No hay ninguna razón como sociedad y como estado para que Colombia no haga la paz. Es un propósito al que todos los colombianos debemos acompañar al Presidente Santos, y aislar a quienes quieren que la desgracia se perpetúe y la guerra continúe.
Cualquiera sea la cifra de víctimas de la violencia en Colombia, estas son aterradoras: 5.000 o 10.000 secuestrados por las guerrillas, muchos más los descuartizados y desaparecidos por las AUC y por los paras, en total 300.000 o 500.000 muertos, 4 o 6 millones de desplazados, no son más que el reflejo de una sociedad que cayó en la demencia, que se acostumbró a la barbarie, y que algunos no quieren que termine porque con el pretexto de la guerra se robaron millones de hectáreas.
Narro dos episodios de esta guerra para reafirmar porque debemos hacer la paz, y termino con una reflexión sobre la sociedad, la economía, y las instituciones que debemos construir en el posconflicto.
Secuestro y muerte de un empresario: ficción o realidad, ocurrió hace más de 20 años
Alguna vez escuché la terrible narración de una hija cuyo padre murió durante un secuestro hecho por el EPL (ejército popular de liberación) – algunos de cuyos miembros conformaron luego las primeras tropas de las AUC (autodefensas unidas de Colombia) -, pero fue un guerrillero de las Farc quien le confirmó que el señor había muerto en un combate con el EPL.
Lo macabro de la historia como macabra es la larvada guerra de Colombia, es que el señor murió a los ocho meses de secuestrado, y luego, durante cuatro largos años se continuó engañando y chantajeando a la familia a pesar de que en los días en que fue asesinado corrió el rumor de que había muerto. Es lo que siempre hemos leído y escuchado: la negación y la resistencia de las familias de no aceptar la muerte hasta tanto no haya la evidencia.
En medio de esos años de sufrimiento, la misma hija fue detenida en algún aeropuerto porque resulta que su padre secuestrado tenía un homónimo que resultó ser un narcotraficante. Entonces, las “autoridades” la detuvieron por ser la “hija” del traqueto y para que les informara dónde se escondía. En ese momento el papá de la detenida ya había muerto.
Esa es la mezcla de esta guerra de tantos engendros: guerrilla, narcotraficantes, autoridades erráticas, guerrilleros que se volvieron paramilitares, militares que se fueron a las autodefensas y después a las bandas de los paracotraquetos.
Pero ya conoceremos historias de paras que se convirtieron en guerrilleros, de infiltrados de uno y otro lado que nunca volvieron, de traficantes de armas, y no sería raro conocer la narrativa de algún miembro del ejército que terminó en la insurgencia, porque así son las guerras, donde todos los desvíos son posibles.
La historia termina, cuando un guerrillero de las Farc, en una de las tantas reuniones donde supuestamente se entregaría al papá, le dice a la hija: “yo sé dónde está….”…… Semanas más tarde organizaron la entrega de sus restos y así pudieron tenerlo aunque sea para enterrarlo. Como estas hay cientos de historias desde cuando secuestraron y mataron a Oliverio Lara. Familias de altos ingresos que jamás volvieron a ser lo que algún día fueron.
Este es uno de los tantos círculos que ha tenido la violencia en Colombia: EPL, Farc, AUC, narcotraficantes, ausencia y errores de las fuerzas de seguridad del estado.
La Operación E y los siete hijos de Crisanto Gómez: una historia que empezó hace 11 años y que no termina
Hasta el día que Pastrana se negó a llevar en el avión presidencial a Ingrid Betancur y a Clara Rojas a San Vicente del Caguán, ya habían transcurrido más de cincuenta años de violencia en éste país de tanta tristeza y de tanto silencio. Desde ese momento empieza la tragedia de Clara y de muchos más.
No sé si todo sea verdad, si hay ficción o también mentiras, porque así son los conflictos armados, la película Operación E, que luego de tanta pugna mediática entre la mamá de Emanuel, el director de la película, y la justicia colombiana, al final la pasaron en Colombia sin pena ni gloria porque la presentaron en escasos teatros y porque a los pocos días la sacaron de cartelera, como ocurrió con el Silencio en el Paraíso, película sobre los falsos positivos. ¿Libertad mediática?
Vi Operación E, y me parece que el argumento no era tanto el daño que le podría hacer a Emanuel, entre otras razones, porque desgraciadamente es y será parte de su vida, y porque en la narrativa de la película no hay un maltrato director al niño, más bien, lo que muestra es un largo episodio que resume la inhumana y delirante maldad de todas las recicladas guerras de Colombia fruto de una violencia política que debió terminar cuando se firmó la paz entre liberales y conservadores hace 55 años. Por eso esta paz hay que hacerla sin pausa pero con paciencia.
La película, bastante buena, sugiere cómo fue el parto hecho con un cuchillo que reemplazó al bisturí, como tuvo Clara a Emanuel unos meses, como se lo quitaron, como se enferma el niño, como lo entrega las Farc a un campesino de nombre Crisanto Gómez, como éste y su pobre familia lo tienen un tiempo, como termina en Bienestar Familiar, como Uribe le dice a la nación que posiblemente Emanuel ya no estaba con las Farc, como la guerrilla que lo había olvidado intenta recuperarlo porque venía en camino la liberación de Clara Rojas.
Rescatado Emanuel y ya al abrigo de su madre, empieza la desgracia que no termina para Crisanto y su familia. En un principio acogido y protegido por el estado, a los pocos días es encarcelado con cargos que lo relacionan como miliciano de las Farc por lo tanto cómplice de todo lo sucedido a Emanuel.
La familia del campesino raspachín también queda desamparada porque ni el estado, ni las Farc, ninguna ONG, ningún organismo internacional, ni la iglesia ni las demás iglesias, ni nadie es nadie, protegió a esa madre y sus siete niños. Según la película, pasan un tiempo en la indigencia mientras Crisanto pagaba cuatro años de cárcel. Luego es liberado y hacen un libro con su versión de la historia de Emanuel que a su vez es la base de la película.
Ya no está su mujer que abandonó a los hijos, los cuales terminaron viviendo con el abuelo, el papá de ella. Ahora Crisanto vive con ellos, sin embargo, hace poco otro juez le decretó 33 años de cárcel.
No me corresponde juzgar si Gómez fue o no miliciano. Miles de miles de campesinos han sido a la fuerza milicianos de las guerrillas, de los paras, o jornaleros de narcotraficantes, o informantes de las fuerzas del estado. Los que se negaron fueron asesinados o fueron desplazados.
Pero los siete hijos de Crisanto están entre la espada y la pared, y nadie se duele de ellos. Esta es otra de los millares de familias de escasos ingresos, desarraigadas y destruidas, y otro de los círculos de la guerra de Colombia: política, Farc, raspachines, traquetos, justicia, ausencia del estado.
El día que llega
Por los millones de páginas que están por escribirse y que están en la memoria de las víctimas, debemos hacer la paz. Pero también porque no podemos permitir que más páginas de terror, sangre y lágrimas, se sigan escribiendo en este edén del olvido.
Es hora de parar la ignominia para que no sean más las humildes familias de soldados caídos, de niños y niñas huérfan@s que vieron como a sus padres los descuartizaron sin que hasta ahora sepan por qué, de secuestrados que retornaron para no ser los mismos y de secuestrados que nunca volvieron, de jóvenes que por ganarse unos pesos se entregaron engañados a la muerte en los macabros viajes de los falsos positivos, de mujeres violentadas, de los miles de miles de hombres inocentes asesinados en esta guerra interminable, de mujeres herederas de fincas que por el solo hecho de ser mujeres les quitaron sus tierras “valientes” hombres de cuchillo al cinto y fusil en mano, de los millares de laboriosas familias campesinas despojadas de sus tierras y desarraigadas de su cultura, y las familias que enviaron a sus hij@s fuera de Colombia para que la guerra no los tocara.
No hay ninguna consideración como sociedad, como cultura, como estado social de derecho, a pesar de la seudo democracia y sus débiles instituciones, para no terminar con la infamia. Es un propósito en el que todos los colombianos debemos acompañar al Presidente Santos, y aislar a quienes quieren que la desgracia se perpetúe y la guerra continúe.
Está en marcha una nueva violencia con la minería ilegal atravesada por el narcotráfico, las bandas criminales y por los insaciables personajes de siempre capturadores de todo lo que produce la tierra.
Todo ocurre por la debilidad del estado y de sus instituciones. El gobierno tuvo dos años para tener un nuevo código minero, y no lo hizo: los argumentos que ofrece el Ministro de Minas, no satisfacen, a los que se suma la velocidad con que el Ministerio del Medio Ambiente otorga licencias ambientales.
Una vez más recomiendo leer el libro Por qué fracasan los países, porque ahí encontrará buenas razones para entender la complejidad y el fracaso institucional de Colombia como sociedad con instituciones extractivas. Pero también recomiendo volver a tantas lecturas de la cruda realidad de Colombia, porque necesitamos valor, inteligencia, memoria viva, y grandeza para ver más allá de todo lo malo que hemos vivido, y asumir con convicción la paz para cerrar el libro de la violencia.
Detrás de un conflicto interno lo único que hay es incapacidad de entender qué es el bienestar, la convivencia y el desarrollo, lo cual denota una enorme debilidad para crear una nación con una cultura inclusiva, innovadora, moderna y pacífica. Sin embargo, para mirar al futuro el primer paso es hacer la paz.