El 21 de septiembre se celebra el Día Mundial del Alzheimer. Esta enfermedad afecta a unos 24 millones de personas en el mundo pero su causa última continúa siendo una incógnita.
“Con su devastador impacto sobre las personas afectadas, sus familias, sus comunidades y sus sistemas nacionales de salud, la demencia representa no sólo una crisis de salud pública, sino también una pesadilla social y económica”, afirma Marc Wortmann, director ejecutivo de la Asociación Internacional de Alzheimer (ADI, por sus siglas en inglés).
Wortmann señala que cada cuatro segundos surge un nuevo caso de demencia en el mundo. “Esto supone una impresionante tasa de crecimiento, que equivale a la aparición de 7,7 millones de casos al año (aproximadamente el número de habitantes que tienen países como Suiza o Israel)”.
El especialista considera que los actuales sistemas sanitarios “no pueden hacer frente a la dimensión de la crisis que representa la demencia, ya que la esperanza de vida es cada vez mayor”.
Entre las demencias, el Alzheimer tiene un papel protagonista. Según datos de la Fundación Reina Sofía, hay 24 millones de enfermos en el mundo. Esta patología afecta al 10 por ciento de la población mayor de 65 años y casi al 50 por ciento de los mayores de 85 años, subraya la organización.
Además, la Fundación Reina Sofía indica que, en la actualidad, esta enfermedad no se puede prevenir y recalca que tiene un origen y unas causas aún desconocidas.
David A. Pérez, director de la Fundación del Cerebro y miembro del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología explica que en el cerebro de las personas con Alzheimer se produce una acumulación de proteínas anómalas. Son de dos tipos y se denominan beta-amiloide y tau.
“La proteína beta-amiloide deriva de una proteína normal que tienen las neuronas. Esta sufre un metabolismo anómalo y se va acumulando paulatinamente fuera de las neuronas. Así, forma lo que se llaman placas de amiloide”, precisa.
“Existe una segunda lesión, relacionada con la proteína tau, que se produce dentro de las neuronas y se conoce como ovillos neurofibrilares”, matiza el experto.
El especialista expone que la presencia de estos dos marcadores ya fue descrita por Alois Alzheimer a principios del siglo XX. Sin embargo, cómo producen una lesión y la muerte neuronal todavía no está claro.
Durante mucho tiempo, la comunidad científica se ha dividido entre los que creían que la clave de la enfermedad radicaba en la proteína beta-amiloide y los que consideraban que estaba asociada a la proteína tau. Pérez comenta que, de manera casi humorística, se ha denominado a los primeros “baptistas” y a los segundos “tauístas”.
BUSCANDO UNA VACUNA.
No obstante, puede que ambas cosas sólo sean consecuencia de una causa aún desconocida para la ciencia. “Probablemente estemos viendo un epifenómeno de algo que hay debajo”, apunta.
Por otra parte, el facultativo destaca que hay sujetos que tienen una importante carga de beta-amiloide con placas y su actividad cognitiva es normal. Se trata de personas sin deterioro cognitivo aparente que mueren por otra causa y a los que, al practicarles una autopsia, se les encuentran placas de beta-amiloide en el cerebro.
“En algunas ocasiones hay tantas como en el cerebro de un paciente con enfermedad de Alzheimer”, precisa. Este hecho sorprende a la comunidad científica y genera dudas sobre el origen de la enfermedad.
“Hoy en día, no estamos seguros de cuál es la relación fisiopatológica íntima entre la beta-amiloide, la proteína tau y los mecanismos que producen la muerte neuronal. Pero sí sabemos que son dos marcadores más o menos fiables de que un paciente está desarrollando un proceso neurodegenerativo al que llamamos enfermedad de Alzheimer”, expone Pérez.
Con estos datos en su poder, algunos investigadores se han puesto manos a la obra. Han aventurado que, si se eliminasen los depósitos de estas proteínas, se podría disponer de una terapia eficaz contra la enfermedad. Con estas premisas se trabaja para crear una vacuna contra el Alzheimer.
“La vacuna pretende eliminar el beta-amiloide que hay acumulado en el cerebro”, aclara Pérez.
Una vacuna consiste en poner un estímulo antigénico para que el organismo genere anticuerpos que lo eliminen. Los investigadores que trabajan en la vacuna contra el mal de Alzheimer manejaron una hipótesis similar. Consistía en poner beta-amiloide tratado para que el paciente genere anticuerpos que entren en el cerebro y roben el beta-amiloide.
El objetivo era saber si, al eliminar esta sustancia, el enfermo mejoraría en el terreno cognitivo.
La experimentación con ratones arrojó datos esperanzadores pero, en palabras del doctor Pérez, los pacientes que han entrado en el ensayo clínico no tienen una evolución tan sorprendente como los roedores. “En el mejor de los casos, se estabilizan cognitivamente, pero no parece que mejoren”, comenta.
Además, existe el problema de los efectos adversos. El neurólogo puntualiza que un porcentaje pequeño de pacientes los sufrió, ya que los anticuerpos que intentan eliminar el beta-amiloide también pueden originar una reacción inmunológica. En algunos casos, puede darse una inflamación del cerebro, lo que se conoce como encefalitis.
Pérez afirma que se han realizado ensayos con la vacuna durante los últimos diez años. Ahora, se está probando con la terapia biológica.
Según explica el neurólogo, la principal diferencia radica en que, en lugar de ponerle un antígeno al paciente para que su organismo genere la reacción, este proceso se hace en el laboratorio, se seleccionan los anticuerpos y se le inoculan al enfermo.
Sin embargo, alguno de estos ensayos clínicos “se ha parado porque los pacientes no obtenían grandes beneficios y algunos sufrían efectos adversos importantes”, aclara.
En lo que respecta al tratamiento, “el gran dilema actual es intentar encontrar terapias que incidan sobre la vía fisiopatológica de estas proteínas anómalas, la beta-amiloide y la proteína tau”, sostiene.
Para el doctor Pérez, el principal reto de la investigación es encontrar “la causa básica, el mecanismo primigenio que desarrolla la enfermedad de Alzheimer”.
El neurólogo considera que gran parte de los fallos que hay en los ensayos clínicos sobre terapias específicas para el Alzheimer tienen su origen en esta falta de respuestas.
“Desconocemos gran parte de la cascada de mecanismos biomoleculares que ocurren en el cerebro y que desencadenan los acúmulos de proteína beta-amiloide y de proteína tau anómala. Pero además no sabemos qué ha ocurrido antes de esto”, recalca.
El experto lo compara con el escenario de un crimen. “Está lleno de sangre y opinamos que esta es la culpable de todo y que si borramos la sangre, vamos a curar al sujeto que yace en el suelo”.
En este sentido, el especialista opina que la investigación “debería centrarse en los mecanismos previos para encontrar terapias específicas”.