¿Educamos para los lugares comunes?

Los lugares comunes son aquellas páginas de la tradición que hacen parte de “manuales” no escritos sobre cómo pensar, sentir y comportarse de acuerdo con sus indicaciones. También se puede llamar así a la mirada que se impone para alcanzar una interpretación uniforme de lo que sucede.

Los lugares comunes no tienen notas al margen ni borradores para corregir; en ellos todo queda grabado como modelo de piedra. La hipótesis está descartada tanto como la polifonía. Sus predicadores son renuentes a toda sugerencia que roce la firmeza del establecimiento, o que demande iniciativas sujetas a prueba, y como tales, carentes de la tranquilidad propia de la certeza. Pensar, crear, idear, inventar, todas características de la inteligencia, se alimentan del ensayo con éxito y error, frente al cual, es mas cómodo no asomarse al abismo de la incertidumbre. .

Los lugares comunes, se han venido acuñando como un solo lenguaje que recoge creencias, posturas, acciones y sentimientos, compartidos por una inmensa mayoría, que aún sin conocerse, está unida por ese factor común. ¿Qué los hace tan atractivos? La tranquilidad que aportan; la fidelidad a la línea de menores esfuerzos; la seguridad garantizada de que con ellos se adquiere la patente para la aceptación social. La perfecta sincronía entre una población que no oye críticas, que no soporta la disidencia; sus seguidores van por la vida arrogantes y obedientes.

Los lugares comunes, son los escuderos del deber ser social, de los mandamientos que ponen a salvo de la controversia, del debate. Sirven de piso y abren puertas por la certeza anticipada que les ha sido dada. Nada será contradicho ni a nadie se le invitará a revisión alguna. Quienes de ellos participan, cambian lo singular de su identidad, por clones de repetición indefinida. Los lugares comunes fortalecen la homogeneidad; aseguran la pertenencia. Quienes en ellos se refugian, opinan muy parecido y aspiran a lo mismo; ni inventan ni transitan por atajos; mantienen el orden. Todo apunta a la conformidad y a la obediencia.

Los lugares comunes están benditos por los credos religiosos, que predican la fe como opuesta al pensamiento que se mueve; cubren el poder con el manto de lo sacro; repudian la soberanía a la que cada cual tiene derecho. La autonomía se ahoga. Todo depende de otros. La práctica de los rituales, la repetición impensada de los paradigmas, se vende equivocadamente como la ética del comportamiento.

Los lugares comunes son cómplices ideales del poder que mantiene encarcelada la duda, la curiosidad, la pregunta. Tienen la fuerza para deshacer inquietudes y descalificar propuestas. La suya es una paz pobre; con tan pocas ilusiones como desilusiones. Expulsan el debate y la reflexión por los desgarramientos que pueden ocasionar. Anidan con el anclaje de un solo pensamiento; sin sobresaltos; sin responsabilidades; sin inquietudes; sin alma.

¿Para esto estamos educando?