Megalómano, escurridizo, inteligente, y sobre todo muy, muy peligroso. El hombre que dirige el antiguo Estado Islámico de Irak y el Levante (ahora Estado Islámico, EI, a secas), Abu Bakr Al Bagdadi, se ha hecho merecedor de todos estos calificativos.
En pocos meses, el segundo terrorista más buscado del mundo –tan solo Ayman Al Zawahiri, el sucesor de Osama Bin Laden, supone una presa más codiciada para la inteligencia estadounidense– ha logrado alterar las fronteras de Oriente Medio establecidas hace casi un siglo, tal vez de forma permanente. Y para ello no ha dudado en nombrarseCalifa y Amir Al Mumini (Comendador de los Creyentes), desafiando por el camino a sus antiguos aliados de Al Qaeda y enfrentándose de forma sangrienta con sus representantes en Siria, el Frente Al Nusra.
Su grupo ha vuelto a poner de moda la decapitación como forma de ejecución islámica, y ha rescatado la práctica extrema de las crucifixiones, algo que el Corán solo reserva para “aquellos que hagan la guerra contra Dios”, una frase que el Estado Islámico interpreta con cierta libertad. Por cosas como estas, el salvajismo de estos yihadistas provoca éxodos masivos cada vez que toman una localidad en Siria o Irak. Hay pocas dudas de que Al Bagdadi tiene un alto concepto de sí mismo. “Nombrar un líder es una obligación para los musulmanes, una que ha sido incumplida durante décadas”, declaró el pasado junio, cuando decidió autoproclamarse líder del mundo islámico, bajo el apelativo de Califa Ibrahim. “Soy vuestro líder”, les dijo a los musulmanes de todo el mundo, “aunque no soy el mejor de vosotros, así que si veis que estoy en lo correcto, apoyadme, y si veis que me equivoco, aconsejadme”.
Al Bagdadi nació en Samarra, en el centro de Irak, en 1971. Doctor en Estudios Islámicos, radicalizó sus posiciones tras la invasión estadounidense de Irak en 2003. Algo a lo que probablemente ayudó el haber sido un prisionero estadounidense en el campamento de Bucca durante casi todo 2004, según admite el Pentágono. “Ibrahim Awad Ibrahim Al Badri, también conocido como Abu Bakr Al Bagdadi, fue mantenido como ‘interno civil’ por las fuerzas estadounidenses en Irak desde febrero de 2004 hasta principios de diciembre de 2004, cuando fue puesto en libertad”, afirma el Departamento de Defensa norteamericano en un comunicado. “Un Consejo Combinado de Revisión y Puesta en Libertad recomendó la ‘liberación incondicional’ de este detenido, y así se hizo poco después. No tenemos registros de que haya estado en custodia en ningún otro momento”, indica el texto, hecho público tras el revuelo causado por las revelaciones de que el personaje había estado durante algún tiempo en manos estadounidenses.
Al Bagdadi ayudó a establecer el llamado Consejo de la Shura de los Muyahidines, un grupo militante que acabaría siendo el germen de Al Qaeda en el País de los dos Ríos (o Al Qaeda en Irak). Esta organización no fue muy efectiva en su lucha contra las tropas ocupantes, pero sí en los enfrentamientos sectarios que consumieron el país en los años siguientes. Para mediados de la década, muchos de los locales se habían cansado de los desmanes de AQI y su interpretación rigorista del islam, ocasión que aprovechó el general David Petraeus para organizar las llamadas “Milicias del Despertar”. La idea de los estadounidenses era que los miembros de las tribus de la región suní de Anbar, donde Al Qaeda campaba a sus anchas, eran quienes estaban en una mejor posición para combatir a un enemigo que conocían muy bien. Y funcionó: en un par de años, AQI se convirtió en un actor marginal del conflicto iraquí, y la violencia en la zona remitió.
La ‘nueva causa’ siria
El estallido de la rebelión armada en Siria, y el llamamiento de Ayman Al Zawahiri a crear un frente de Al Qaeda en aquel país, le dio a Bagdadi una nueva causa. Si antaño las redes logísticas habían funcionado desde el territorio sirio hacia Irak, ahora el flujo se revirtió, y combatientes experimentados y armas empezaron a entrar en Siria desde el país vecino. AQI ayudó a crear una organización hermana, el llamado Frente Al Nusra para la Liberación de los Pueblos del Levante, que se especializó en realizar sangrientos atentados con coches bomba contra las tropas del régimen deBashar Al Assad.
Además de su eficacia bélica, la relativa honestidad de los combatientes del Frente Al Nusra en comparación con los saqueadores que integraban muchas unidades del llamado Ejército Sirio Libre les otorgó una cierta popularidad entre la población siria en las zonas bajo control insurgente. Pero entonces empezaron los problemas: Al Bagdadi trató de absorber al Frente Al Nusra en una gran organización transnacional llamada Estado Islámico de Irak y el Levante (o ISIL, como se le conoce internacionalmente), a lo que el líder de aquella, Abu Mohamed Al Golani, se negó en redondo. El propio Al Zawahiri intervino en la polémica, y lo hizo desautorizando a Al Bagdadi: “El ISIL debe ser abolido, mientras que el Estado Islámico de Irak debe seguir funcionando”, declaró el líder de Al Qaeda en noviembre. “Al Bagdadi ha cometido un error al establecer el ISIL sin pedirnos permiso o informarnos”. Al Zawahiri ordenó que el Estado Islámico de Irak circunscribiera sus operaciones a aquel país, mientras que el Frente Al Nusra fuera “una rama independiente de Al Qaeda que informa al mando general”. Esto no impidió que ambos grupos pasasen meses matándose entre sí en varios puntos de Siria, como Idlib o Deir Az Zor. Pero el gran golpe de mano estaba por llegar: a finales de 2013, el ISIL atacó en la región de Anbar (Irak), tomando el control de las localidades de Faluya y Ramadi. Y, tras años de opresión a manos del gobierno del chií Nuri Al-Maliki, las mismas tribus suníes que habían combatido a los alqaedistas les dieron ahora la bienvenida.
El apoyo popular les ha convertido en una formidable fuerza bélica, especialmente tras la toma de Mosul, donde estos combatientes se hicieron con armamento estadounidense de última generación, lo que les ha permitido llegar prácticamente a las puertas de Bagdad y Erbil. En el camino, las ya porosas fronteras desérticas entre Irak y Siria quedaron más o menos difuminadas, y lo que queda entre ambos países es un borroso ‘Yihadistán‘ que conforma la base para un posible estado islámico o califato. Y como toda entidad de este tipo necesita un califa, Al Bagdadi no ha dudado en adjudicarse el puesto. El tiempo dirá si su proyecto político cobrará forma, o el autoerigido líder del mundo musulmán acabará, como tantos de sus compañeros, abatido por los misiles de unos drones estadounidenses que le buscan desesperadamente.