La próxima segunda vuelta presidencial entre Santos y Zuluaga, nos convoca a los abstencionistas activos a ejercer el pragmatismo inmediato -no se trata de desperezarse y salir del chinchorro como piensan muchos, que se entienda bien que abstenerse no es inmovilizarse-. Cual monjes conscientes de incurrir en el pecado, concurriremos a las urnas para sufragar, esta vez, con una certeza absoluta, errar estruendosamente in fraganti.
Como dice una querida amiga, “la cita electoral del 15 de junio me recuerda una escena de la película Cidade de Deus, cuando ‘Zé pequeño’ le da a elegir al niño de la nueva pandilla si quiere el tiro en la mano o en el pie”. Pese al seguro riesgo de sufrir una herida de gravedad, en estas elecciones la alternativa es sufrir el tiro en la cabeza y morir en el acto, o bien aceptar recibirlo en alguna de las extremidades. No solo podemos cagarla, también podemos salir heridos, aunque aún con la opción de seguir con vida, o bien, de postergar la muerte.
Ir a votar es un acto de libertad, no ir también lo es. Pero esto no parecen entenderlo quienes posando de demócratas se desgañitan acusando a los abstencionistas de irresponsables, indiferentes, brutos, insensibles, vociferan reclamando el voto obligatorio y los chantajes morales con sentencias como “después no se atreva a quejarse”.
Para todos ellos una nueva amenaza parece atacar a Colombia, aunque no es una maldición tan nueva, la abstención en los últimos 15 años ha tenido un promedio que oscila en el 50%, con un pico para este 2014 del 60%. Lo más hipócrita de estos reclamos es que ahora, de modo desesperado y presionados por la coyuntura electoral que ofrece como opciones una derecha neoliberal y una derecha neoliberal tenebrosa, cavernaria y con gatilleros a sueldo, salen a exigir de los abstencionistas el respaldo para “salvar a la patria”.
Es verdad que la segunda vuelta será un plebiscito sobre el apoyo a las conversaciones de La Habana y un rechazo a las masacres y fosas comunes uribistas, asunto además crucial para la historia de un país que no ha logrado avergonzarse de su propia carnicería. Pero es falso que esta convocatoria sirva para socorrer al país, el dilema que plantea es elegir con miedo a Uribe o con miedo a las FARC, así han planteado estúpidamente la campaña los candidatos.
Y por supuesto que por salud mental es preferible votar a Santos, por miedo a que vuelvan las tinieblas criminales de Uribe, que por miedo a unas FARC sentadas en una mesa de diálogo y con voluntad de paz. A una situación un tanto similar se vieron enfrentados los anarquistas catalanes en las elecciones de 1931 y 1936 en España antes de la guerra, en las que decidieron suspender circunstancialmente su abstencionismo para conservar, con un explícito sentido de pragmatismo, el escenario político de la República.
Lo cierto de todo esto es que se trata de unas elecciones sin esperanza. La misma que las mayorías de Colombia perdieron cuando se dieron cuenta que salir a votar nunca ha influido en los procesos políticos, y menos en la esperanza de que los políticas puedan influir en el respeto a sus derechos. La paz, debemos tenerlo muy claro siempre, es una permanente construcción social, una responsabilidad ciudadana que está más allá de la gestión de un politiquero profesional.
Colombia no solo se ha derechizado bajo la propaganda sucia del miedo y los odios, se ha convertido en un país de batalladores solitarios como dice Gómez Buendía, testigos diarios de las afrentas y los oprobios a su propia existencia y a la de sus familiares y amigos, en tal escenario adverso fácilmente se ha vuelto una virtud moral delinquir y ser avivatos.
Cuando aquellos ciudadanos, que hoy son nuestros abuelos, eran fieles a los partidos fueron conducidos a la degollina, cuando participaron en una fuerza independiente fueron acribillados, cuando hoy salimos a marchar somos criminalizados, cualquier intento de acción colectiva organizada ha sido perseguida. La historia de Colombia no es más que un cruel hostigamiento al disenso. Estados de Sitio, Estatuto de Seguridad y Seguridad Democrática han sido instrumentos infames y violentos.
De ahí que mucha gente noble y no violenta, termine depositando su confianza en los esfuerzos individuales de sus músculos y en las intuiciones de su corazón, atomizados, con las ilusiones apenas invertidas en su gente cercana. De estos hechos vienen también fecundadas las raíces de la abstención.
Hoy la izquierda en Colombia somos dos millones de espíritus atentos, más los abstencionistas activos y de izquierda, que no se sabe cuántos somos porque la abstención es vista como ese fango amorfo e indecente que parece ser el culpable de aguar la fiesta de la democracia. Los abstencionistas, parece ser, ahora somos más villanos que Soner Ertek, el jugador que le rompió los ligamentos a Falcao.
Lo paradójico es que parecen lanzarnos el peso de la responsabilidad para iluminar como un relámpago las tristes tinieblas colombianas, y lo curioso es que para estas elecciones ese será un relámpago que no transformará nada, nos mantendrá expectantes y frustrados esperando un trueno que no llegará, excepto mantener los diálogos con la guerrilla que no es poca cosa; una ilusión de paz que palpita en los deseos políticos de muchos ciudadanos, por eso debe insistirse en que la paz no es monopolio de los candidatos.
En estas circunstancias es entendible la indiferencia, y a su vez, la decisión de muchos ciudadanos de adherirse ciegamente a la única apuesta colectiva que les ha otorgado algunas ínfimas alegrías, la selección colombiana de fútbol. Apoyar la selección también es asumir el riesgo del fracaso y la decepción, la diferencia es que no tendrán la certeza absoluta, como en estas elecciones, de realizar una triste escogencia equivocada de antemano, porque en el fútbol aún existe la magia repentina del azar que podrá inflarnos de esperanzas y hacernos desatar los gritos alegres que nuestras vidas merecen.
Pero si queremos deleitarnos con otros esfuerzos que nos aseguren el triunfo, es mejor detenernos en dos alternativas confiables: apoyar y hacernos seguidores e hinchas del ciclismo colombiano, hermosa fuente inagotable de victorias; o poner en marcha nuestra solidaridad junto a vecinos, colegas y amigos y defender de modo organizado nuestros derechos.
El despliegue victorioso de Quintana en aquella etapa 16 del Giro D’Italia, entre montañas nevadas de osos pardos, leñadores tristes y águilas que vuelan y que no son negras, hace pensar que en las disputas que trae consigo esta existencia, la confianza en nosotros mismos hace parte de la energía para actuar y vencer. Votar contra el terror y la mentira cínica el 15 de junio, es una tarea inmediata para otorgarle continuidad a los diálogos de La Habana, un escenario que todavía está a la espera de la participación de los amplios sectores de la sociedad.
Muchos y muchas abstencionistas continuaremos haciendo política por otros medios y desde abajo, en la calle, en los movimientos sociales y políticos que alientan la conquista plena de nuestros derechos, haciendo cine, cultivando, en la academia, en el periodismo, en la literatura, en el cuidado mutuo, en la vida diaria.
Nos verán en las calles movilizados, organizados, con convicciones inexpugnables sobre la necesidad de la justicia social, bajo la lluvia, cargados de valentía, con los tozudos pies insistiendo en la construcción de la paz, junto a las víctimas con la memoria viva de sus muertos y desaparecidos que son también los nuestros, desafiando las penas de la historia, con sonrisas, sin garganta de tanto gritar, empuñando banderas y consignas, con nuestros corazones vibrando y con la firme certidumbre de que la lucha por la paz es irreversible.
La lucha es hasta el final, que se lo pregunten a Nairo Quintana, que nos sirve hoy de metáfora.