El Proceso de Paz en Colombia, como todos los sucesos cruciales de una sociedad, despierta un sin fin de conjeturas e imaginarios que acaban por causar risa o justa preocupación para todos los responsables e interesados en su desarrollo.
¿Quiénes se encargan de crear y divulgar esa serie de equívocos que acaban por rayar con la mentira o el invento no fundamentado? ¿Para qué lo hacen los que lo hacen? ¿Que si nacen en la oposición? Seguramente! ¿Qué si el motor es la envidia como dolor por el bien ajeno o por el éxito de otros?, y el fracaso de los propios intentos? ¿Estas distorsiones serán causadas por el odio profundo y carente de racionalidad que caracteriza al fanatismo y a sus representantes? Todo esto y más es posible si de aclarar su autoría se trata. Sin embargo, estas pesquisas acaban siendo equivalentes al vano intento de perseguir las brujas. De que las hay, las hay, habla la sabiduría popular; pero, ¿dónde están? ¿Quien acusa con nombre propio a los responsables?
Por mal intencionados que sean tales decires y por grande que sea el daño que causan, ¿bastará conocer a sus autores para que los rumores y las consejas se detengan? Este no ha sido el resultado.
Creo relevante referirme a qué hace que estos rumores que no se disuelven a causa de su pobre fundamento, logren anidar con fuerza en la mente y en la palabra de tantas personas que los repiten sin reflexión y sin pasarlos por el tamíz de filtros racionales, que hagan respetable la argumentación con que se los defiende.
El terreno propicio está en la correspondencia del rumor con los imaginarios, muchos de los cuales nacen en el miedo, y en el afán de hacer mas tangible ese molesto sentimiento, se lo une a las palabras del rumor, ya vengan ellas de la misma persona o de otra u otras. Para quienes acogen el rumor, pierde toda importancia quien lo inició ni qué tan confiable es esa fuente. Hay una brecha apreciable entre la convicción con que se les repite y la falta de conocimiento sobre qué o quien les ha dado origen.
Como ejemplo,el miedo generalizado al comunismo, al castrochavismo; a la pérdida de la propiedad privada; a creer que habrá expropiación-confiscación de tierras sin indemnización; habrá rendición del Estado frente a las FARC; etc. Es así que los temores, el miedo al cambio, la desconfianza en la guerrilla, las profundas raíces conservadoras e individualistas de nuestra idiosincrasia, facilitan la inmediata adhesión de quienes unen los miedos con las frases, logrando que identidad esos temores brumosos y mortificantes, pero que al hablarlos y compartirlos, al externalizarlos, se hacen tangibles y se tiene mas control sobre ellos.
Me atrevo a pensar que estos son residuos adultos de los temores infantiles, donde una sombra en la noche, podría anunciar la llegada de un monstruo, o un extraterrestre o… Nunca dejamos de ser del todo niños!
Entendida así, la discusión central cambia de foco. Quizá lo único que logre contrarrestar esos imaginarios, es la paciente repetición de lo que verdaderamente sucede; en este caso, el real alcance de los acuerdos en el proceso de paz y las limitaciones de los mismos. Por esto es tan importante que el Gobierno haya escogido abrir la vía de la comunicación entre sus representantes y la sociedad.
Aún falta multiplicar estos mensajes haciéndolos breves y sencillos, pero fundamentados en lo que realmente ocurre.
La estrategia de comunicación para socializar dichos acuerdos tiene que estar dirigida no a perseguir “las brujas”, ni solamente a desenmascarar a la oposición en lo que ella aprovecha de este río convulso. El objetivo debe alinearse en contar la verdad de lo que acontece, de lo que se firma, para despejar los fantasmas que asustan y se esconden en cada imaginario, en cada rumor.