“Ganó Fidel, perdió el comunismo”: las cinco batallas de la reconciliación

La foto del “deshielo” recorrió el mundo y el mundo, con la que está cayendo, estaba pendiente. Porque en la dicotomía Cuba-Estados Unidos hay mucho más en juego que ambos países. Especial El Confidencial.

Estados Unidos y Cuba reabrirán sus embajadas, restableciendo así de forma oficial las relaciones diplomáticas congeladas desde hace más de 50 años, el próximo 20 de julio. Un hito histórico. El secretario de Estado, John Kerry, viajará “este verano” a La Habana para izar la bandera en la delegación estadounidense en La Habana.

“Prosperidad con Equidad”, rezaba el lema oficial de la Cumbre de las Américas en Panamá, un buenismo típico de las citas presidenciales. Pero a los más de 2.000 periodistas acreditados a la reunión interamericana poco les interesaban los subtítulos. Estaban ahí por la foto. Una con espacio reservado en primera plana desde hacía 50 años.

La instantánea llegó como estaba previsto. El 10 de abril, Barack Obama y Raúl Castro estrecharon las manos en la recepción de la Cumbre bajo la sonriente mirada del octavo secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon. Un momento histórico que ponía fin a medio siglo de inquina coreografiado por los protagonistas más inesperados: el hombre negro de la Casa Blanca y el Castro que no es Fidel.

Pese a las carantoñas, quedan todavía demasiados cabos sueltos. El más urgente es el fin del embargo comercial sobre Cuba, la fase decisiva para saber si Raúl acabará siendo un Deng Xiaoping planificado que conducirá a la isla hacia un remedo chino de partido único; o un Mijail Gorbachov involuntario que está abriendo las grietas necesarias para que el sistema implosione desde dentro estilo soviético.


Aquí, la doctrina está dividida y los ejemplos abundan. Algunos sostienen que cualquier mejora en las condiciones de vida difícilmente empujará a una ciudadanía con miedo a perder lo poco que tiene para exigir cambios políticos. Otros piensan que la prosperidad es un ingrediente indispensable para la madurez política de cualquier sociedad, bajo la premisa de que con el estómago vacío se teoriza fatal sobre la democracia.


Pero los primeros pasos del sinuoso camino hacia la reconciliación ya están saldando algunas cuentas pendientes. Lecciones del mundo en que vivimos y destellos de ese otro que algunos dicen que es posible, pese a que todo apunta a que es improbable. Uno en el que, aunque sea de vez en cuando, el poder tiene ataques de cordura. La foto del “deshielo” recorrió el mundo y el mundo, con la que está cayendo, estaba pendiente. Porque en la dicotomía Cuba-Estados Unidos hay mucho más en juego que Cuba y Estados Unidos.



Ganó Fidel, perdió el comunismo


Se podrán poner todos los matices pertinentes, pero –le pese a quien le pese– ganó Fidel. Todos los que apostaron a que el bloqueo económico obligaría al barbudo en jefe a hincar la rodilla estaban rotundamente equivocados. Y no fueron pocos en cinco largas décadas.


Ni La Habana suplicó misericordia ni Washington aplastó al enemigo. Y los cubanos, en vez de echarse al monte, se lanzaron al mar. Por eso, no deja de ser paradójico que el más sonoro triunfo de los Castro sobre el “imperialismo”, que tantos sacrificios costó al pueblo en nombre de la causa, sea al mismo tiempo la claudicación definitiva del último gran proyecto comunista del hemisferio.


“Que el presidente de Estados Unidos haya tenido que decir en público ‘nuestra política ha fracasado’ es algo que pocas veces escuchamos de un jefe de Estado, ni norteamericano ni de ningún otro país. En ese sentido, Raúl y Fidel pueden darse el gusto de decir en público: ‘¿Ves?, teníamos razón, fue una política insensata y cruel’”, opina el periodista estadounidense Jon Lee Anderson en una entrevista con El Confidencial. “Pero, al mismo tiempo, es un tácito reconocimiento de sus propios fracasos. Cuba sobrevivió, pero no logró prosperar”, agrega el escritor, que vivió varios años en la isla.

El colapso de la Unión Soviética ya había obligado al Partido Comunista a hacer concesiones al capitalismo para surfear ese gran eufemismo de la miseria que fue el Período Especial. Asumidas oficialmente como algo transitorio mientras el materialismo histórico hacía su trabajo entre bambalinas, el objetivo era salvaguardar las conquistas de la revolución –educación y vivienda gratuitas, sanidad universal, alimentación mínima garantizada y un empleo estatal, así la remuneración sea ínfima– y a sus cabecillas.

La aparición en escena de Hugo Chávez con 300.000 millones de barriles de crudo oxigenó una quimera que desde hacía años vivía casi exclusivamente en el inflamado discurso de su único líder. Pero una enfermedad intestinal, secreto de Estado, dio una espectacular vuelta de tuerca a la historia y el Comandante hizo un mutis por el foro que rompió la cintura a expertos y analistas. El ascenso de Raúl en 2008 vino acompañado de un pragmatismo sin precedentes encapsulado en otro circunloquio de altura: la actualización del socialismo.

Todos los que apostaron a que el bloqueo económico obligaría al barbudo a hincar la rodilla estaban equivocados

“El modelo cubano ya no funciona ni siquiera para nosotros”, sentenció Fidel en una entrevista de 2010, bendiciendo las reformas emprendidas por su hermano menor para reflotar la maltrecha economía nacional y que incluyeron novedades inimaginables para los ciudadanos de a pie, como la compra-venta de casas y coches, tener móvil o trabajar por cuenta propia sin miedo a ser encarcelado.

Aunque el levantamiento total del embargo está en manos del Congreso, los acuerdos concertados son suficientes para terminar de inocular el virus del capital por todos los rincones de la isla. Quitarse el chaleco antibalas ideológico del antiimperialismo pone punto final a la Barataria marxista del Caribe. El paraíso del proletariado ya viene con mano invisible incluida.


Ganó Obama, perdió “el Imperio”

La voluntad política de un solo hombre va camino de lograr lo que no pudieron 23 resoluciones consecutivas –y casi unánimes– en Naciones Unidas: sacar a Cuba del cuarto oscuro político y comercial. Aunque para ello haya tenido que hacer claudicar al mismísimo “imperio”.

Con 30 veces más población, 90 veces más territorio y casi 300 veces más riqueza, el todavía –y por los pelos– país más poderoso de la tierra hizo las paces de buena voluntad con el diminuto enemigo íntimo que llegó a poner en vilo todo el tinglado del “American way of life”. “Otra concesión a la tiranía”, que diría el senador republicano Marco Rubio.

Cuando los más críticos de Obama se frotaban las manos con su desaborida presidencia, el “pato cojo” decidió poner fin al Vietnam diplomático que durante años fue una de las semillas del rencor “antigringo” en la región, como haN mostrado consistentemente los sondeos del Latinobarómetro. Todavía quedan resentimientos por décadas de tropelías de Estados Unidos en el dichoso “patio trasero”; por eso todos los pasos cuentan. Y este es uno grande.

En términos estratégicos, el retrato de Obama y Castro no llega al nivel del apretón de manos de Richard Nixon con Mao Tse Tung, pero al mandatario norteamericano todavía le quedan 20 meses para sacarse algunas otras fotos históricas que lo hagan algo acreedor del Premio Nobel de la Paz que tanto devaluó la Academia Sueca al otorgárselo en 2009. Próxima estación en el eje del mal: Irán.

Ganaron los ciudadanos, perdieron los radicales

Con el primitivismo arrinconado, los ciudadanos sólo pueden ganar. Y no es una cuestión meramente material, es que el fanatismo es una carga muy pesada con la que vivir. Sobre todo si es heredado.

Por eso, estos días muchos gritan por las calles de Florida: “¡Obama, traidor!”. Ahora que la teta petrolera venezolana parecía secarse aceleradamente, el exilio radical y sus aliados estaban convencidos de que un poquito más y seguro caían los “sátrapas del Caribe”. Lo mismo que pensaron cuando cayó el Muro de Berlín. Y cuando los marielitos se echaron al mar. También cuando crujieron las tripas de Fidel. “Aún queda la hoja de parra del embargo norteamericano para que nadie pueda decir que la resignación ha sido completa”, valoró la periodista cubana opositora Yoani Sánchez.

No será cosa de dos días, pero el bloqueo económico acabará cayendo por su propio peso. Mientras tanto, los puntos anunciados para su flexibilización multiplican las oportunidades, avivan las esperanzas y auguran una nueva era de progreso en la mayor de las Antillas. Como pasa siempre en estos casos, no será igual para todos.

La actualización del socialismo ha llevado a medio millón de cubanos a la agridulce realidad del mercado. Algunos prosperan como exitosos cuentapropistas, mientras otros forcejean inútilmente con los enigmas del capitalismo. Los naufragios personales se cuentan a millares, mientras los triunfadores buscan discreción. Las nuevas reglas del juego tan sólo acelerarán este proceso en el que la brecha social y las desigualdades –existentes desde siempre en Cuba, pero bien difuminadas– se irán ampliando hasta límites insospechados. La floreciente burguesía del turismo y las remesas llegaron para quedarse.

Por eso, los otros radicales también gritan –bien bajito y en la intimidad de sus hogares– “¡Raúl, traidor!”, pues las nuevas reglas del juego acelerarán los cambios en el mapa de poder local de forma irreversible. La pureza revolucionaria perderá enteros frente al músculo financiero. El merecido bienestar ya no pasará obligatoriamente por las estrictas filas del partido y eso hará a más uno empezar a añorar los viejos tiempos desde ya.

El irreductible ingenio cubano aseguró durante años que para sobrevivir en la isla tan sólo hacía falta tener FE: “familiar en el extranjero”. Los creyentes se multiplican.

Ganó la integración, perdió el escepticismo

Por fin, a una Cumbre de las Américas no le quedó grande el apellido de “histórica”. En la anterior cita interamericana, la región había lanzado un órdago unánime a la Casa Blanca: o todos o ninguno. Con ese gesto, la diplomacia latinoamericana llegó a la mayoría de edad, dejando definitivamente atrás la época de los chantajes económicos, las visiones hegemónicas y los consensos importados.

Cuba, que durante años se choteó de la Organización de Estados Americanos (OEA), a la que llamaba “el ministerio de las colonias de Washington”, finalmente participó en el foro regional por excelencia. Ahora, con toda la familia sentada de nuevo a la mesa, quizás las Américas puedan replantearse la hoja de ruta de la integración, después de que la batalla ideológica la atomizara en una incomprensible sopa de siglas (CAN, Caricom, Aladi, Mercosur, ALBA, Alianza Pacífico, Unasur, Celac) que sólo ha servido para alimentar a los escépticos.

No deja de ser simbólico que el padrino de esta nueva era de diálogo hemisférico sea precisamente el primer Papa latinoamericano, quien fungió como mediador en los primeros compases del acercamiento entre Cuba y Estados Unidos.

“(Esta Cumbre) es seguramente una llamada pro mundi beneficio a generar un nuevo orden de paz y de justicia y a promover la solidaridad y la colaboración respetando la justa autonomía de cada nación”, escribió el pontífice Francisco en su mensaje inaugural a los presidentes reunidos en Panamá.

Ganó el sentido común, perdió la estupidez

“No podemos seguir haciendo lo mismo y esperar obtener un resultado diferente”, sentenció Obama en su inesperada intervención del 17 de diciembre para anunciar el primer acercamiento con La Habana. Si esta fuera la definición de la locura de Albert Einstein, como algunos se afanaron en citar, le daría una nota de deliciosa ironía al discurso. Pero la frase no es del célebre físico alemán, sino que parece provenir del segundo paso del texto básico de Narcóticos Anónimos. Lo que lo hace incluso más apropiado para la ocasión.

El poder -grande o chico- es adicto a tener la razón, no soporta ceder y odia cambiar. No fueron ni la lucha anticomunista, ni la resistencia al capitalismo, ni la batalla por la democracia, ni el “patria o muerte” de la revolución lo que mantuvo en pie al Muro del Caribe estos largos lustros; sino el ego a toda costa de un puñado de hombres contra el bienestar de sus pueblos.

El caso cubano es tan solo un minúsculo botón en el dilatado muestrario de conflictos internacionales y flagelos globales que gobiernos de todas las latitudes geográficas e ideológicas insisten en combatir, una y otra vez, con los mismos métodos fracasados de siempre. El narcotráfico, la guerra contra el terrorismo, la migración, la desigualdad…

“Coyunturas como esta me dan esperanza. Necesitamos políticas radicales, pero en su diferencia con lo que hemos hecho hasta ahora para enfrentar algunos de los problemas aparentemente irresolubles. Cuba es un ejemplo de cómo comenzar a desmontar, naipe por naipe y sin escándalos, algunos de los castillos tóxicos que quedan en el mundo”, consideró Anderson.

Y entonces, ¿por qué no sucede esto más a menudo? ¿Por qué se insiste con unas estrategias que nos llevan, una y otra vez, de vuelta al paso dos de la rehabilitación? Quizás sea el momento propicio para, esta vez sí, citar a Einstein: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el Universo. Y no estoy seguro de lo segundo”.