En la larga serie de aspiraciones de integración regional que caracteriza la historia reciente de Latinoamérica la Alianza del Pacífico constituye un indudable caso de éxito. Frente a las muchas iniciativas frustradas y los experimentos fallidos, la Alianza -formada por México, Colombia, Perú y Chile- se ha consolidado en muy pocos años como un modelo que ha sabido traducir las buenas ideas en realidades tangibles.
Esto ha sido posible gracias al enfoque pragmático del proceso de integración. La Alianza no ha instituido grandes estructuras políticas o burocráticas -recordemos que América Latina es la región del mundo con más parlamentos supranacionales- sino que ha impulsado una agenda centrada en la consecución de objetivos concretos. Se trataba de ir de menos a más, por la vía de los hechos –learning by doing- sobre la base de unos valores compartidos: el libre comercio, la seguridad jurídica, la colaboración público-privada y el principio de sociedad abierta. Esa combinación de ideas y pragmatismo ya ha permitido, por ejemplo, la eliminación del 92% de los aranceles entre los países miembros, un hito fundamental en el camino hacia la libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas.
El hecho de que la Alianza haya sobrevivido a los cambios de gobierno en los países miembros constituye otro síntoma de la consistencia del proyecto. Más allá de las diferencias partidistas, existe un consenso político sobre los valores que lo inspiran y sobre las grandes ventajas que puede aportar en términos de crecimiento y dinamismo. No es casual que los cuatro países de la Alianza ocupen los primeros puestos del ránking sobre facilidad para hacer negocios en la región o que entre todos concentren casi la mitad del flujo total de inversión extranjera directa en América Latina. La Alianza se ha convertido en un polo de atracción regional y, por ello, tampoco es casual que recientemente los líderes de los dos grandes países del Mercosur -Brasil y la Argentina- hayan manifestado su voluntad acercarse progresivamente a la Alianza.
El interés que suscita no ha sido solo regional, sino mundial, pues cuenta con un total de cuarenta y nueve estados observadores repartidos por los cinco continentes. De hecho, la cuestión de su posible ampliación es el reto fundamental que la Alianza del Pacífico tendrá que enfrentar en los próximos años. En este sentido, se debe tener en cuenta que la ampliación implica siempre el riesgo de hacer inviable el proyecto si se integra a aspirantes que no tienen unas condiciones socio-económicas equiparables. Hay que asegurarse de que los países puedan converger y, en todo caso, conviene mantener la prudencia y consolidar los resultados obtenidos antes de malograrlos con ambiciones desproporcionadas.
Otro reto que merece señalarse es el de la llegada a la opinión pública. La integración no es un fin en sí mismo sino un medio para sumar fuerzas y lograr mejoras en la vida de las personas. Explicar y difundir las ventajas que la Alianza está aportando -en términos de movilidad, de relaciones comerciales, etc.- contribuirá no solo a seguir consolidando un proceso positivo, sino a cimentar la conciencia latinoamericana en el nuevo escenario internacional.
Un escenario en el que el valor de la Alianza se cifra precisamente en ese carácter de apertura al mundo frente al proteccionismo. Todo ese conjunto de valores -intercambio, cooperación, tolerancia- que están en la raíz de la cultura iberoamericana hacen de la Alianza del Pacífico el ejemplo de buenas prácticas que concentra nuestro optimismo en el futuro de los países miembros que debe irradiar a toda América Latina.
José Ruiz Vicioso
Director de estudios de la Fundación Iberoamericana Empresarial