Los griegos se han decantado por el “no” y además lo han hecho con un margen de diferencia que ningún sondeo vaticinaba. Desoyendo las amenazas de Bruselas y el catastrofismo de los propios medios de comunicación helenos (excepto la televisión pública, controlada por Syriza), los griegos han depositado su hartazgo en las urnas.
Después de seis años de austeridad y de ver cómo sus vidas se iban complicando en cada nuevo episodio de la crisis, han preferido asomarse a lo desconocido. Estos son los tres escenarios que tienen ahora por delante.
El bueno (lo que ha prometido el Gobierno griego)
Al vencer en el referéndum, Tsipras siente haber recibido un mandato claro del pueblo griego. Y, como tal, se eleva como autoridad moral ante la Unión Europea. En este panorama idílico, sus negociadores aprovechan el impulso y llegan a Bruselas con una fuerza renovada, dispuestos a retomar terreno.
El ministro de Finanzas, Yanis Varufakis, aseguró hace unos días que conseguiría un acuerdo en apenas 24 horas (aunque luego lo ha matizado poniendo el condicional en sus aseveraciones). Y el portavoz del Gobierno Gavriil Sakellaridis ampliaba la idea este domingo: el acuerdo llegará en 48 horas, antes del martes.
En este escenario, Syriza en ningún caso acepta la salida del euro, algo además innecesario ya que las propias autoridades europeas no van a permitir que ocurra, ya que sería negativo para toda la unión monetaria y no están dispuestas a correr ese riesgo, aunque lo hayan dicho. Es más: Tsipras y sus ministros creen que les permitirán suavizar sus planes de austeridad inmediatamente.
Aun en esta hipótesis edulcorada, el paseo no será del todo triunfal. Para conseguir más dinero de los acreedores, Syriza tendrá que ceder algo a cambio. ¿Ofrecerá los 8.000 millones de euros que ya ‘concedió’ durante la última ronda de negociaciones? ¿O volverán las líneas rojas que ya han traspasado, esto es, las jubilaciones? Difícil responder porque no hay una hoja de ruta clara.
Gracias al triunfo en el plebiscito, Tsipras y su gobierno se blindan durante un tiempo indeterminado. Y su grupo parlamentario, calmados los extremistas por el cumplimiento de una de sus promesas de campaña (el referéndum) estarán más que nunca al servicio del líder político.
El malo (la amenaza de la Unión Europea)
Desde la semana pasada, la Unión Europea ha venido repitiendo el mismo mensaje, con diferentes grados de contundencia: si Grecia votaba por el “no”, tendría que abandonar la moneda única y no recibiría ni un solo euro más de los programas de ayuda. El Gobierno de Angela Merkel es el principal defensor de esta postura. Y el propio presidente del Parlamento Europeo, el también alemán Martin Schulz, lo reiteró ayer mismo. En Berlín parece que han llegado a la conclusión de que la UE funcionaría mejor sin Grecia. Y cuanto antes se vaya Atenas, mejor, para no perder más tiempo y dinero. Y para poder empezar a remendar las costuras con quienes se queden dentro.
Si esto ocurre, Grecia se vería abocada a volver al dracma (o como quiera llamar a su nueva moneda), algo que el Gobierno de Tsipras ha desmentido en repetidas ocasiones. Fuentes de la Administración aseguran que se ha disñeado ya un “plan B” que pasaría por nacionalizar varias empresas rentables para conseguir dinero rápido (telecomunicaciones, puertos…), tomar el control del Banco Central Griego y crear una moneda transitoria (pagarés) con las que se empezaría a satisfacer el 70% de los salarios públicos y las pensiones… hasta acuñar su propio método de pago.
Si se cumple este escenario, a los griegos les esperan meses muy duros: aislados del exterior (ya con la situación actual no pueden pagar con sus tarjetas en empresas extranjeras para comprar, por ejemplo, un billete de avión), con desabastecimiento de productos básicos importados (desde el café hasta la carne, pasando por la gasolina) y con una extensión del “corralito” bancario. Por descontado, los bancos griegos se quedarían sin euros a principios de la semana que viene. Y, en la previsión apocalíptica, tampoco se descartan disturbios callejeros por la creciente polarización de la sociedad.
El feo (el más probable y complejo)
El futuro más inmediato de Grecia, el que empieza esta misma semana, está en la mano del ‘terrorista’ Mario Draghi (parafraseando a Varufakis, que calificó de “terrorismo” el comportamiento de los acreedores con Grecia). El presidente del Banco Central Europeo administra la espita del mecanismo de emergencia (ELA, en inglés) que mantiene a los bancos griegos, y a toda su economía, en respiración asistida. Hasta ahora ha esquivado el reglamento para mantener el grifo abierto, pero deberá hacer verdaderas piruetas para seguir haciéndolo.
Básicamente son tres las opciones de Draghi: si eleva el techo del ELA, los bancos podrían mantener el corralito como hasta ahora (quitar la limitación de retirada de dinero ‘vaciaría’ las entidades) y les daría un margen de tiempo mientras se llega a un entendimiento sin terminar de asfixiar a Grecia. Si, por el contrario, lo mantiene como hasta ahora, los bancos empezarán a quedarse sin dinero y el corralito se irá estrechando. Cabe una tercera opción: que lo corte de raíz. En ese caso, game over. Grecia tendría que ponerse a imprimir su propia moneda.
Una de las claves que influyen en este escenario es cuán seguras se sienten las grandes potencias (Alemania y Francia, principalmente) de que no es posible el contagio y el efecto dominó dentro de la zona euro. Lo único cierto es que un impago de Grecia dejaría un importante agujero en las finanzas de todas las economías europeas.
Dentro de poco, Grecia tendrá que pagar a sus funcionarios y las pensiones, y debe encontrar antes de esa fecha un acuerdo si quiere permanecer en el euro. En sus arcas no quedan ni telarañas. Aunque el vencimiento es el 20 de julio, es entonces cuando vence el plazo para pagar un tramo de su deuda a los países europeos. Si entonces se declara insolvente, Draghi tendrá que desenchufar, lo que nos devolvería al escenario número dos.