“Un primo de la Tierra, más grande y más viejo”, dijo la NASA al presentarnos a un planeta que el satélite espacial Kepler encontró allá lejos, en otra orilla de la Vía Láctea. Con base en la información que reciben del satélite, los científicos desde la tierra analizan y calculan, y esta semana aseguraron que Kepler 452b es el planeta más parecido a la tierra entre los miles que hasta el momento el ser humano ha detectado.
Con su nombre que parece salido de las páginas de El Principito, al Kepler 452b lo llaman primo porque, según parece, compartimos el mismo “ADN planetario”, si se me permite la expresión. Es apenas 1,5 veces más grande que nuestra pequeña esfera terrícola, tarda 20 días más que nosotros en darle la vuelta a su estrella, que se encuentra a la misma distancia que nosotros del sol, tiene superficie rocosa, volcanes activos y una alta posibilidad de que contenga hidrógeno, es decir, que tenga atmósfera. En conclusión, hay condiciones para que se haya creado vida en la forma que la conocemos y, sobre todo, los seres humanos podríamos sobrevivir en él. Esa parece ser la urgencia, buscar donde refugiarnos algún día, cuando hayamos logrado destruir este maravilloso refugio en el universo que nos fue dado habitar.
Kepler – el satélite buscón, es una cajita apenas más grande que un cuarto de baño, que desde 2009 tuvo la misión de detectar órbitas planetarias que auguraran vida; dándole vueltas al sol, observó qué pasaba en otros soles, en otros sistemas, y lo reportó a la tierra. En 6 años de exploración, el satélite ha detectado 4 mil planetas en condiciones habitables, 12 de ellos similares a la tierra, pero entre todos, Kepler 452b es el más parecido. Por eso es el primo y, si lo es tanto, algún día le pondrán un nombre que nos resulte más familiar.
Si el objetivo ha sido encontrar en el universo condiciones para la vida tal y como la conocemos, según parece nos acercamos a la meta. Pero detectar no es alcanzar. Somos absolutamente limitados para movernos por fuera de la tierra, nos cuesta un enorme trabajo intentar ver lo desconocido, y las posibilidades de tocar otros mundos son ínfimas.
Toparse con Kepler 452b y hacerlo noticia mundial, sirve para recordarnos a los humanos que, más allá de nuestros escasos cinco sentidos y nuestras limitadas tres dimensiones, existen posibilidades que nos confrontan con uno de nuestros más atávicos temores, el de no ser los únicos en el universo. Y para encontrar un albergue en caso de que en este planeta se acaben las condiciones de vida, por efecto de la tarea de destrucción en la que todos parecemos poner nuestro mejor empeño.
Pero no hay condiciones para guardar ninguna expectativa de mudarnos hacia la esquina Kepler 452b, así que calmémonos. Ni a nosotros, ni a nuestros hijos ni a tres generaciones más les será concedido el horror de tener que buscar el destierro en tierras ignotas allende el planeta. Aun no. Ante una urgencia planetaria como una bomba atómica o una catástrofe de alcance global, Kepler 452b queda, transportándonos a la velocidad mayor alcanzada por un ser humano (40.000 km/hr en el Apolo 10), a 38 millones de años de distancia. Desde este planeta de agua, con las capacidades humanas hasta el momento desarrolladas, somos una migajita de materia, chiquita, arrogante y estúpida, capaz de creerse la única viva, la única inteligente, el ombligo del universo.
Pobres humanos, tan grandes en la mente y tan cortos en los alcances. Aquí es donde la ciencia ficción hace lo suyo, abriéndole la puerta a nuestros sueños: el Enterprise de Viaje a las Estrellas, con el señor Spock y toda su tripulación, viaja a 9,9 Warp (3,27 mil millones de km/h); en esa nave llegaríamos a Kepler 452b en 462 años, más o menos el tiempo que ha corrido desde que los conquistadores españoles fundaran varias de nuestras ciudades. Ni así lo lograríamos.
Mejor dicho, en colombiano, paila. Seguimos sin refugio extraterrestre. El balneario de 29 grados centígrados promedio que está en la constelación Cygnus, queda fuera de nuestro alcance. Todavía no podemos superar la velocidad del sonido, recordemos la estrepitosa caída del Concorde, mucho menos nos podemos acercar a la velocidad de la luz. No somos capaces de garantizar la vida de los terrícolas, a los que matamos por hambre, por insalubridad y por bombardeos, pero buscamos donde refugiarnos cuando este planeta azul deje de palpitar por nuestra causa.
Ay! los humanos, tan chiquitos, tan nada poderosos, tan soñadores y tan peligrosos. Si algún tipo de vida nos ausculta, desde Kepler o desde cualquier lugar del universo, muy rápido se va a dar cuenta que es mejor evitar la molestia de aterrizar por estos lados, tan bellos y tan mal poblados.