De la conciliación a la complacencia

Admiramos la decidida actitud presidencial de elegir y llevar a la práctica la conciliación como principio rector de muchas de sus acciones, en un país como Colombia, donde la violencia se castiga con mas violencia; donde ella se presenta en todas las formas imaginables y en escenarios que van desde lo doméstico hasta las manifestaciones gigantes de los crímenes de lesa humanidad.

Mucho dolor, mucho llanto, mucha sangre ha bañado nuestro terreno patrio. Se ha trocado la firmeza por la imposición; la claridad por el insulto. Impera la audacia del vivo sobre el actor respetuoso, y se celebran la trampa y la trapisonda como muestras de arrojo y valentía.

La inteligencia, el ingenio, la creatividad, con frecuencia están al servicio de la burla de la norma, del irrespeto a los preceptos ciudadanos, del quebrantamiento del cerco protector de los derechos humanos.

En este panorama que sirve de contexto, a cambio de mas violencia, la conciliación como paradigma y como acción, reconforta, tranquiliza, invita a la reflexión y a la transigencia. Es sugerente de limar aristas, de quitar decibeles a las estridencias; considera al otro y a los otros; da preferencia a la melodía compuesta por la variedad de notas, y a las ondulaciones flexibles que llenan el lugar de la intransigencia ruda y burda de la verticalidad castigadora y vengativa.


La conciliación, el arte de buscar las coincidencias entre opuestos, la cercanía, el parentesco, el hilo común oculto a la tozudez y a la arrogancia, tiene una línea sutil que la diferencia de la complacencia como el ejercicio de quedar bien con todos para lograr acuerdos por el camino fácil.

La complacencia es repartición de miel y mermelada para ocultar el sabor amargo y la textura dura de algunas decisiones y sus consecuencias. La complacencia debilita objetivos y los distorsiona hasta llegar a cambiarlos. La complacencia como ese sí espontáneo más visceral que reflexivo, expresa las necesidades de quien lo pronuncia, antes que la finalidad de un proceso. La complacencia es una colcha de retazos compuesta por posturas artificiales sin identidad y sin fuerza, que evidencian debilidad que da vía libre el anhelo de otros que desangran sin consideración en su propio beneficio.

La sabiduría de los límites sin violencia oportunamente colocados, trae parabienes, aumenta la credibilidad, la confianza y el respeto hacia su autor o autores.

Los límites no violentos, delinean la figura de la conciliación en su esencia ética y estética; forman con ella un solo cuerpo estructurado y sólido, que a mediano o largo plazo gana respeto y credibilidad aún de los ambiciosos que inicialmente han querido torpedear la línea de ruta del acuerdo o de la conciliación.

Señor Presidente, si no se aparta de su centro, si es fiel a su estilo personal, sin esfuerzos de imagen, con el aire cálido que parece suyo, sin impostar gestos informales, esté seguro que conseguirá más fácilmente los votos que persigue.

¿Qué opina usted, señor presidente?