Pocos saben en verdad lo que es estar (metido) en una campaña política y las dinámicas que se desprenden de Ella: las amistades que surgen, el aprendizaje, las salas de crisis, las fiestas, las frustraciones, los romances. Pero lo que definitivamente marca a un amante de la política son las cosas que se sacrifican a la hora de comprometerse con Ella.
Desde hace unos años he gozado de la compañía de una mujer que me ha amado y yo la he amado a ella. Como muchos de ustedes, he vivido momentos inolvidables al lado de ella, he reído, he llorado; pero nunca pensé que una pasión fuera a surgir en este momento de mi vida.
Todo comenzó con una llamada, procedente de esos números que al verlos en la pantalla del celular producen una sensación de llamado por la patria, algo así como la “batiseñal”. En efecto, era un llamado para entrar en La Campaña.
Ya sabía las repercusiones de esta noticia, no era la primera vez que la veía. Sin embargo, la experiencia (poca pero valiosa) me trataba de convencer de que todo iba a estar bajo control.
Lo primeros días, distribuía mi tiempo a la perfección, estrechando manos en la mañana y otras cosas en las noches. Pero cada día la agenda se apretaba más, gente nueva llegaba a la campaña, los números se acrecentaban, así como las responsabilidades; así como revivía mi pasión por ella.
Simplemente, hacerla crecer me producía un sentimiento de gratificación. Por supuesto, así como había buenos momentos, había otros de crisis, donde mi cabeza podía llegar a rodar. Acusaciones falsas, intereses de por medio y choques personales hacían que muchas veces quisiera renunciar a ella. De hecho llegue a irme, a dejarlo todo para recuperar mi vida. Pero me hacían falta sus colores, sus ideas, defenderla… quererla.
Cuando me di cuenta, mi pasión por ella era apenas controlable, quería estar en ella día y noche, en la oficina, en las calles, en el campo, donde fuera. Así, inevitablemente pasó lo que tenía que pasar.
Era cuestión de tiempo que mi mujer dijera: “Hoy tampoco vas a llegar temprano, ¿verdad?” – “Ayer no te acordaste del cumpleaños de mi mamá” – “No esperes que esté despierta cuando llegues” – “Ya no tienes tiempo para mí”. La culpa empezó a inundar mi alma, pero mi determinación no me permitió volver a abandonar esa loca pasión y así continué con este romance. Pero, ¿Vale la pena? ¿Ese deseo y esa loca pasión en verdad me son correspondidos?
A decir verdad, hay momentos en los que siento que hago mucho y no recibo nada a cambio, salvo unas cuantas sonrisas y palmadas en la espalda. Sin embargo, siento sus ojos en mí y sus palabras consoladoras me llenan de promesas de salir adelante y la ilusión de un mejor futuro.
Ya la relación que tenía con aquella mujer ha muerto, pero aún la tengo a Ella, espero que no termine todo ese apoteósico día D. Hoy, me encuentro ahogado de incertidumbres, ya que no se si tras haber perdido a mi mujer, las promesas e ilusiones que Ella me dejó se queden en eso. Así, como dice el viejo y conocido dicho: me quedaría sin el pan y sin el queso.