La reciente noticia del Ministerio de Educación que propone agregar un año más a la Educación Secundaria, es decir, sumar doce en total como tiempo de escolarización, y más allá de las razones que respaldan esta propuesta, caben algunas preguntas y reflexiones que nos estamos formulando muchos colombianos.
¿Un año más podrá corregir la deficiente calidad educativa de las instituciones públicas? ¿Será esta la solución apropiada para que los estudiantes que se gradúan de Bachilleres y aspiran pero no logran ingresar a la Universidad, o si lo alcanzan, su tiempo de permanencia en ella con frecuencia es breve? ¿Es decir desertan a pesar de su anhelo? ¿Un ‘año milagro’ les dará a estos jóvenes las herramientas necesarias para el desempeño académico a la altura de sus aspiraciones y en la mayoría de los casos, de sus capacidades?
La extensión del tiempo de estudios nada indica sobre la calidad de los docentes y menos aún, sobre su vocación de educadores, con frecuencia insatisfechos por las precarias condiciones de su trabajo, por su poco estimulante salario y por la deficiente formación como líderes para comprometerse con la educación como eje central en el desarrollo de un país con tantas necesidades y con tan pocas respuestas para satisfacerlas. Tampoco el ‘año milagro’ repara la precariedad o carencia de los recursos pedagógicos que harían del aprendizaje, una tarea atractiva y agradable. ¿Cuántas escuelas tienen incompleta la planta de profesores? ¿Cuántos de estos enseñan lo que escasamente saben? ¿Cuántas escuelas tienen un número de alumnos muy por encima de lo recomendado por los expertos? ¿Cuánto influye todo lo anterior en sus pobres resultados futuros?
El énfasis de la solución no puede ponerse en el “año milagro” que en el contexto colombiano, es un distractor frente al problema de fondo: la baja calidad educativa de las escuelas públicas colombianas en sospechoso contraste con los buenos resultados de los colegios privados. Esta vergonzosa distancia entre unos otros, debería ser insumo básico para el análisis de cualquier propuesta. El nuevo año que se quiere agregar soslaya la problemática de fondo tras la extensión de tiempo.
El promedio de edad de graduación de Bachillerato es 18 años. A los 19, como lo propone el MEN, ¿serán mucho más maduros? ¿Acaso los jóvenes de estratos bajos han podido cómodamente tener un proceso de adolescencia comparable con los de otras condiciones socioeconómicas y culturales? Antes bien, los del primer grupo crecen y se adultizan forzados por sus duras circunstancias de vida. Capacitarse sólidamente y en tiempo breve en el Bachillerato y entrar a estudios superiores, ayudaría a que con prontitud, alcanzaran las condiciones para concursar por un estudio y trabajo que los podría promover a un mayor bienestar y calidad de vida.
Para las familias pobres, o débilmente salidas de la franja de pobreza?,($893.000 por familia), se ha tenido en cuenta lo que significa un año más de escolaridad para cualquiera de sus hijos?
La aventura de hacer más corto el mediocre bachillerato, podría balancearse con el grado 11 que ya existe, dedicado a la adquisición de competencias y herramientas que optimicen las fortalezas para acceder con éxito a la educación superior universitaria o tecnológica.
La propuesta del ‘año milagro’, se presenta como una nueva trampa puesta por los paradigmas atávicos que alimentan los privilegio de los elegidos distanciándose más y más de quienes arañan pedazos de academia, pedazos de desarrollo de competencias y talentos, condenados otra vez a permanecer en la franja de los menos favorecidos.