Al repasar los discursos de Jorge Eliécer Gaitán en los años cuarentas del siglo pasado, aparecen enormes coincidencias entre la realidad política presente y lo acaecido entonces.
El bloque de poder de esos tiempos, representado por el Partido Liberal y el Partido Conservador, con “igualdad ideológica y desigualdad afectiva”, hacía malabares para “adulterar, engañar para crear opinión”, a pesar de que “tienen las mismas ideas, practican los mismos sistemas” y sus diferencias estriban en que “su denominación es distinta y distintos los odios que los llevan a controversia”. En resumen, decía Gaitán, “en ocasiones una pequeña oligarquía entrega negocios, honores y contratos… y otras veces lo hace otra pequeña oligarquía”.
Gaitán, afirmó que, después de “irrumpir esta economía nueva, este capitalismo extranjero y acordes con una situación ideológica universal”, lo que ocurrió en Colombia con el bloque de poder es una situación de “unidad de ideas con diferencia de sentimientos”. José F. Ocampo, en el libro “Colombia siglo XX”, fija ese contubernio colaboracionista de modo abierto y concreto a partir del gobierno de la “concentración nacional” de Olaya Herrera, una de cuyas metas era precisamente crear un “ambiente despejado para el capital extranjero”. Por si las dudas, López Michelsen agregó otro ingrediente: “La United Fruit fue un foco de corrupción increíble”, señalándola como pionera en mezclar política, dinero y poder judicial.
Así mismo, Gaitán discriminaba entre el “país político”, el que “piensa en sus empleos, en su mecánica y en su poder”, y “el país nacional”, el que “piensa en su trabajo, su salud, en su cultura, desatendido por el país político”.
En el tramo final de la campaña presidencial de 2014, y ya con la Fiscalía como protagonista, los temas principales y apremiantes para la sociedad, como “sus problemas económicos, sus problemas sociales, la educación de sus hijos” nunca se debatieron. El remate versa sobre los actos delictivos de una u otra campaña, puestos en escena por personas como JJ Rendón o el exfuncionario de la Casa de Nariño, Germán Chica, o eventuales hackers presentados como los “Snowden criollos”, todos con historias vinculadas a los dos grupos en disputa. Imposible algo más indignante y grotesco.
En los últimos 70 años algo sí ha cambiado. Las ataduras del bloque de poder colombiano con el capital extranjero se han reforzado. Santos se declara “proestadounidense” y su principal logro es el de haber incrementado el papel de la inversión foránea en el modelo de crecimiento. Mientras tanto, baste decir que, para ejercer como senador, el jefe del Centro Democrático renunció a 500 mil dólares de honorarios anuales pagados por el JPMorganChase y por la firma de comunicaciones del magnate Rupert Murdoch. Pero ambos por igual pertenecen al mundo de los TLC, al de la recolonización.
No faltará quien diga que la “piedra de toque” es el proceso de terminación del conflicto con las FARC. ¿Qué tan autónomo es este gobierno o cualquier otro para trastocar un proceso alentado desde Washington? “Ya no son helicópteros, ahora son los temas sociales, la ley de víctimas, y el tema de la sustitución de tierras. Todo se enmarca en una nueva estrategia”, advirtió el exsubsecretario de Estado, Arturo Valenzuela, en junio de 2011. Aun así, el apoyo “casi unánime”, como Santos calificó la actitud de la opinión norteamericana frente a la Mesa de Conversaciones en La Habana, da margen para pensar que influyentes grupos de Estados Unidos todavía guardan distancia en torno a ellas.
No es extraño que compañías de la industria militar no vean bien que los recursos escasos del Presupuesto de Colombia se destinen a otros rubros, a negocios más propios del posconflicto que de la confrontación. Algunos detalles inducen a esta hipótesis. Por ejemplo, la carta de respaldo a la paz de 62 congresistas de Capitol Hill, mostrada como “bipartidista”, no contiene más de tres firmas del Partido Republicano o, si se miran las opiniones al respecto de Marco Rubio, de Florida —en el sonajero para próxima candidatura presidencial, de los denominados senadores “halcones”—, quien dijo que “ya sea a través de la victoria militar, o una capitulación negociada de las FARC, o una combinación de los dos. Mientras espero que las serias conversaciones de paz tengan éxito”. Y, más recientemente, en audiencia en diciembre de 2013, Rubio, citando a Uribe, compartió sus preocupaciones por las negociaciones (Ver link). Tales reservas se crispan cuando todo se liga a la línea de “apaciguamiento” relativo de Obama con Venezuela.
Ante las coincidencias en casi todo, alinear la mayor cantidad de votantes tras sus banderías recurriendo al uso político de dichas negociaciones para apropiárselas, tratando con ello de cooptar a las izquierdas -como también sucedió en 1946- o confrontarlas cerradamente para fortalecer la cauda creada con la Seguridad Democrática, o las “peleas de cloaca” de estos días, son la forma como se libra la batalla política a dos semanas del 25 de mayo. Razón tiene Clara López cuando llama a la “Restauración moral de la República”. Ojalá dicho llamado tenga respuesta.