La inclusión social en las instituciones educativas implica una nueva labor pedagógica, que supone tener en cuenta las semejanzas y las diferencias de los alumnos, garantizando que todos los niños y niñas puedan desarrollarse y formarse en igualdad de condiciones y oportunidades en función de sus intereses y aptitudes. De esta manera, se normalizan, tanto como sea posible, las condiciones de vida y la escolaridad de los alumnos con necesidades especiales.
“Indudablemente, todos aprendemos de todos. El hecho de que los niños con autismo estén expuestos a niños que no tienen ninguna dificultad cognitiva, enriquece el proceso. Ellos copian modelamientos, y esa convivencia los engrandece a los dos”, afirma Nasly Caraballo, directora del Jardín Infantil y Centro Terapéutico Integral Talentos.
Ponerse de acuerdo con los papás para que el proceso se viva de igual manera en la casa, también es una pieza clave del proceso. La crianza empieza a ser un factor determinante de las conductas de los niños.
“Existe una gran dificultad de cambiar el concepto del adulto. Cuando hablamos de que hay niños con discapacidad y que sus hijos van a estar con ellos, eso cambia las condiciones, y no los matriculan. Ni siquiera por costo, es por el hecho de que se encuentren niños especiales. Hay un temor alrededor de la discapacidad terrible, que eso se le va a pegar a sus hijos, que los niños van a repetir o a copiar ciertos comportamientos, en fin, alrededor de la discapacidad hay muchos tabús, el proceso de inclusión debería aplicarse en la sociedad en general”, concluyó Caraballo.
A la hora de acceder a la educación primaria y secundaria, es difícil encontrar el lugar adecuado para los menores con autismo. La ley exige que todos los colegios deben recibir a estos niños, pero no todos los docentes y padres de familia están preparados para ello.
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