Dignidad, donde terminan la Flora y Fauna Colombiana

No voy a narrar en estas líneas lo que hizo magistralmente Eduardo Galeano, quien nos convido a reflexionar enseñándonos la asignatura no cursada de nuestra historia contada desde estas orillas. Sin embargo refrescare la memoria como brújula necesaria para esta reflexión.

Embarcados en los 600 años del día en que unos “manes” pisaron estas tierras invisibles hasta ese momento para el resto de la humanidad. En donde y desde entonces implantaron los referentes socio-culturales que tenían como impronta. Seguidamente los pueblos nativos fueron destruidos y transformados por los invasores según los modelos de civilización y desarrollo con la que proyectaron sus ciudades de origen. Posteriormente, desterrados de su propio suelo y saqueados de sus valiosas pertenencias, los ocupantes pasaron de ser intrusos para convertirse en amos y señores.

En particular, implantaron un credo que iba más allá de la manipulada cruz del pánico, lejana de la génesis cristiana. Su misión económica estaba trazada desde España. Venía sedienta de riqueza, con el “arma y escudo” de sus propias luchas regionales por afincar su territorialidad en una Europa que en ese entonces se empezaba a definir. Los nuevos pobladores alteraron la convivencia sabia y pacifica que nuestros antepasados mantenían con la madre tierra. Satanizaron sus prácticas y rituales sagrados con un diablo que los nativos no conocían. Seguidamente exorcizados y bautizados con nuevos nombres y la bendición de la santa iglesia.

Mientas “los salvajes” no sabían que era la gula, ni las fronteras, observaban la naturaleza con reverencia, la protegían con celo y la recibían como gratuidad de la que solo proveían lo necesario. La visión de los barbados era antagónica y estaba asociada a la explotación exhaustiva y el enriquecimiento individual.

Atónitos por las dimensiones de lo que encontraron, sus instintos infames despertaron ciegos de avaricia. Y así fue, entre ellos se sacaron mil veces las tripas, unos murieron en el intento por las condiciones de la selva virgen, otros en las batallas de exterminio en contra de las poblaciones vencidas por el plomo y las pestes europeas que se propagaron rápidamente. Los victoriosos se convirtieron en representantes directos de la corona que los respaldaba y se repartieron los motines arrebatados saqueando hasta el último gramo de oro y plata y reducir a la población casi hasta el exterminio.

Aparecen las nuevas víctimas de la conquista, africanos forzados de su libertad fueron encadenados y tirados a su suerte bajo el ojo sigiloso del amo para reemplazar la mano indígena abatida… El resto de la historia la conocemos…

Gritamos independencia con un florero como pretexto, hasta que finalmente el 7 de agosto de 1819 tuvimos la triunfante batalla de Boyacá que nos liberó del yugo de los Ibéricos, perpetuando las cadenas del modelo que pasó de extranjeros invasores a criollos con ínfulas de nobleza e igual de ambiciosos y pendencieros.

Estos aristócratas de veredas empedradas mantenían un manierismo improvisado y la misma dinámica de explotación de peones asalariados con migajas y anestesiados con aguardiente. Se mantuvieron la hegemonía de la iglesia sobre un pueblo conversó y sumiso, las condiciones infernales de extracción minera y la fructífera siembra de la caña de azúcar en un país manejado y repartido desde la Nueva Granada.

Tampoco quiero rallar el disco que todos hemos escuchado o el verbo que algunos han utilizado para referirse a los Españoles de ahora, como si fuesen los mismos de ese entonces. Menos aún, encender hogueras muertas de la historia de América desde la conquista, cuando sus páginas consumadas son las mismas de todas las guerras que sucedieron y siguen pasando en este pequeño mundo, por los motivos de siempre, aunque los argumentos cambien en cada generación…

Nuestra historia como resultado más allá de estudiarla en el colegio. La sobrevivimos y padecemos a diario. Es una lucha cotidiana dentro de una sopa revuelta en donde unos días somos víctimas y otros victimarios. Nuestro modelo administrativo, las guerras civiles no resueltas, los desfalcos en la salud, los bancos que en vez de servir se sirven, los terratenientes y la godarria moralista que compra la ropa de temporada en Miami y manda a los hijos a Europa a realizar sus estudios para que regresen y nos sigan administrando con modelos ajenos, son parte de este retazo de colchas que aún no hemos cocido.

La descarada contratación pública de millonarios peajes repartidos, el abandono del campo, la pobreza ancestral de los campesinos, la precaria malla vial que trata de expandirse más allá de las largas trochas cubiertas de concreto en apretadas ciudades de expansión vertical. Los fantasmas ferroviarios usados únicamente para la minería y las embarcaciones agonizantes que navegan sobre óxido, basura y ausencia de peces por centenares de ríos que en otrora abastecían poblaciones, transportaban pasajeros y mercancía; se enlazan en el círculo vicioso con la falta de accesos dignos a pueblos olvidados, la educación parapetada en aulas sin techo, la ruleta rusa de la salud con el tradicional paseo de la muerte y el mototaxismo que crece como mosquitos en invierno, cuya alternativa ambigua se disputa entre el trabajo y la delincuencia.

Sigo haciendo el bosquejo de un país que muere y resucita todos los días por la maravillosa acción inexplicable desde la fe, representada en un optimismo que nace de la roca. Me asombra, motiva y estremece cuando se me acerca un vendedor callejero bajo el sol inclemente del medio día, sonríe y con una actitud de amable bacaneria oferta el rebusque que le resuelven a Él y su quinteto el golpe del día.

El anterior panorama es un “paisaje” como dicen los publicistas al referirse a algo que es tan habitual, que ya no lo vemos. Eso es grave, nos acostumbramos a convivir en situaciones adversas y lo peor a condecorar acciones correctas cuando simplemente cumplimos con nuestro deber. Las malas influencias de la ocupación ibérica nos dejaron cargados de racismo, prejuicio y explotación. Extraviamos la soberanía en la negación del recuerdo. Creímos la historia de próceres victoriosos y salvajes vencidos.

El porcentaje de sangre blanca que ufanan algunos en títulos de papel pergamino, es suficiente para teñir la piel morena con la gota de leche que exorciza lo zambo y mulato de los genes criollos, exaltando una blancura acentuada con tintes rubios en condiciones de vida cómoda que protegen la dermis de la intemperie.

La ausencia de nación se refleja en la negación de la dignidad de un país que aun teniéndolo todo, desconoce su nombre. Seguimos usando la palabra americano como referente de estatus al adquirir artículos con marcas gringas importados desde China. Nos sentimos honrados porque nos eximieron de visa changuen para entrar a varios países europeos y nos han empezado a reconocer como individuos. Hemos dejado de ser narcotraficantes, manteniendo el estatus de sudacas. Cuya poderosa cuna sirvió de plataforma económica para generar el bienestar de la Europa de hoy.

Somos un sociedad divida por la lucha entre los valores fundamentales no negociables y la catequesis de un cristianismo agonizante que ha proyectado en nuestra América su inminente resurrección de un viejo continente ateo y secularizado. Encontrando un billón de mojigatos neo-moralistas que se creen dueños de la palabra divina, esa que recitan de memoria de un libro que como hecho científico no es más que un compendio de historias escritas entre 4 siglos, adaptadas y amañadas según la necesidad de sometimiento de cada época y ajenas a nuestra idiosincrasia.

Para completar los “monos” de arriba se apropiaron del nombre como si las 7 letras que lo conforman tomarán vida únicamente en su territorio puritano.

Nuestro destornillador se encuentra en el Cerebro y se llama conciencia. Su acción una vez asumida nos conduce a la responsabilidad de sabernos mestizos. Nos lleva reconocer nuestra riqueza cultural en la tetra-etnia de indígenas, blancos, afrodescendientes y árabes. Dicha afirmación nos empodera y ayuda a transformar nuestra percepción de los demás, que somos nosotros mismos. Nos convida a exaltar un país biodiverso y a valorar, consumir y fomentar la aporreada producción nacional.

Si usamos modelos extranjeros como referentes, ojalá nos inspiremos en el Renacimiento, al pensar en Colombia como el centro del universo. Dosis de amor propio y vanidad que jamás hemos disfrutado.

Dejemos de sembrar palmeras reales en un país que se mueve de a pie y requiere frondosas sombras. Cuando tengamos visitantes ilustres, antes de llevarlos a centros comerciales y restaurantes de renombre, paseemos por nuestras plazas y mercados públicos. Caos que nos conduce a las puertas de Macondo en un trueque de palabras sabrosas, formas despampanantes y saberes libres de dogmas.

P.D.

A propósito de América, Colombia, España y el Galeón San José, Señor Presidente Santos, El Barquito encontrado después de tanto berrear es nuestro. Suficiente con el detalle de las 42 Lb de Oro representadas en el Tesoro Quimbaya (El más valioso hallazgo de la cultura precolombina en nuestro país) que el Distinguidísimo Presidente Carlos Holguín regalo a título personal a la Reina Regente de España, Doña María Cristina de Habsburgo en el año de 1891. Si quiere congraciarse con sus nobles ancestros, obséquieles el escudo de España tallado en esmeraldas de fino cartel.