La vida de Gabriel García Márquez fue una vida entregada la literatura, al periodismo y a la paz. Sus posturas políticas sirvieron para tender puentes que permitieran el entendimiento entre diferentes posiciones en el continente y el mundo.
El 9 de abril de 1948, en alguna calle del centro de Bogotá, Fidel Castro vio a un hombre que se desahogaba dándole golpes a una máquina de escribir. Ese hombre era, como lo confirmó él mismo, Gabriel García Márquez.
Ninguno de los dos habría de sospechar que ese primer encuentro, del que no surgió ninguna relación, sería el anticipo de una amistad que se vería reforzada por una larga vida de activismo político por parte del futuro Nobel de literatura.
Después de que García Márquez abandonara sus estudios en derecho para volcarse al periodismo, razón por la cual estaba en Bogotá durante el Bogotazo, su paso por El Espectador marcó su crecimiento en el oficio. En 1960, después del triunfo de la Revolución Cubana, Jorge Ricardo Masetti, un joven periodista argentino encargado por el Ché Guevara para fundar la agencia de prensa cubana Prensa Latina, convocó a García Márquez para que fuera el corresponsal de la agencia en Bogotá.
Un año después fue enviado a New York en el mismo cargo al que renunció. Sin embargo, en ese año que trabajó como corresponsal de Prensa Latina habría de darse el segundo encuentro que marcaría su vida política. En el aeropuerto de Camagüey, García Márquez coincidió con Fidel Castro, mientras esperaban el mismo vuelo para La Habana. Desde ese lejano día de 1960 se selló una amistad a prueba del tiempo y la crítica.
La cercanía del escritor con el expresidente cubano hizo que el primero se convirtiera en una suerte de mediador entre Castro y varias fuerzas políticas que no podían acceder al poder central de la isla. Es legendaria la anécdota que cuenta como “Gabo” medió en la liberación de varios colombianos detenidos en la isla por cargos de narcotráfico. Igualmente, es conocida su mediación para la liberación de presos políticos detenidos en las cárceles cubanas.
Su amistad entrañable con Pablo Neruda, el poeta chileno que comparte con Gabo el honor de haber recibido el Nobel de Literatura, hizo que el derrocamiento del presidente socialista chileno, Salvador Allende, en 1973, por parte de las fuerza armadas con ayuda de los Estados Unidos, lo sumiera en un silencio literario y público muy profundo.
Durante la década que precede a su reconocimiento por parte de la academia sueca de las letras, la fama y prestigio de García Márquez se estaban consolidando en el mundo entero. Fue en ese periodo que Gabo se reunió con Enrique Santos Calderón, Orlando Fals Borda, Jorge Villegas, Bernardo García, Jorge Restrepo, Hernando Corral y Diego Arango, para fundar la revista Alternativa. Un proyecto anclado en Colombia a pesar de que el Nobel ya residía en México.
Esta revista respondía a la preocupación que García Márquez siempre manifestó por el acceso a la verdad informativa y por la unanimidad de la información en Colombia. Alternativa tenía como propósito informar contenidos de la fragmentada izquierda colombiana, con la idea de unirla. Alternativa se convirtió en un plan temerario en un país que estaba inmerso en el Frente Nacional y que vivía con la tesis del enemigo interno como un mantra perpetuo.
Esa aventura finalizó cuando una bomba voló una de las paredes de la casa en donde se hacía la revista. Un atentado que coincidió con las denuncias que hiciera Alternativa sobre los nexos entre las mafias y algunos sectores de las fuerzas armadas colombianas. Desde ese momento, 1976, Gabriel García Márquez dejó de sostener monetariamente esa utopía periodística.
Su activismo se vio reflejado en donaciones varias, como la que le hizo al MAS (Movimiento Al Socialismo) al que le dio 25.000 en la década del 70.
Su papel como periodista alternativo y cercano a la izquierda, así como su amistad con Fidel Castro, lo hicieron sospechoso para los organismos de seguridad del Estado colombiano. Un viaje a la isla caribeña que coincidió con acercamientos entre el movimiento guerrillero colombiano M-19 y el gobierno panameño sellaron su destino en Colombia.
Varios amigos le informaron a Gabriel García Márquez que había un auto detención en su contra. En ese momento él y su esposa se encontraban en su casa de Bogotá. Acto seguido partieron a la embajada mexicana en Bogotá solicitaron formalmente el asilo político. La solicitud fue aceptada y García Márquez partió con su familia hacia el Distrito Federal. Era 1981.
El reconocimiento de su obra con el premio Nobel de Literatura le daría a García Márquez un margen más amplio de maniobra a pesar de que los servicios de inteligencia mexicanos habían intervenido sus teléfonos y los mantenían bajo vigilancia debido a su cercanía con La Habana.
Durante su vida en México, Gabo fue uno de los arquitectos de la visita de François Miterrand al país centroamericano. Medió en los acercamientos entre enlaces del gobierno socialista francés y algunos partidos comunistas latinoamericanos. En esta labor fue indispensable la ayuda de Regis Debray, intelectual francés que sirvió de enlace entre el gobierno de Fidel Castro y el Ché Guevara cuando este último se encontraba adelantando actividades guerrilleras en Bolivia en 1967.
En Colombia su rol como intelectual sirvió para que durante la década de los 80 sirviera como puente entre varios sectores de la insurgencia colombiana y el gobierno central en aras de buscar un diálogo efectivo que condujera a la paz del país. Sin embargo, la resistencia de algunos grupos de extrema derecha y algunos militares mandaron al traste las iniciativas de paz del gobierno de Belisario Betancourt, amigo del Nobel.
García Márquez era un incondicional de la paz de Colombia, por eso no sorprendió que apareciera en el Caguán durante los diálogos de paz adelantados por el gobierno del expresidente Andrés Pastrana y la guerrilla de las Farc. La suya fue una voz que siempre llamó a la cordura y al entendimiento entre colombianos. La suya fue una literatura que reflejaba la monstruosidad de la violencia colombiana y que pretendía conjurarla para que no se repitiera en la vida real, un propósito que aún no se ha cumplido y pareciera que no se va a cumplir en lo inmediato.