Por Alex Quessep | @alexquessep El mejor escenario que podemos compartir con nuestros semejantes es la cotidianidad. El consumismo nos vende un imaginario de placer y bienestar, como si el esparcimiento y los momentos de felicidad fuesen un lugar o un hacer determinado.
Vivimos tiempos complejos, saturados de un comercio desechable que nos crea necesidades permanentes. En contraposición terminamos comprando carestías y frustraciones por no poder alcanzar los ideales frívolos y amargos con los que nos endulzan la mirada. Fortalecer la convivencia es convertirla en una estancia armoniosa que se inicia en donde terminan nuestros compromisos laborales.
Podemos enriquecer nuestro espacio personal y colectivo con lo que nos gusta escuchar, ver, tocar, oler, la forma como nos acomodamos y descansamos. Nuestras pertenencias se convierten en falencias si conjugamos el verbo tener con los dictámenes inventados por el consumo que busca crearnos y vendernos lo innecesario. Su oferta es permanente, seductora y mentirosa. Sus resultados se evidencian en una acción articulada: lo tengo, lo uso, me hastío o se daña y vuelvo al inicio.
La elaboración de un Sanduche o una cena especial, nos conducen a una aventura de maravillosa torpeza e inesperadas virtudes. El condumio de “todos en la alcoba, colchonetas y demás” para ver el deporte favorito, el drama o la película de terror, transforma el espacio en una gran sala de cine, aunque no tengamos Home teather y la TV sea obsoleta con solo seis meses de uso.
Un libro, lecturas esporádicas o noticias compartidas son el mejor portal de internet, en donde cada quien interpreta lo que observa acorde con su edad, formación y percepción.
Las riñas también forman parte de este auténtico escenario, convirtiéndolas en el pulmón necesario para airear la neurosis del día a día. Saberlas discutir sin deseos de maltrato e irrespeto a la otredad representa uno de las mayores aprendizajes que nos aporta la convivencia.
La construcción de un espacio familiar es la conjunción de encuentros y desencuentros que hacen del día a día la gloria o la condena. Saber reconocerse y reconocer a cada persona en el entorno de convivencia, nos delimita un entorno de responsabilidades y libertades. “Un quiero hacerlo, por encima del me toca”, se inicia cuando arreglamos la cama, barremos la cocina o lavamos la loza. Tener conciencia de ello, es el giro que en una misma acción genera resultados positivos. La imposición como herramienta autoritaria, es el disfraz con el que vestimos la torpeza emocional cuando no sabemos cómo repartir o asumir deberes comunes.
La familia no se define por consanguinidad aunque en el papel se encuentre registrado el parentesco. La familiaridad es un núcleo de afecto que se expresa por la buena voluntad de querer, ser y estar en ese colectivo de símbolos compartidos.
Son nuestras acciones el fundamento del primero y más importante centro de formación que tenemos: EL HOGAR, sea este, la casa, la pensión, un albergue o cualquier lugar que nos permita y ofrezca permanencia.