Se marcharon Yaya y Kolo Touré de Brasil 2014. La inesperada muerte de su hermano menor en territorio inglés, precipitó la separación de ambos futbolistas de la delegación marfileña. Duele pensar en la retirada, ya que para estar en un mundial de fútbol hay que esperar 4 años. Valiente el que decide seguir jugando, pero también el que renuncia al sueño de una instancia definitiva. La tragedia de los africanos hace recordar otros casos.
El 18 de junio de 1994 en Los Ángeles, la Selección Colombia caía derrotada 3 – 1 en su debut mundialista frente a la Rumania de Gheorghe Hagi y Florin Răducioiu. Pibe, tino, tren y compañía llegaron como favoritos al mundial gringo y en su primer partido recibían un terrible mazazo que los dejaba mal parqueados en la aspiración de avanzar.
De vuelta al hotel de concentración y con la derrota todavía respirándole de cerca, el marcador de punta por derecha chonto Herrera, abrió la puerta de su habitación y se sorprendió al encontrar a cuerpo técnico y directivos de la delegación esperándolo. Las caras de todos hacían presagiar que algo andaba mal; ¿pero qué podría ser peor que haber perdido contra los rumanos en el debut?. Pacho Maturana fue el vocero y mirándolo a los ojos le soltó la noticia: “llamó tu papá, en Medellín se mató en una moto tu hermano Jairo”.
La ilusión y la felicidad por jugar su segundo mundial habían desaparecido. Herrera con la tristeza a cuestas por la partida de su ser querido y de tener forzosamente que abandonar el certamen, preparaba las maletas para el amargo retorno. Mientras lo hacía, apareció en la habitación Andrés Escobar que lo persuadió para que no se fuera; “Ya tu papá te dijo que te quedaras, este es tu sueño, estamos representando al país, a un mundial no va todo el mundo”, le dijo. Chonto, obvió lo que le dictaba el corazón, le hizo caso a Andrés y sacando fuerzas de flaqueza, jugó los dos partidos que hacían falta con un rendimiento aceptable. Irónico resultaría, que el portador del mensaje que lo hizo desistir del regreso a Medellín, moriría asesinado en la capital antioqueña 15 días después.
La estrella número 13 del América de Cali fue conseguida en el Estadio Pascual Guerrero el 20 de diciembre de 2008. Frente al Deportivo Independiente Medellín, los dirigidos por Diego Umaña se impusieron para ganar el título y dieron frente a su público una nueva vuelta olímpica. Esa noche con la derrota a cuestas, Jhon Javier “choronta” Restrepo, se devolvió para Medellín a la velación de su padre que víctima de una enfermedad coronaria había perdido la vida en horas de la mañana. A pesar de la mala noticia y el desánimo, choronta le dijo al técnico Santiago Escobar (hermano de Andrés) que quería jugar esa final en honor a su progenitor. Con entereza y haciéndole el quite al dolor, Restrepo jugó los 90 minutos, y aunque su equipo perdió fue calificado por el periodismo como uno de los mejores jugadores de la cancha.
En alguna de tantas entrevistas que concedió, el magnífico volante del Once Caldas, Atlético Nacional y la Selección Colombia Alexis García, diría que durante su niñez jugar fútbol le ayudaba a esquivar la pobreza. Increíblemente, sentía, que al correr detrás de la pelota la realidad cambiaba y se transportaba a un mundo perfecto donde las carencias, los problemas y las tristezas no existían. Buscar el fútbol como método de enajenación sirvió para que el chocoano se formara como futbolista, se hiciera profesional y se convirtiera en uno de los mejores jugadores de la historia de Colombia. Tal vez por ello para chonto y choronta lo importante era seguir jugando, porque aunque la pobreza y la muerte toquen a la puerta, 90 minutos de fútbol siempre serán el mejor antídoto para vencerlas.