Segregación es tal vez una de las palabras que más se lee y se escucha en los últimos días, dada la polémica por el anuncio del alcalde Gustavo Petro; construir viviendas de interés prioritario en el norte de la ciudad. El descontento en los habitantes de estratos altos es evidente, pero ¿el pobre quiere vivir donde vive el rico? El debate hasta ahora empieza.
Un miércoles a las tres de la tarde no parece el día más atractivo para caminar por la exclusiva zona T de Bogotá, tal vez más bien, un fin de semana cuando se activan bares, restaurantes y tiendas. A mitad de semana sólo se ven ejecutivos de corbata o habitantes del sector paseando. Sin embargo esta zona más que los típicos turistas, en los últimos días nos atrae a nosotros; los periodistas.
La razón,un anuncio más del alcalde Petro que revoluciona la ciudad, y que como la mayoría de sus ‘movidas’ genera amigos y enemigos, críticas con y sin fundamento que llueven, así como cada una de las últimas tardes en Bogotá.Tal cual,lo anunciaba el cielo gris a esa hora en la calle 82 con 11 al lado del Centro Comercial Andino, uno de los puntos donde el alcalde pretende juntar a los más ricos con los que no tienen nada.
Hay una imagen particular a la que los capitalinos nos hemos acostumbrado en las calles de la ciudad y que seguramente traerá una fotografía a su memoria; Una persona, acompañada de su familia la mayoría de las veces, que lleva un pedazo de cartulina en sus manos en el que de su puño y letra se puede leer que son desplazados por la violencia, que vivían en algún corregimiento lejano y tuvieron que llegar sin absolutamente nada a la gran ciudad y así pedir algo de dinero a los que cómodamente esperan el cambio de semáforo en su Renault, Mazda, Audi o BMW.
Resulta curioso que a pocos días de que el Alcalde Petro anunciara la propuesta de la construcción de viviendas para desplazados víctimas del conflicto en el norte de la ciudad, hoy a lo largo de la calle 82 y en sus alrededores no haya rastro de alguno de ellos. Pero aunque no los encontré, recorriendo está ciudad llena de increíbles contrastes es inevitable no toparse con una buena historia.
En medio de los amores y odios que genera Gustavo Petro y mientras algunos se rasgan las vestiduras por la que ha resultado una propuesta polémica, a los bogotanos se nos hace un escándalo algo que vivimos cada día al salir de nuestra casa. En esta ciudad los estratos bajos y altos ya conviven juntos hace rato, y no es precisamente una locura.
Según las más recientes cifras del DANE, el 43,5% de la población empleada en Bogotá trabaja en la informalidad. Los vendedores ambulantes conforman un grueso importante de esa población y ante sus bajos precios o su buena sazón, si de comida se trata, muchas veces es irresistible no recurrir a ellos. De hecho, muchos logran su sustento diario vendiendo en el norte de la ciudad lo que sea: sombrillas, dulces, empanadas o accesorios en fin, a ellos no hay nada que les escape.
Y es esta una de las dinámicas que mejor permite analizar el comportamiento de unos frente a otros, mucho se ha mencionado en medios los últimos días la palabra segregación, y se ha hecho especial énfasis en cómo los habitantes de estratos altos se han mostrado descontentos con la propuesta porque tal vez no les gusta mucho la idea de tener a un desplazado como vecino. Pero, para una persona que vive en estrato 1 y que se rebusca la vida a diario en la calle ¿Es un sueño vivir en el exclusivo sector?
Ya cerca de las cinco de la tarde y bajo el torrencial aguacero, luego de recorrer la zona me detuve en la 82 en medio de la 15 y la 11 por un aviso que anunciaba deliciosas empanadas vallunas. Las vende Camilo, quien con una sonrisa en su rostro y la mayor amabilidad recibe a cada uno de sus clientes. Tiene veinte años y ha trabajado desde los nueve en lo que le salga, empezó en los buses siendo un niño y tiempo después conoció el centro, del que dice fue la ‘escuela’ en la que aprendió a trabajar la calle.
“Yo he trabajado de todo, yo sé estucar, sé pañetar pero lo mío son las ventas” afirma con una seguridad contundente. Con la venta de las empanadas asegura que gana $45.000 diarios en promedio, trabajando de lunes a sábado. Nació y vive en el barrio Jerusalén ubicado en la localidad de Ciudad Bolívar, todos los días se desplaza en un recorrido que puede durar hasta tres horas en bus para llegar a su lugar de trabajo.
Al respecto del anuncio del Alcalde dice que ha leído algo en los periódicos, me pregunta “¿Es el mismo en el que dicen que van a juntar el ‘estracto’ 6 con el ‘estracto’ 1 verdad?” con la ternura y la nostalgia que me genera escucharlo pronunciar mal la palabra estrato, simplemente le digo que sí. Asegura que el plan no le suena mucho. Dice que puede ser un buen proyecto de ensayo a ver qué puede llegar a pasar, pero en su opinión no cree que se puedan mezclar, lo que para él, son dos sociedades en un mismo lugar “no se puede juntar el negro con el blanco porque siempre va a dar gris” sentencia.
Cuando piensa en cómo sería vivir a una cuadra de su lugar de trabajo, dice que aun así no se iría a vivir a la zona. “No te alcanzas a imaginar lo orgulloso que yo me siento de vivir en el sur” asegura que así le regalen la casa no hay cómo vivir ahí, pues la alimentación y los servicios considera él que están fuera de su alcance, “Si me la dieran, yo arrendaría y seguiría viviendo en el sur”. En el caso de vender su casa en Jerusalén asegura que se iría a vivir al barrio Alfonso López en Usme, pues tiene muy bonitos recuerdos de un tiempo que vivió allá.
Tal vez lo que muchos ignoran por falta de información precisa es que en los conjuntos residenciales a construir los beneficiarios podrán acceder a esa alimentación y a esos servicios a un bajo costo, tal como si vivieran en una zona estrato 1. Además que estas viviendas no estarán aptas para su venta o arriendo hasta después de diez años de habitarlas y en caso de querer venderlas el distrito es el primero con opción de compra.
Toda su familia es trabajadora, su mamá vende minutos y su cuñado también vende las vallunas llegando a Héroes, muy cerca de dónde mantenemos la conversación. Lo que logran con las ventas ambulantes les basta para el sustento familiar. Cuenta que mensualmente pagan unos $70mil de agua, pareciera costoso hasta que aclara que la casa en la que vive es muy grande “Es que imagínate, en mi familia somos 12 integrantes la casa está dividida en 4 apartamentos, en el mío yo vivo con mi mujer, mi hija, mi mamá y mi hermanita; en otro apartamento mi cuñado, mi otra hermana y el bebé de ellos, en otro mi abuela, mi otra tía arriba y así sucesivamente”
Cuando habla de la seguridad de su barrio dice que los tienen “boleteados” que sí es inseguro pero no tanto como la gente piensa y al respecto señala que donde trabaja pasa exactamente lo mismo; “Tú te pones a analizar, y mira donde estamos, estamos en plena Zona T en donde inclusive siendo la parte más norte de lo norte uno ve al ‘pelao’ que le gusta consumir sustancias, ve al que se les va a vender, también ve mucha gente por ahí mirando que se puede coger ¡es casi lo mismo! Lo que pasa es que allá se ve más”.
Pero no todo es color de rosa, Camilo cuenta que su barrio se pone “caliente” cuando hacen la llamada limpieza social. “Yo llego a mi casa a las 11:30 de la noche todos los días y cuando empiezan a repartir panfletos en los que sentencian ‘después de las 10 no queremos ver a nadie’ así uno sea un humilde vendedor de empanadas si lo ven ahí tiene su advertencia”.
Recuerda cómo hace algunos años le pegaron un tiro en el piso “Es que es verdad ¡pum! y uno dice vengo de trabajar y le dicen ‘me importa un culo, pa su casa’ claro al otro día, que cantidad de muertos tan impresionante”. Asegura que los panfletos los firman las ‘Águilas Negras’ pero que a fin de cuentas nadie sabe quiénes son los que están involucrados. Cuenta que esto lo vive cada tres o cuatro meses y que la última vez fue en junio de este año “no demora la otra” dice “pa diciembre siempre pasa, yo no sé por qué no los dejan pasar el año”.
De manera natural dice que ese es el único momento en el que las cosas se ponen feas, pero de resto todo está ‘bien’. “Obviamente si se ve el ladrón, el vicioso o el jíbaro pero es que eso es algo tan común ya a en estos tiempos” dice con una inquietante tranquilidad.
Cuenta que a pesar de todo le gusta vivir entre la humildad y por eso le gusta el lugar al que cada noche llega a casa “La humildad y sencillez que uno encuentra en la gente del sur, no se ve por acá”. Reconoce que vivir al lado de la Zona T sería muy “bacano” pero que su arraigo al sur de la ciudad también tiene que ver con la costumbre. Para él, el sitio al que va a trabajar cada día es otro mundo “Uno está acostumbrado a otras cosas, es que este es un mundo completamente diferente”.
Camilo representa a esa población descuidada por el Estado desde la primera infancia, tiene veinte y no va a la universidad, tal vez ni siquiera al colegio puedo ir porque desde niño trabaja para sobrevivir, pero él lo ignora. Para él, esta es la vida y el estrato que su Dios le quiso dar y así vive feliz, lo irradia su mirada y su forma de ser.
Con su testimonio en el que evidencia un arraigo sobre todo cultural al sur en el que nació, nos deja clara la gran distancia que se marca dentro de las clases sociales en la capital y que tanto para rico como para pobre está bien juntos…pero no revueltos.