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La desconfianza reina en electores de EE. UU.


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Las campañas reflejan dos países que por ahora parecen irreconciliables y, sin embargo, se enfrentan a los mismos desafíos, entre ellos, la creciente brecha generacional, la redefinición de lo que significa ser estadounidense y la recomposición étnica y cultural de la población.

A estos desafíos se suma el debilitamiento de las clases medias, el deterioro del sentido de lo colectivo, la bancarrota del american dream, así como la reformulación del lugar de la potencia en un mundo globalizado y multipolar.

Así lo advierte la profesora Daina Marcela Rojas, del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de Universidad Nacional de Colombia (U.N.), al referirse a la actual contienda electoral en Estados Unidos.

Para llegar a esta apreciación, la académica recuerda que las convenciones partidistas durante julio fueron el escenario de dos visiones y dos propuestas antagónicas de país. Mientras la convención republicana presentó una visión catastrófica de la nación y proclamó la “restauración de la ley y el orden” por obra y voluntad de un único elegido, la campaña demócrata concentró sus esfuerzos en recordar que el país se construyó bajo el lema de “E pluribus unum” (de muchos, uno) e insistió que una mujer puede liderar y canalizar las demandas y expectativas de una sociedad cada vez más posmoderna, heterogénea, compleja y global.

Entre tanto, en la convención republicana predominaron los “enojados hombres blancos mayores”, en la demócrata, los jóvenes, hispanos, afroamericanos, homosexuales, musulmanes y, por supuesto, las mujeres se hicieron sentir.

¿Se trata entonces de una confrontación entre una perspectiva nostálgica del pasado, crítica del presente, reticente al cambio y desconfiada del provenir, de un lado, y del otro, de una visión satisfecha, entusiasta ante al cambio y optimista frente al futuro?, se pregunta la analista.

Nada es tan sencillo y menos en la política, sostiene la docente del IEPRI. Los republicanos y demócratas aún no cuentan con una plataforma precisa, única y consensuada. Si bien es cierto que en el campo republicano los sectores conservadores son ahora predominantes y han dejado de lado a aquellos moderados y tradicionalmente más cercados al centro del espectro político, el conservadurismo reinante no es tan fácilmente identificable.

Movimientos radicales como el Tea Party propugnan por una reducción del tamaño del gobierno y por impuestos más bajos; sin embargo, no asume posiciones contundentes sobre asuntos sociales como el matrimonio homosexual, el aborto o la investigación con células madre.

Por otra parte, grupos provenientes de la derecha religiosa consideran que, al contrario, estos temas deben ser parte esencial de la agenda republicana. Asimismo, la defensa del libre comercio, que había sido una de las reivindicaciones tradicionales del partido, es abiertamente rechazada por el candidato oficial Donald Trump y presentada, junto con la migración ilegal, como causante del desempleo.

En el campo demócrata las divergencias también están a la orden del día; los jóvenes disidentes que apoyaron a Bernie Sanders en las primarias están todo menos conformes con el statu quo. Para ellos, las promesas de cambio del entonces candidato Barack Obama, ocho años atrás, están aún por cumplirse; tampoco es claro cómo Hillary Clinton podrá hacer ahora aquello que no se llevó a cabo durante la administración demócrata saliente, debido en buena medida a la oposición sin tregua de los congresistas republicanos.

El movimiento Ocupy Wall Street, además de denunciar la creciente desigualdad económica y social, critica la excesiva influencia de las corporaciones y el sector financiero sobre la política. Más allá de las consabidas promesas electorales, sus demandas por mayor igualdad y justicia difícilmente podrán ser satisfechas por una candidata identificada con el establishment que cuenta con abierto respaldo de los sectores más ricos.

Aunque la convención en Filadelfia terminó con una mayor unidad entre las filas demócratas, comparada con la republicana, parte de ese consenso está sustentado más en el temor y el rechazo a Trump, que en un proyecto político sólido y viable, capaz de convencer a un electorado escéptico.


Sin embargo, la profesora Rojas resalta que, a nivel del discurso, las convenciones mostraron diferencias significativas; la retórica del odio, la confrontación, el miedo, el insulto y la arrogancia predominaron en el campo republicano, y no solo por cuenta del candidato.

Por otra parte y aunque sin estar exento de críticas el contendor, el discurso demócrata fue más proactivo, optimista y propositivo. Eso muestra que la “corrección política” no es simplemente un asunto de buenos modales, sino también de valores.

Durante la convención, numerosos seguidores de Trump manifestaron estar en desacuerdo con sus afirmaciones xenófobas o sus declaraciones agresivas. No obstante, lo excusaban y sostenían que solo era parte de la estrategia para ganar la campaña, y una vez fuera presidente haría las cosas bien. ¡Vana ilusión! la historia ha demostrado que los fines no pueden ser disociados de los medios y la democracia no puede ser defendida apelando a valores antidemocráticos.

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