Quienes claman porque se aborte el proceso de La Habana, con argumentaciones repetitivas cercanas a fanatismos radicales, son enemigos del desarrollo, de la inclusión, de la modernización y de la pacífica convivencia de Colombia. Escuchando a sus distintos voceros, lo único que se encuentra son lugares comunes y peligrosos.
Todos los eventos de los últimos días, como el informe de la OCDE sobre Colombia y su flaco modelo de crecimiento, las encuestas de Datexco y Gallup las cuales indican que la mayoría de la gente se siente sin representación política pero también registran la buena imagen de Uribe y el declive de Santos, la Tormenta Perfecta de Semana, la movilización cafetera, la entrevista de Fajardo en El Tiempo, la dubitativa agenda de Santos sobre la paz y la falta de contundencia en su gestión por no haber puesto el espejo retrovisor, el delfín presidente del partido liberal recogiendo otros delfines para liderar listas al congreso en las elecciones del 2014, entre otras coyunturas, reafirman que la nación está a la deriva en su conducción y urgida de una alternativa política clara, deseable, posible, distinta, estable, responsable, visionaria y duradera, tal como surgió el PT en Brasil y la Concertación en Chile.
El millón de votos del M – 19 en los años 1990, los 2.5 millones del Polo con Carlos Gaviria a comienzos del nuevo siglo, los 3.7 millones de la Ola Verde hace tres años, terminaron siendo una frustración porque fueron simples actos electorales y coyunturales. Al final, la gente quedó huérfana al borde del camino.
Uribe se montó en los hombros de los partidos tradicionales enarbolando un tema que tenía desesperados a los colombianos, las FARC, ganó, pero fue sobre los hombros de los dos viejos partidos y de los más recientes que emanaron de los anteriores, es decir, sobre las mismas maquinarias electorales y clientelistas. Esa es la razón para que siga arriba en el imaginario de muchos, pues lo ven firme y estable en su trinar por la seguridad democrática y contra la agenda en La Habana.
En cambio, Santos, ambivalente en su posición, “bienvenida la paz pero si no se logra no pasa nada”, quiere ganar con la paz o con la guerra y eso no le gusta a la ciudadanía, porque miran las reuniones en Cuba como una de dos opciones, pero no como la única opción, la única válida: la paz.
Perceptivos de esta situación y de los riesgos que entraña la actitud del presidente, las FARC salen a decir que ojalá al gobierno no se le ocurra darle una patada a la mesa de negociación, y por eso piden veedores internacionales como el expresidente Carter.
Con una dirigencia sin rumbo para la nación pero sí para beneficio propio, es la razón por la cual la mayoría de colombian@s sin representación política, siguen soñando con la posibilidad de una opción deseable, posible, nueva y duradera, que debe fundamentarse en cuatro pilares: identidad ideológica, propuesta programática por el desarrollo, construcción desde la autonomía de las regiones, y creatividad en la comunicación con la ciudadanía.
De todos los proyectos alternativos que surgieron y que luego se evaporaron, el más doloroso fue el de la Ola Verde, por el estilo espontáneo, colegiado, de centro, con gente joven, y porque realmente tuvo posibilidades de alcanzar el poder. La manera como se dilapidó ese capital político y transformador fue una verdadera barbaridad política.
El único de los cuatro líderes que intentó darle una proyección a la Ola, fue Fajardo, porque luego de la derrota pidió construcción ideológica, programática y trabajo sostenido con la ciudadanía, pero no fue atendido. Por su coherencia, ganó las elecciones de la Gobernación de Antioquia, mientras Peñalosa se fue con Uribe, Garzón con Santos, y Mockus haciendo esporádicas apariciones alejado de los verdes.
El discurso debe ser el desarrollo y no las trajinadas y al final mentirosas agendas camufladas en el crecimiento, la cohesión social, pobreza, inequidad, seguridad democrática, que al final terminan siendo promesas parciales e incumplidas que han impedido la conformación de instituciones inclusivas, porque los problemas estructurales del país siguen sin resolverse y muchos continúan creciendo.
El contexto global y suramericano, y las necesidades y potencialidades de Colombia, necesitan de una nueva idea y de un proyecto político que asuma con seriedad y de manera sostenida un discurso sobre el desarrollo, como hace años están construyendo Brasil y Chile.
Pero ese proyecto de desarrollo por el cambio estructural de Colombia, necesita de la paz. Un nuevo desarrollo solo es posible hacerlo entre todas y todos, liberando las opciones de expresión política y ciudadana porque Colombia es hoy un país ideológicamente encapsulado. Un país que debe concentrarse en construir instituciones inclusivas para que la innovación, el conocimiento y la creatividad afloren libremente al servicio de una nueva sociedad.
Quienes claman porque se aborte el proceso de La Habana, con argumentaciones repetitivas cercanas a fanatismos radicales, son enemigos del desarrollo, de la inclusión, de la modernización y de la pacífica convivencia de Colombia. Escuchando a sus distintos voceros, lo único que se encuentra son lugares comunes y peligrosos.
Dado que los partidos tradicionales y sus distintas vertientes no constituyen una esperanza de transformación, pero tampoco las fracciones independientes y de la izquierda, solo una concertación nacional de fuerzas alineadas en un proyecto de nuevo tipo, que no me atrevo a calificar de centro o de centro izquierda para no caer en la trampa de las categorías políticas que tienen bloqueada la libre expresión ciudadana, puede ofrecerle esa nueva oportunidad a Colombia.
En sesenta y más años de violencia, solo una vez el país tuvo la oportunidad de crear bases para el desarrollo desde los partidos tradicionales, fue en el gobierno de LLeras Restrepo, hace cuatro décadas. Y la izquierda no logra proponer un discurso para el desarrollo, porque ciertas acciones de estado las han considerado como apoyo a los capitalistas o porque las clasifican como ideas neoliberales, y es ahí donde ahogan su agenda social, rural y urbana.
De esa manera, el desarrollo basado en una concepción sistémica entre transformación productiva, educación, ciencia tecnología e innovación, cultura, justicia, autonomía regional y medio ambiente, no es el centro del discurso de unos y otros, cuando es a través de acciones de estado y de una gran estrategia de desarrollo en esos temas, como se generan oportunidades y equidad, y no a partir de carreteras, subsidios a los pobres, incentivos a los empresarios y de acciones sectoriales aisladas. Por no haber ordenado los factores del desarrollo Colombia no tiene instituciones inclusivas, sino de enclave, extractivas y de vez en cuando uno que otro chispazo de lucidez.
Detrás de los bajos precios internacionales del café y de la revaluación, lo que hay es un enorme rezago tecnológico e institucional en la actividad. Pero así también es Colombia en otros sectores.