Un festival de cine medioambiental, que proyecta a partir de hoy en Buenos Aires catorce documentales internacionales, invita a cuestionarse el modelo de desarrollo actual, basado en el petróleo, y buscar alternativas más sostenibles.
“¿Cómo convertir aceite usado en combustible?”, “¿por qué móviles, impresoras y otros dispositivos electrónicos fallan al poco tiempo?”, “¿dónde acaba la chatarra informática?” o “¿sabías que para producir un kilo de carne son necesarios 15.000 litros de agua?”, son algunas de las preguntas que encuentran respuesta en los títulos seleccionados en la tercera edición del Green Film Festival.
Su fundadora y directora, Alejandra Cordes, explica a Efe que el objetivo es acercar a la capital argentina “películas que de otra forma no se estrenarían para informar, entretener y concienciar”.
Cordes subraya que “en los últimos años la conciencia ambiental de los porteños aumentó mucho, como demuestra el apoyo de más de 60 fundaciones y empresas al festival”, pero admite que sigue siendo aún “muy baja” y pone como ejemplos el escaso reciclaje de recursos o el derroche de agua.
Este bien líquido, esencial para la vida humana, es el protagonista de “La sed del mundo”, del fotógrafo y cineasta francés Yann Arthus-Bertrand, que se exhibirá en el festival.
El director ilustra con imágenes impactantes, como ya hizo en la ovacionada “La Tierra vista desde el cielo”, la batalla diaria de miles de millones de personas para acceder al agua potable, mientras que en el mundo desarrollado basta con abrir el grifo.
Arthus-Bertrand detalla la cantidad de agua necesaria para fabricar bienes básicos de consumo, desde los 40 litros que requiere cultivar una lechuga a los 11.000 litros que se emplean para fabricar unos tejanos.
La cinta de producción española “Comprar, tirar, comprar” recorre la historia de la obsolescencia programada, la programación del fin de la vida útil de un producto, desde que se aplicó por primera vez en una bombilla en 1925 hasta que se generalizó para acelerar la sociedad del consumo en la que vivimos.
Durante el rodaje, la realizadora Cosima Dannoritzer viajó a Ghana para filmar la llegada de barcos desde Europa y EEUU con chatarra informática que descargan en vertederos de este país africano y se puso en contacto también con usuarios que comparten conocimientos “online” para reparar productos programados para fallar.
Toda esta engrasada maquinaria no podría funcionar sin el petróleo, el combustible fósil que marcó la vida del cineasta canadiense Josh Tickell cuando a los nueve años, se mudó con su madre desde “un lugar limpio y pristino en Australia a un ambiente tóxico, Louisiana”, describe.
Desde adolescente, Tickell se dedicó a explorar alternativas al petróleo como combustible y logró recorrer EEUU a bordo de su ‘veggie van’, una camioneta que funcionaba gracias a aceite usado.
Esa aventura le llevó a rodar “Fuel”, ganador al mejor documental en Sundance, y también a conocer a la que se convertiría en su esposa y productora, Rebecca Harrell.
La pareja, que aterrizó el martes en Buenos Aires, presentará también en las salas Cinemark de Palermo otras dos películas, “The Big Fix” y “Freedom”.
La primera es una investigación sobre “los métodos altamente contaminantes que la petrolera británica BP usó para invisibilizar el vertido de crudo” en el Golfo de México “a lo David Copperfield, distorsionando la realidad”, dice Tickell.
“Freedom” apuesta por los agrocombustibles como mejor sustituto para la gasolina, pese a las críticas de los activistas medioambientales a esta alternativa, que implica plantar cereales para alimentar vehículos, en vez de personas.
“Queremos usar como combustible los deshechos, ése es el futuro, porque amontonar basura es muy caro”, afirma entusiasmado Tickell.
La tecnología existe, pero no está madura para usarse a gran escala, como sí ocurre con granos como la caña de azúcar, la soja y el maíz, por lo que Harrell propone “empezar por ahí para no tener que pasar otros 25 años dependiendo del petróleo”.
Ninguna de las 14 películas exhibidas es argentina y la directora lo justifica “porque casi no hay producción nacional y ninguna de las que vimos estaba al nivel de calidad de las seleccionadas”.
Para fomentar el interés de los cineastas argentinos, el festival convoca por segunda vez un concurso de cortometrajes, y la cinta ganadora se proyectará hoy en la inauguración.