Guerrilla y aldeanos se alían en uno de las zonas rebeldes de Myanmar para combatir el incremento de la tala ilegal en la región. Pasamos una jornada con los enemigos del expolio de recursos naturales.
Myanmar es uno de los países que conserva una mayor extensión de jungla en Asia. El 45% de su territorio está cubierto de bosques y un 10% es considerado jungla virgen. Sin embargo, también tiene una de las tasas de deforestación más altas de la región. Durante décadas, tanto la Junta militar como los grupos rebeldes que han combatido al Gobierno central desde los años 40, especialmente al Norte y Este del país, buscaron los jugosos ingresos que daban las exóticas maderas de la región.
En el estado Karen, donde vive la guerrilla más antigua del planeta, la tala era antes una de sus principales fuentes de ingresos. “Solía ser nuestro negocio, pero ya no porque vimos que la deforestación era demasiado alta”, dice a El Confidencial Saw Ba Tun, el director del departamento de Bosques de la Unión Nacional Karen (KNU en sus siglas en inglés), la principal organización rebelde de la zona, que tiene en el KNDO y en el Ejército de Liberación Nacional Karen a sus brazos armados. En 2009, el KNU cambió su política e ilegalizó la mayor parte de la tala. También reconoció los derechos de las comunidades locales a gestionar los bosques que rodean las zonas en las que viven.
En la zona de Da Gwin, las comunidades locales han hecho uso de esos derechos. El puesto fronterizo del KNDO es sólo una pieza más de una estructura más grande, formada por 70 soldados rebeldes y más de 100 aldeanos, que lucha contra la tala ilegal para defender esos bosques que, durante siglos, les han proporcionado comida, agua y medicinas. “Si destruyen el entorno, tendremos enfermedades y sequías. Queremos ver la zona siempre verde, pero algunas personas vienen y dañan el medioambiente”, dice Saw Bleh Way, jefe de un pequeño pueblo situado en las montañas que vive de los arrozales. El pueblo se unió a la unidad anti-tala en 2012 y desde entonces, cuatro aldeanos patrullan los bosques para capturar a los que intentan talar los bosques. “Hacemos una ronda una vez por semana. En los últimos dos años hemos visto más de 30 personas talando de forma ilegal”, asegura.
La unidad del KNDO es, sin embargo, la principal responsable de evitar cualquier tipo de tala que no se destine a construir casas o botes. “Es un área vasta y no es fácil controlarla. Les pedimos a los locales que nos informen de lo que ven pero que no hagan nada, porque a veces van armados. Es peligroso para ellos”, explica el capitán Saw Pah Hsit, encargado de la unidad anti-tala. La mayor parte de su tropa está formada por soldados muy jóvenes que se unieron al ejército rebelde para luchar por la independencia del Estado Karen. “Proteger nuestros bosques y sus animales es una forma de luchar por nuestra independencia”, dice Saw Lah Htoo, un joven soldado de 19 años que lleva doce meses en el KNDO.
Tala en incremento
La entrada al puesto de Da Gwin es poco más que una franja arenosa en una de las riberas del río Salween. A unos metros de la orilla, un panel dice, en inglés y karen, “Bienvenidos a Kaw Htoo Lte”, el nombre que los locales le dan al estado Karen (aunque escrito más frecuentemente como Kaw Thoo Lei). Sobre el panel, ondea el sol rojo y azul de la bandera karen. Desde ahí, un camino lleva a unas cabañas de bambú que dan cobijo a los soldados.
El puesto de Da Gwin tiene poco más de dos años y fue creado por el KNDO para dar respuesta al incremento de la tala que, según los aldeanos, se ha disparado desde que Myanmar se sumergiera en 2011 en una transición política después de casi cincuenta años de férrea dictadura militar. Los datos ofrecidos por el gobierno saliente, que perdió las elecciones celebradas a principios de noviembre, lo confirman y la deforestación ha pasado de las casi 350.000 hectáreas anuales en el periodo 2005-2010 a casi doblarse hasta las 570.000 hectáreas -una extesión similar a la provincia de Alicante- desde que comenzó la transición.
“Tenemos una política de reservar un 30% del total del territorio a zonas forestales y un 10% será zona protegida en el año 2030”, aseguran desde el Departamento de Bosques del gobierno de Myanmar. La Liga Nacional por la Democracia (LND), vencedor de los primeros comicios libres en el país en décadas, promete acabar con la deforestación. “Desde la LND hemos asegurado que no se cortarán más árboles, ni siquiera para combustible u otro uso”, asegura U Nyan Win portavoz del partido.
La situación es además especialmente compleja en la zona porque las legislaciones del Gobierno central y de los grupos rebeldes se superponen. “La legalidad depende del contexto y varía según el gobierno que utilice esa palabra”, asegura Kevin Woods, investigador en Myanmar para la ONG Forest Trends. El alto el fuego que firmaron el Ejecutivo central y el karen en 2012, que ha sido ratificado recientemente en un acuerdo de paz, lió aún más la maraña legislativa y empresas e individuos han aprovechado la confusión para incrementar sus actividades extractivas.
Los culpables tampoco están claros. Los aldeanos y el KNDO acusan al ejército birmano, mientras que el Gobierno de Myanmar asegura que están luchando contra la tala ilegal en la zona colaborando con los grupos rebeldes. Un informe del Grupo Karen de Derechos Humanos asegura que tanto empresas como individuos acaudalados son responsables de la tala, pero que todos los grupos armados están involucrados, incluido el KNU, a la que pertenece el mismo KNDO.
Un desarrollo que no llega a todos
La ronda matinal del capitán Saw Pah Hsit y su equipo ha sido agitada. Unos días antes, los soldados habían visto unos troncos descargados cerca del río y querían asegurarse de que nadie se los llevara. Tras explorar la ribera, los soldados se adentran en la maleza. Tras unos pocos minutos, vuelven apuntando con sus armas a dos flacos hombres que portan una gran motosierra. “Pueden ser condenados a dos o tres meses de trabajos forzados, construyendo carreteras o haciendo techos de hojas para la comunidad”, dice el capitán.
La decisión la tomará un comité. El campo de Ei Tu Hta, una de las poblaciones más grandes de la zona, es un buen ejemplo de cómo funcionan estos comités. Refugio de unas 2.000 personas desplazadas por los enfrentamientos entre el Gobierno y la guerrilla karen desde 2006, Ei Tu Hta es ya un poblado bien asentado. Tienen elecciones cada dos años para elegir a sus representantes y los principales problemas se discuten en comités populares. “Cada vez que hay un problema relacionado con crimen o tala, convocamos una reunión y decidimos la pena”, explica Naw Pyone Pyone, una de las representantes de la Organización Karen de Mujeres. “Pero solo podemos castigarlos si viven en el campo. Si son de otro pueblo, serán juzgados allí”, continúa.
Los dos leñadores pillados ‘in fraganti’ son residentes del campamento, pero aseguran que el responsable de la seguridad del lugar les ha pedido que encuentren madera para reparar uno de los botes. El comité se reúne y confirma la historia y los leñadores son liberados con una reprimenda.
Para muchos, mantener los bosques es una cuestión de supervivencia. El boom económico que está viviendo buena parte de Myanmar tras la apertura política -y con ella económica- no ha llegado a esta remota área donde ni siquiera alcanza la señal telefónica. En el campo de Ei Tu Hta las casas son de bambú, y los aldeanos malviven gracias a la asistencia internacional y a las hojas que recolectan de los bosques y que entrelazan para formar los techos de la mayoría de casas en la región. Los aldeanos también temen quedarse sin los pequeños animales que cazan de vez en cuando y que se marcharán cuando ya no queden árboles en la zona. Los bosques que están desapareciendo rápidamente son su seguro de vida y en Da Gwin están dispuestos a conservarlos a toda costa.