Cumbres Borrascosas, la opinión de Jaime Polanco

En estos días se celebra en Panamá otra “cumbre”. Una más dentro de la agenda de encuentros políticos internacionales que siempre se anuncian con gran expectativa, pero que en la mayoría de las ocasiones, dejan más frustraciones, que avances. Columna de opinión de Jaime Polanco.

La presencia de jefes de Estado de Norte, Centro y Sur América y también líderes empresariales y dirigentes de organismos multilaterales que financian el desarrollo de nuestros países, podría significar una oportunidad para dar pasos firmes para beneficio de esas naciones, pero como casi en todas estas cumbres, la agenda, tiene poco valor; es casi nulo el impacto que logran las declaraciones consensuadas, las fotos de familia con sonrisa forzada, y las reuniones entre empresarios y representantes de la sociedad civil que no redundan en ninguna acción concreta.

Lo que sí tiene valor, es la política de pasillo, las reuniones a puerta cerrada, los compromisos no escritos, los gestos entre mandatarios. En Panamá el hecho más destacado será la foto que le dará la vuelta al planeta, la del Presidente Barack Obama estrechando la mano del líder cubano Raúl Castro. La imagen afianzará ante la opinión pública mundial, el comienzo del final de la guerra fría en América Latina. Y será inevitable entonces, la pregunta sobre la situación en Venezuela.

Habrá ansiedad por el posible cruce de las miradas del Presidente Nicolás Maduro con varios mandatarios presentes. El distanciamiento entre EEUU y Venezuela después del último regaño y las amenazas de sanciones por tierra, mar y aire del vecino del norte, y las escasas o nulas posibilidades de llegar a un consenso político por los diferentes intereses regionales que tienen los amigos de unos y otros, de esa no se salvará Colombia, que tiene una extraña relación de amor y odios con el país vecino.

Alguien tendrá que valorar el papel que están jugando los ex presidentes regionales en los diferentes conflictos, muy especialmente el de Venezuela, que amerita un consenso mayor entre las partes y menos voluntarismo sin acción. Felipe González, Fernando Enríquez Cardoso, Andrés Pastrana, Felipe Calderón, entre otros, están robando la iniciativa y demostrando que también, desde su posición como garantes de la sociedad civil, pueden y quieren pedir a los administradores de las malas prácticas democráticas que cambien y den un giro de libertad a sus políticas de gobierno.

Quizás sirva esta cumbre para constatar las ya importantes diferencias entre Cuba y Venezuela en el posicionamiento geoestratégico de cada uno. Y también para comprobar los niveles de corrupción de México, Chile y Brasil. Este último constituye un interrogante, pues su Presidenta llega con la más baja tasa de popularidad después de un mundial de fútbol desastroso para sus intereses, un descrédito profundo entre la sociedad por los últimos escándalos de corrupción que han puesto contra las cuerdas la capacidad de gestión de gobierno de partidos populistas.

Y por si fuera poco, los gurús brasileños de momento, están llevando la economía a unos crecimientos prácticamente planos, anulando cualquier intento de desarrollar el país conforme se lo demanda la sociedad. ¿Querrán estar del lado de los países con vocación de desarrollo regional o cerca de los que tienen inquietudes, digamos, más bolivarianas?

Adicionalmente, esta cumbre de Las Américas puede ser útil para corroborar que la economía de la región no va como todos esperaban y que problemas económicos y políticos están haciendo perder la buena fe de todos esos millones de ciudadanos que han pasado a engrosar las estadísticas de la clase media latinoamericana.

El ideal sería que primaran los asuntos estratégicos, que se hablara con franqueza de los temas que importan a la región y que se puedan visualizar planes concretos de futuro. Por esto hay que pedir que las cumbres se desarrollen de manera distinta, con participación de los verdaderos protagonistas y con agendas que cumplan objetivos concretos, así no sean consensuadas. Cumbres que devuelvan la credibilidad a la clase política y que con visión de Estado ayuden a que el lema “Prosperidad con Equidad” sea una realidad.