La militarización de la policía en los recientes disturbios en Ferguson, Missouri, da cuenta de un viraje en la política pública policial de los Estados Unidos. Mientras tanto los disturbios no cesan y el día de ayer se sumó un afroamericano al saldo de muertos en acciones policiales en dicha localidad.
Desde lo alto de un poderoso blindado (un MRAP), el francotirador observa a la gente a través la mirilla, protegido con casco y traje especial. Algunos de sus compañeros sostienen fusiles de asalto, lanzagranadas (cargadas con lacrimógenos) y bombas de explosión cegadora. La escena no sucede en los polvorientos desiertos de Irak o Afganistán, sino en un pueblecito al norte de San Luis (Misuri) llamado Ferguson y cuyo tamaño (20.000 habitantes) es comparable al de El Escorial o Algete.
El asesinato de un muchacho afroamericano de 18 años (Michael Brown) a manos de un policía blanco (Darren Wilson) ha convulsionado a esta localidad y ha reavivado las siempre latentes tensiones raciales de Estados Unidos. Pero también ha reabierto un debate menos evidente cuya progresión preocupa a cada vez más gente: la militarización de la Policía. “La cuestión es que todas las fuerzas policiales del país tienen ya acceso a ese tipo de armas (como las aparecidas en Ferguson)”, dice David Harris, experto en fuerzas del orden de la Universidad de Pittsburgh.
La idea de utilizar en las calles técnicas y armas propias de una guerra se engendró en California en los años 60 como parte de un experimento para sofocar disturbios en ciudades como Los Ángeles. Posteriormente se fue extendiendo por el resto del país, a lomos de la guerra contra las drogas declarada por el presidente Richard Nixon. En los 90, la “militarización” se intensificó como recurso desesperado para hacer frente a la ola de criminalidad que afectaba a algunas de las principales ciudades del país, incluidas Nueva York y Washington DC. El 11-S y el narcotráfico mexicano terminaron de espesar el caldo.
Así, la Policía ha ido recibiendo en los últimos tiempos ayudas de miles de millones de dólares para equiparse con armamento militar. Con una progresión exponencial: por ejemplo, el llamado Programa de Equipamiento Militar pasó de 1 a 450 millones de dólares anuales entre 1990 y 2013. Una reciente investigación del diario The New York Times hablaba de más de500 aviones de guerra, 432 blindados, 44.900 equipos de visión nocturna y 93.763 fusiles de asalto ya a disposición de las fuerzas del orden.
Radley Balko, autor de un reciente ensayo al respecto (Rise of the Warrior Cop), incide en la utilización cada vez más frecuente de los comandos SWAT (Armas y Tácticas Especiales), cuyos efectivos han crecido un 1.500 por ciento desde 1980 hasta hoy. Estas fuerzas especiales, entrenadas para intervenciones de alto riesgo, han proliferado por todo el país y en muchos sitios entran ya en acción para actividades rutinarias.
Balko ha documentado casos en los que los SWAT intervienen para asuntos tan triviales como una partida de póquer ilegal, para cerrar una peluquería que trabaja sin licencia o un local donde presuntamente se vende alcohol a menores, e incluso para detener a un monje tibetano invitado por una asociación pacifista a quien le había expirado el visado de turista. Sólo en 2005, entraron en acción más de 50.000 veces, y no hay un recuento oficial de las víctimas que dejaron por el camino.
El autor denuncia que no se trata sólo del tipo de armas, sino delentrenamiento, las tácticas y de una mentalidad cada vez más alejada del ‘policía amigo’ de antaño. “Sólo hay que ver los anuncios para reclutar nuevos policías. Se ve a tipos duros descolgándose de helicópteros, disparando armas enormes, tirando abajo puertas y llevándose a sospechosos a la fuerza. Se les intenta atraer con un mensaje ya erróneo. La cultura policial americana hoy es militarista”, comenta.
“Las calles son patrulladas como zonas de guerra”
La militarización de los cuerpos de Policía, insisten sus críticos, ha alcanzado a casi todos los estados y es transversal a todos los cuerpos. El exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg se mostraba orgulloso de ello. “Tengo mi propio ejército en el Departamento de Policía de Nueva York, que es el séptimo ejército más grande del mundo”, dijo en 2011.
En reacción a los sucesos de Ferguson, la propia Administración Obama ha abordado por primera vez el problema de manera frontal estos días. “Estoy profundamente preocupado porque la utilización de equipo militar y vehículos blindados envía un mensaje conflictivo (a los manifestantes y a la ciudadanía)”, dijo la semana pasada el fiscal general del Estado, Eric Holder. Lo cierto es que su Gobierno, tras la retirada de las tropas estadounidenses en Irak y Afganistán, ha patrocinado el desvío de armamento hacia los cuerpos de Policía.
En el Capitolio, varios congresistas llevan años hablando de ello. “Los americanos deberían estar preocupados, a no ser que quieran que sus calles sean patrulladas como zonas de guerra. Militarizar las calle de América no nos hará más seguros, sino más miedosos y más desconfiados”, se quejaba hace un par de meses un congresista demócrata, Hank Johnson, en una carta al diario USA Today.
“Para mi libro, documenté 50 ejemplos, incluyendo el de Katherine Johnston,una anciana de 92 años tiroteada por error en Atlanta en 2006; Alberto Sepúlveda, un niño de 11 años al que dispararon en California por error en una operación antinarcóticos, o Eurie Stamps, quien murió en su sillón cuando un agente especial disparó por equivocación su arma frente a su casa”, dice Balko.
“No cabe ninguna duda de que la Policía en EEUU se está militarizando y que muchas comunidades, particularmente las afroamericanas, reciben el mensaje alto y claro: ´Sois el enemigo´. Mucha gente ve a la Policía hoy como una fuerza de ocupación y sus calles se parecen más a Kabul o Bagdad que a ciudades americanas”, reiteraba en otro mensaje al mismo periódico Tom Nolan, expolicía de Boston con 27 años de servicio y hoy dedicado a la docencia.
El Pentágono, por su parte, defiende la utilidad de programas federales como el llamado ‘1033’, un fondo de 4.300 millones de dólares que, entre otras cosas, permite ‘reciclar’ armas de élite del ejército y enviárselas a la Policía. “Esto nos permite reutilizar un equipo que, de lo contrario, quedaría fuera de uso. Creemos que es una manera de que este material pueda ser utilizado para servir a los ciudadanos”, argumentó recientemente uno de sus portavoces, John Kirby.
La evolución de los índices de criminalidad de EEUU ofrece argumentos tanto a los detractores como a los defensores de utilizar armas y estrategias militares en las calles. Y es que, aunque sigue habiendo barrios muy violentos, desde principios de los años 60 los americanos nunca habían estado tan seguros como hoy. Por ejemplo, la tasa de asesinatos se ha reducido a la mitad desde 1991, aunque es cierto que sigue siendo aún muy superior a la media europea.
En ciudades como Nueva York o Washington D.C., el orden y la ley recuperan terreno cada año. Y barriadas enteras que resultaban intransitables hace menos de una década experimentan hoy un ‘boom’ comercial, se llenan de restaurantes de moda y de zonas residenciales para la clase media. Ante esto, muchos cuestionan por qué un país cada vez más seguro necesita una policía cada vez más militarizada. Otros, por el contrario, creen que una cosa es consecuencia de la otra. “Si hay menos crímenes es porque ahora la policía resulta implacable”, dicen.