan en el mercado de la bolsa noticiosa. Que a lo contrario del devaluado peso, se cotiza diariamente con una rentabilidad mayor que la de cualquier negocio ilícito.

Estas líneas probablemente serán estériles, porque entre otras cosas, representan a manera de tuttifrutti la trillada cotidianidad. Sin embargo todo ciudadano en el ejercicio de sus derechos y deberes, fundamentados en una patria que ostenta democracia, debe saber que tener paz, entre un quinteto de obligaciones estatales no negociables, es una obligación. Es muy fácil escribir y denunciar la situación pública de un país que parece un compendio infinito de sucesos que no alcanzan a ser cubiertos por la capacidad noticiosa.

Principalmente hoy, cuando todo el mundo es comunicador en potencia, presto a tocar el botón digital que graba los hechos.

La Soberanía no es un premio, ni una bandera proselitista, mucho menos una batalla del bien sobre mal. La soberanía simboliza la sangre que mantiene en pie un organismo llamado nación.

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