Esta COP puede ser el inicio de unos cambios desde abajo que obliguen a modificar la forma en la que vivimos y nos relacionamos con el planeta y ha mostrado que hay un colectivo de ciudadanos presionando y concienciados. A lo mejor, porcentualmente, no son una mayoría, pero es un grupo cada vez mayor. Y lo mejor, más joven. Creo que para lo que ha servido esta COP es para que este grupo de nuevos ciudadanos concienciados se empoderen.
Volver a ver que, un año más, apenas se hace nada para salvar el planeta va a ser un acicate para que la ciudadanía demande, y si demanda y muestra disposición al cambio, entonces puede que ese nuevo modelo de producción necesario para frenar el desastre se tenga que imponer por la propia demanda de un nuevo modelo de consumo puesto en marcha y soportado por los propios consumidores que sean los que vayan a reclamar el cambio con su propia acción.
EMISIONES: A día de hoy, por ejemplo en temas como la reducción de emisiones, no todos los países sienten que puedan adoptar los mismos compromisos, en parte porque sus clientes, los países desarrollados, siguen pidiendo productos a bajo coste, por lo que ese posible mercado de derechos de emisión acabaría siendo desequilibrado, hasta el punto de que se pudieran dar casos en los que todo lo que un país fuera capaz de ahorrar podría comprarlo otro país para seguir emitiendo, lo que no tendría efecto ninguno en el entorno a fin de cuentas. La COP 25 tendría que avanzar en el tema de las emisiones, endureciendo los límites máximos y estableciendo límites de compra de derechos para que el mercado no se pervierta. Pero también habría que plantear ese mercado como un paso intermedio hacia un establecimiento sin condiciones de las reducciones de emisiones. Para ello, los países que disponen de un mayor avance en el modelo de producción sostenible deberían comprometerse económicamente a apoyar la transformación de los países que aún dependen fuertemente de los combustibles fósiles y de las emisiones de carbono. Y creo también que todos los países firmantes deberían comprometerse en la educación de su población para que comprendan la situación del planeta y entiendan que papel tienen para evitar el desastre climático y a qué van a tener que renunciar, en especial, en los países más desarrollados.
RESIDUOS: También debería establecer medidas muy duras en la gestión de residuos de los países. Creo que es un punto en el que países desarrollados y en desarrollo podrían actuar de forma parecida y que podría encontrar cierto consenso.
DESFORESTACIÓN: Por supuesto, debería acordarse algún sistema de protección de la masa forestal y de la biodiversidad. En este sentido, deberían establecerse medidas enfocadas a la racionalización de la industria agroalimentaria (deforestación, agotamiento de terrenos, sobre producción…) y a la recuperación de variedades agrícolas que se dejaron de producir por poca rentabilidad y que han supuesto un empobrecimiento de la biodiversidad. Y, fundamental, una política de compromiso global y transnacional de protección de los océanos, tanto a efectos de residuos como a efectos de sobre explotación pesquera.
Sobre los compromisos de los países latinoamericanos:
Colombia ha dado un buen ejemplo de por dónde tienen que ir las medidas en Latinoamérica. El continente posee una riqueza forestal y de biodiversidad que el mundo no puede permitirse perder. Por un lado, los países deben entender que sin esa riqueza no va a haber crecimiento económico, que crecer a costa de ella, que es lo que está sucediendo a día de hoy, por ejemplo en el Amazonas, es tremendamente cortoplacista y sobre todo, arriesgado. Es fundamental que todos los países se comprometan a proteger su riqueza natural. Pero al mismo tiempo también es clave que el resto de países que se nutren de ella (es decir, aquellos países a los que se exporta lo que se esquilma) dejen de generar la demanda que conduce a la sobre explotación.
Bolsonaro le dijo hace unos días a Macron que el Amazonas no forma parte del Patrimonio de la Humanidad, y ese es un error enorme. El Amazonas, es patrimonio de todos, y por tanto, todos somos responsables de su sobreexplotación y por tanto de su cuidado y protección, no solo Brasil o Venezuela. Obviamente, los países de los que forma parte tienen una especial responsabilidad por la parte que les toca, pero todos tenemos responsabilidad por seguir exigiendo aquellos materiales que allí se producen.
Argentina, por ejemplo, la ganadería intensiva supone un problema medioambiental, pero el primer paso es racionalizar el consumo de carne, y no solo en la Argentina, sino en todo el mundo. Pero es difícil convencer a un país, en el modelo de crecimiento actual, que reduzca la producción de uno de los pilares de su economía. Y encontrar solución para eso es un problema que no afecta solo a Argentina, sino que requiere de compromisos globales.
Los países latinoamericanos tienen un tesoro, pero tenemos que protegerlo entre todos, empezando por ellos y siguiendo por el resto del planeta. Todos deberíamos comprometernos a la protección de la masa forestal, todos deberíamos comprometernos a la reducción de residuos y todos deberíamos comprometernos en la búsqueda de un nuevo modelo de consumo y productivo menos demandante de los recursos naturales que, a fin de cuentas, es hacia donde deberíamos ir todos los países. Y añado, no solo los países como «concepto», sino los países como conjunto de ciudadanos individuales. Nosotros debemos ser los primeros que aceptemos renunciar a una serie de comodidades y aceptemos modificar algunos de nuestros hábitos para reducir la demanda y la sobreexplotación del planeta.
Sobre la UE y la responsabilidad de los países desarrollados en la dificultad de tomar acuerdos: “Si miramos al problema de fondo, no es tanto un problema de incentivos como un problema de cambio de modelo productivo” señala Boronat.
Los países desarrollados, que han sido los grandes culpables de la situación medioambiental actual, deberían hacer un sobreesfuerzo económico para ayudar a los países en desarrollo a crecer desde un modelo sostenible, en lugar de que lo hagan desde el modelo clásico. Eso implicaría no solo un esfuerzo económico de los países desarrollados sino un compromiso, por ejemplo, a aceptar productos a mayor precio y no esperar mano de obra y productos a precio de saldo. Es decir, no podemos esperar seguir comprando baratísimo a China y a la vez exigiéndoles altos estándares medioambientales y producción sostenible, que, a día de hoy, supone un coste mayor. Los países occidentales, deberían no solo apoyar económicamente la transformación sino entender que con esta transformación deben modificarse también las expectativas y los modelos de consumo.
Por ejemplo, en los países de la Europa Occidental, donde hay más concienciación (o más presión social), sí tomarán medidas orientadas, no solo a la reducción de emisiones como tal, sino medidas de transformación de cómo se produce y cómo se llevan al mercado los productos. Es lo que se ha llamado el Green Deal. Pero no va a ser fácil porque los países del Este de Europa, principalmente Polonia, aspiran a un modelo productivo clásico que implica altas emisiones y para cambiar y realizar otra transformación requieren de un gran esfuerzo económico por ello, exigen inversión al resto de países de la Unión. Habrá que ver cómo se implanta el Green Deal y cruzar los dedos para que no se quede en un documento de buenas intenciones, sino que Europa sirva de laboratorio para que acuerdos similares puedan desarrollarse en otras zonas, contribuyendo a una mejor gestión de las emisiones, los recursos y a una mayor implicación institucional.