Ennui, el sonido de la insatisfacción personal

Los murmullos estridentes de inconformidad se apoderan del pavimento de la capital. Se trata de Ennui, una nueva propuesta del rock bogotano.

La banda cuenta con dos EP* del año 2007, y su único disco, llamado ‘Hastío’, fue publicado en el año 2011. El grupo es conformado por David Pacheco (vocalista, guitarra principal y fundador), Carlos Vanegas (bajista) y Javier López (batería).

“Ennui es un proyecto característico por la autogestión. Absolutamente todo se saca de nuestro bolsillo, es nuestra pasión y no queremos dejarla morir”, comenta David. “Es increíble cómo pasa el tiempo, este proyecto comenzó en una ‘tomata’ de la ‘Nacho’, el 31 de octubre de 2006 y seguimos acá, sacando del bolsillo para mantener vivo el sueño”.

El sonido de Ennui, según sus propios creadores, es la versión estridente y armónica de la llamada “malparidez existencial”, donde el hostigamiento provocado por rutinas de todo tipo abruma el pensamiento del sujeto hasta hartarlo completamente. “Te puedes hastiar de todo, del amor, de la paz, de la guerra, del trabajo. Es como mirarse al espejo y decir: ¿qué mierda estoy haciendo con mi vida?, de eso trata Ennui”.

La salida de la música diferente en Bogotá parece estar escondida en los recintos de Chapinero, La Candelaria, Normandía y algunas partes del Centro de Bogotá. Esta ciudad se ha caracterizado por mover con gran fuerza una corriente underground que parece como si creciera debajo de las alcantarillas. “Hay tantas propuestas musicales como gente en Bogotá”, comenta David.

La diversidad, una palabra generalmente pintada con arcoíris, también es un tema de discusión en los sonidos colombianos. “En este país tenemos mucho que decir, muchos colores y sonidos, no solo esa electro-cumbia que nos quieren vender como alternativa”, dice irónicamente Javier, baterista del grupo.

La desgarradora fuerza de una voz estridente, acompañada por breves solos de guitarra y una imponente batería, relatan esas historias que se esconden en el pavimento, los edificios y las noches de una Bogotá llena de matices de desigualdad. Una voz sin mucha agresividad le rumora al oyente “no quiero tener nada con la muerte, efímero vacío y solo” (extracto de la canción Efímero).

Las aventuras fiscales, las diligencias en la Cámara de Comercio, la gestión de mercadeo, parecen palabras que salen de cualquier empresa comercial, pero que van muy de la mano con un proyecto musical autogestionado. “Al principio uno cree que esto es componer y ya, pero tocar música parece ser lo que menos se hace en un proyecto como estos”.

Todo lo anterior compone un ritual, en el que muchas veces la música es la única motivación. “Levantarse y pensar que voy a tocar, que alguien se una, dos, diez, cien personas me van a escuchar, hace que caigas en un éxtasis muy parecido al del sexo”.

Sin importar todas las contrariedades, estos tres músicos utilizan sus composiciones para liberar mucha de la carga y el estrés que produce una ciudad tan fría como la capital colombiana. Al final todo termina con unos aplausos casi imperceptibles, pero “vale la pena, la música es un camino que te conecta y desconecta del mundo, te eleva y te aterriza”.