Muchas veces dejamos para más tarde todo lo que supone un esfuerzo a corto plazo. Ir al gimnasio, estudiar o hacer la colada pueden esperar a mañana. ¿O no? La pereza es habitual en personas impulsivas que se guían por su estado de ánimo a la hora de tomar decisiones
Hace frío fuera. El sofá está blandito. ¿A quién le apetece salir a correr? Si nos preocupáramos más por los efectos a largo plazo y menos por el esfuerzo inmediato, nadie dudaría en hacer deporte. Los expertos hablan de proastenia o procrastinación –sinónimos de pereza– para definir un estado de bajón energético que nos hace postergar o evitar ciertas actividades.
Esta actitud surge a raíz de una falta de motivación interna. “Si un hábito se convierte en obligación, es porque no estamos motivados”, señala el psicólogo Rafael Gómez, vicepresidente de Mentes Abiertas. El tengo que hacerlo nos presiona, pero sirve de poco cuando no hay fuerza de voluntad.
¿Nace o se hace?
La pereza no es un rasgo de personalidad. “Es un hábito adquirido. Los factores biológicos o de personalidad pueden influir, pero no son determinantes”, explica Bárbara Tovar, directora de la Clínica Bárbara Tovar. No obstante, el tipo de educación que recibimos tiene un efecto crucial en nuestros modelos de conducta. Así lo afirma la psicóloga:
“Los estilos educativos basados en la sobreprotección suelen desarrollar hábitos de pereza en los hijos. Los autoritarios, en cambio, serán perjudiciales para otros asuntos pero no para el tema de la disciplina y el esfuerzo”.
Los perezosos se arriman a conductas con efectos beneficiosos hoy y efectos perjudiciales mañana. “A corto plazo te libras del esfuerzo de estudiar, pero a largo plazo te sientes culpable o no consigues tus objetivos”, matiza Tovar. Si creemos que la meta está muy lejos o es inalcanzable, nos cuesta mucho perseguirla.
“No nos van bien los proyectos a largo plazo porque no logran mantener una conducta. Nos fijamos demasiado en la meta y no disfrutamos del proceso”, afirma Gómez. El perezoso quiere conseguir su objetivo cuanto antes y sin esfuerzo. “Hay una motivación extrínseca, un refuerzo social, ya que la gente de fuera sí ve el resultado pero no el proceso”.
Las emociones dictan nuestro comportamiento
Es frecuente que las personas perezosas se dejen llevar por el razonamiento emocional. “Toman decisiones en función del estado anímico que tienen. Es decir, si hoy me levanto regular abandono mis objetivos“, explica la psicóloga.
Según Tovar, quienes tienden a la pereza “no visualizan las consecuencias positivas de su acción, que es lo que hace a una persona resistente”. Centran su atención en el precipicio y no en el horizonte, lo que genera desmotivación.
A veces se esfuerzan en aquello que les da placer, pero no saben encontrar placer en la satisfacción de haberse esforzado.
Cuestión cultural
Otro de los factores que fomentan la pereza tiene que ver con la cultura occidental. Según Tovar, las culturas orientales valoran el esfuerzo como algo muy positivo que nos ayuda a crecer y fortalecernos. No ocurre lo mismo aquí.
“Tendemos a evitar o retrasar la sensación desagradable de hacer lo que no nos apetece.Hemos cogido manía al esfuerzo, sin darnos cuenta de la cantidad de beneficios que nos reporta”.
Pensar en vacaciones suele ser pensar en nosotros mismos tumbados en una hamaca, con una caipiriña en la mano y en actitud pasiva. “Luego te das cuenta de que eso no siempre es lo que más feliz te hace. De hecho, a mucha gente se le cae el mundo encima cuando no tiene nada que hacer”, afirma la psicóloga.
¿Dónde está el límite?
La pereza más peligrosa es aquella que condiciona nuestro comportamiento y nos impide llevar una vida normal. Su vertiente patológica deja algunas necesidades básicas sin cubrir.
“Si yo por pereza no me relaciono o no busco trabajo, tengo un problema”, matiza el vicepresidente de Mentes Abiertas.
Muchas personas han tirado la toalla en la búsqueda de empleo. “Están realizando un esfuerzo tan grande que su motivación intrínseca se está desgastando”, apunta Gómez.
¿Por qué no lo consigo? “Hay creencias irracionales asociadas: no estoy capacitado, no tengo cualidades o no me lo merezco”, añade. La difícil situación económica repercute en la autoestima y en el estado de ánimo de la gente.
Fuente de insatisfacción
Nuestra vida personal y profesional puede verse afectada por la filosofía del deja para mañana lo que puedas hacer hoy. ¿Cómo repercute en la salud psicológica de los más vulnerables?
Daña su autoestima. “No me creo capaz de conseguir mi objetivo”, señala Gómez. “Tengo baja confianza en mis recursos personales”, añade Tovar.
Provoca insatisfacción personal, apatía y sensación de vacío.
Hace que abandonen pronto sus objetivos. “En general, tienen una amplia historia de fracaso detrás”. No confían en su capacidad para sobresalir y consideran que no tienen fuerza de voluntad.
Los perezosos patológicos perciben la vida como muy costosa y las actividades como obligatorias. “No disfrutan de ellas porque creen que implican mucho esfuerzo”, explica Gómez.
La pereza puede estar asociada a la depresión y otros trastornos de ansiedad. El paciente muchas veces es incapaz de seguir las pautas conductuales que le recomienda su psicólogo a causa de un “estado de desgana y apatía” que le domina.
La personalidad también juega su papel. Los ‘pasivo-agresivos’ suelen manifestar una actitud perezosa. “No hago nada pero me quejo, estoy incómodo con esa falta de acción”, explica Gómez.
Pereza en su justa medida
Rafaél Gómez incide en la necesidad de no crear expectativas irreales. “Conseguir objetivos requiere un coste, un esfuerzo que cuesta mantener en el tiempo”. Hay que tener esta premisa muy presente. Estos son los consejos de Bárbara Tovar para controlar la pereza:
Funcionar por objetivos, no por estados emocionales.
Fijar metas alcanzables que garanticen el éxito a largo plazo. “Esos pequeños objetivos servirán para ganar confianza y romper la teoría del fracaso previo”.
Establecer plazos. “Hay que buscar un espacio del día para poder hacer aquello que nos cuesta hacer”.
Buscar apoyo social. Compartir nuestra actividad con otra persona o comprometerse con alguien que tenga una actitud activa. “Puede ser una forma de motivarnos”.
Eso sí, hay que intentar no llegar al extremo contrario: “La rigidez más absoluta, el sí o sí sin contemplar ninguna excepción que me lleve a posponer. Hay que alcanzar el equilibrio”, concluye Tovar.
Con EFE Salud