El Congreso le pidió cuentas al Gobierno, las empresas del sector se ‘tiran’ la pelota entre ellas y al final los únicos afectados son los colombianos de a pie que están comenzando a ver un aumento en la factura de la luz.
“Nadie pensó que el Fenómeno del Niños iba a ser tan intenso”- “No habrá apagón en Colombia”- “Alzas en tarifas de energía”- “La culpa es de las generadoras” – “La culpa es del gobierno” – “Polémica por cargo por confiabilidad”- “Hay que ahorrar luz”- “Reduzcan el tiempo del alumbrado navideño”- “La energía más costosa es la que no se tiene”. Con estas frases han tenido a los colombianos en los últimos días, todo porque debido a fallas del sistema de energía, del gobierno y de los reguladores, los platos rotos se empezaron a cobrar en la factura de los ciudadanos.
Para el colombiano de a pie, la luz llega a su casa con solo mover el interruptor de la luz. Pero detrás de eso hay toda una larga cadena de agentes para que eso sea una realidad. Para empezar, están las generadoras de energía, que pueden ser hidroeléctricas (utilizan agua de ríos), termoeléctricas (utilizan carbón, petróleo o gas) y otras como nucleares o solares. Y resulta que en Colombia, el 70% de la energía se obtiene de las hidroeléctricas y el resto de las termoeléctricas y pare de contar.
Luego, en la cadena del sector, vienen los que transportan la energía hasta los grandes centros de consumo, para que una vez allí comiencen a operar los distribuidores, que son los llevan ‘la luz’ hasta el consumidor final, pero posteriormente son los comercializadores los que la venden como tal a los ciudadanos. Es decir que ellos son los que se llevan la parte ‘harta’ de la célebre frase: “Para quejas y reclamos, marque…” y los reclamos sí que están aumentando.
Vamos por partes. Resulta que en el precio por kilovatio hora de energía que se le cobra al usuario final, intervienen varios factores, entre ellos el costo de la generación, del transporte, uno que se llama de escasez, otro que se llama restricciones y otro que se llama cargo por confiabilidad. Y por aquí está gran parte del lío actual.
Por ejemplo, hablemos del cargo por confiabilidad. Eso es como una especie de seguro que se le paga a las generadoras para “garantizar a los usuarios la energía eléctrica en condiciones críticas, como durante un verano extenso o el Fenómeno del Niño”, dice en la página de Acolgen, que es el gremio de esas compañías. Entonces la gran pregunta es: ¿Qué se ha hecho con ese dinero y quién ha regulado esa ‘platica’ que es de todos los colombianos?
Según la Asociación Colombiana de Comercializadores Energía, durante 9 años los usuarios han pagado cerca de 7 mil 800 millones de dólares (unos 22 billones de pesos) por el ya famoso concepto: cargo de confiabilidad. Y según las generadoras de energía, con ese dinero de ese cargo se han construido y operado los medios necesarios para “enfrentar las contingencias previstas” y que si no se hubiera utilizado debidamente, prácticamente el país “estaría apagado”.
Y ahí se armó un lío. El ministro de minas, Tomás Gonzáles, dijo que la Superintendencia de servicios públicos debía entregar un reporte para explicar qué hicieron las generadoras térmicas con ese dinero de ‘confiabilidad’, pero el ente de control respondió en un comunicado que no era competencia de ellos vigilar ese dinero, y luego salió Planeación Nacional a decir que sí debía vigilarlo, y rápidamente volvió a salir la Superservicios a decir que sí estaba investigando y que próximamente revelaría un informe del sector. Mejor dicho, Songo le dio a borondongo, borondongo le dio a Bernabé.
También podríamos hablar del precio por escasez (que es un techo del precio de energía en el mercado), pero es otro cuento largo en el que unos dicen que es muy bajo y otros dicen que eso no afecta en últimas que porque este es un mercado que se maneja con contratos a largo plazo y con precios fijos.
A ese cóctel de tarifas hay que agregarle otro que es el costo por restricciones, que pagan los usuarios finales de la energía en su factura y que es para cubrir las afectaciones al sistema, por ejemplo por un ataque de la guerrilla a la infraestructura energética.
En fin, entre una cosa y otra, hace unos días los titulares de las noticias eran: “Nuevas alzas en tarifas de energía para el país, anuncia Minminas”. El argumento era una “severidad” del fenómeno de El Niño y dificultades financieras en las plantas térmicas por un aumento de los costos de los combustibles líquidos (básicamente gas).
Hablemos de estos dos últimos ingredientes. “Dificultades financieras” de las plantas térmicas. ¿Qué pasó? Que como el país está atravesando por un periodo de clima seco (hay menos agua en los ríos), las hidroeléctricas no podrían generar (o deberían cuidar sus embalses) y entonces las térmicas deberían salir a suplir esa necesidad. Ellas dijeron que sí, que estaban listas, pero… que el precio que se les reconoce por la energía (escasez) es bajo, que las cuentas no cuadran, que los costos de los combustibles para poder operar han estado subiendo (dólar) y que hay escasez de gas para el sector térmico, entre otras cosas. De ahí que necesitan una ayuda y de ahí el anuncio del gobierno nacional.
El problema es que, según el senador Iván Duque Márquez, es “vergonzoso” que la CREG (entidad encargada de regular los servicios de electricidad y gas) diga que los ciudadanos “deben contribuir para rescatar a las térmicas en problemas”. Según el congresista, la ley prohíbe cargar en la tarifa las pérdidas patrimoniales de los operadores.
Hasta aquí todo un caos, por decir lo menos. Y eso que no hemos hablado a fondo del famoso Fenómeno de El Niño, supuestamente el “gran causante” de este problema. Según los expertos, sería uno de los más fuertes de la historia reciente, pero también debemos recordar que no es algo nuevo en el país. Cada cierto tiempo aparece y vuelve y nos toma casi que por sorpresa.
El final de esta novela no está escrito, pero debería ser que el gobierno, las empresas y los reguladores asuman cuál fue su responsabilidad y se sienten de manera urgente en una sola mesa. Los colombianos necesitan saber qué pasó y qué viene de ahora en adelante.