La paz llegó a esta campaña por la fuerza de unos diálogos que encabeza el jefe del Estado, quien le dio un viraje a la concepción instalada por el uribismo de que el tratamiento a este conflicto era el mismo que se debía dar a “una amenaza terrorista” que impedía la negociación política. Pero la realidad se impuso. Columna de opinión de María Alejandra Villamizar, Directora de Confidencial Colombia.
No es original parafrasear a Bill Clinton y al asesor que le abrió los ojos a los estadounidenses al lograr que el demócrata ganara la presidencia de Estados Unidos en 1992, en medio de los alborotos bélicos de George Bush.
La frase fue una bofetada que aterrizó el mensaje a lo que en realidad le interesaba a los estadounidenses: El bolsillo.
En nuestras elecciones pasa lo mismo con la paz, pero al revés. Mientras las encuestas dicen que a los colombianos les interesa más el empleo, la salud y la educación, no serán esos temas los que decidan la elección. Será la paz y dos formas diferentes de “venderla”.
Muy bueno que sea el empeño de lograr la paz el asunto central de la campaña. Hace tres períodos fue la guerra. Se trataba de derrotar a la guerrilla con más soldados, más bombas y más poderío militar. Se trataba de ganar la guerra mientras se gobernaba, dejando a un lado el concepto básico que la había caracterizado por décadas como un conflicto interno armado.
La paz llegó a esta campaña por la fuerza de unos diálogos que encabeza el jefe del Estado, quien le dio un viraje a la concepción instalada por el uribismo de que el tratamiento a este conflicto era el mismo que se debía dar a “una amenaza terrorista” que impedía la negociación política. Pero la realidad se impuso.
No porque lo digan las Farc, sino porque las ramificaciones de este conflicto son tan profundas, que es iluso pensar que nacieron ayer en un cuarto escondido en el que un grupo de extremistas se organizó para poner una bomba en la ciudad, y generar el caos.
Uribe lo sabe, como también sus seguidores en las regiones y en las bases campesinas y populares. Lanzar anuncios para simplificar que se debe hacer un “combate al terrorismo”, fue taquillero en algún momento, tanto que existieron guerras en Irak y Afganistán, de las cuales la humanidad se lamenta y se avergüenza.
Le pueden decir como quieran, pero aquí la cosa se arregla haciendo política, pero con P mayúscula. Por eso el tema de este 15 de junio sí lo define la paz acordada, consensuada; la paz negociada. Así se llama, qué le hacemos.
Es un logro para la sociedad que las campañas traten de empujar el mensaje y que los dos candidatos se empeñen en convencer sobre cuál tiene más talante para lograrla a su manera.
Los dos representan un poder explicito y otros tantos tácitos. La puja no es por el nobel de la paz en Estocolmo, la puja es por quién pueda desenmarañar la ecuación que este Estado no ha logrado resolver por 50 años.
Que las Farc, como el Eln existan hoy, es de por sí un fracaso para todos, incluso para ellos mismos que han dejado por el camino cientos de miles de muertos que no se sabe aún si compensarán los acuerdos. Lo cierto es que nadie puede abogarse el éxito de continuar la guerra eternamente.
Juan Manuel Santos, que se empeñó en un proceso costoso y debe quedarse a terminarlo, y Oscar Iván Zuluaga, que representa a quienes no les gusta esa paz; tienen hoy la responsabilidad de aceptar el mandato de la democracia, y si hemos de ganar algo de esta polarización, que sea el consenso para hacer la paz.
Si gana Santos será por convicción y si gana Zuluaga por reacción, pero el fin ultimo es lo trascendental. Así que señor votante, elija a conciencia, elija por empatía, elija por el sentido positivo de su país, pero no le quepa duda, que esta elección la define un solo tema.
Olvidémonos de vivir mejor, eso lo queremos todo, pero primero, lo primero. Punto final. Es la paz, estúpido!
Publicada originalmente en el Pais.