Uno no sabe ya sí el gobierno del presidente Santos dimensiona los líos en los que está metido. Paro agrario, disturbios en las carreteras, alzamientos en las universidades, cacerolazos en las ciudades, complejísimas leyes en trámite legislativo, análisis constitucional del marco para la paz, golpes al Ejército, campaña electoral en efervescencia, un proceso de conversaciones en La Habana en estado de cuidados intensivos. Un menú nada despreciable para medir la estatura de jefe de Estado al que le llegó la hora de tomar alguna bebida energizante que le permita estar alerta con los cinco sentidos las 24 horas del día para atender todos los frentes, de forma personal.
¿A qué hora se le despelotó el país y se le enredó el caminado al gobierno? El panorama macroeconómico muestra un país en crecimiento, con inversionistas que llegan a dejar capital y a generar empleo, esa es la versión internacional que ha reconocido a Santos en separatas del Financial Times y en la foto de portada de Time Magazin. Dos ejemplos de esa realidad paralela se dieron esta semana. Por un lado la apertura de nuevas plantas de Femsa, ( Coca Cola) y por otro, el aterrizaje del gigante gringo del café, Starbuks. Dos noticias que le habrían servido a Santos para mostrar la cara optimista del momento nacional. Pero no hay tiempo para sonreír.
El país tiene cara de descontento, cara de campesino hastiado de servir solo como símbolo folclórico para videos institucionales que muestran sonrisas ingenuas en rostros “cacheticolorados”. Su cansancio de sembrar sin cosechar nada más que pérdidas se ha convertido en furia y de un extremo a otro de la geografía, la valentía de los unos va contagiando a los otros. El paro nacional si existe y quedará marcado en la memoria de esta administración.
Así técnicamente no esté regado en los 32 departamentos del país, los hechos son tan apabullantes que no dejan espacio para desconocer su impacto. A la hora que escribo esta columna, tarde de martes, la carrera séptima de Bogotá colapsa por un rio de jóvenes con pancartas y arengas que le reclaman acción al gobierno y que son acompañados por aplausos en los andenes de quienes no marchan pero tienen el corazón conectado al sentimiento de solidaridad con el campo.
El Agro, ese sector al que los gobiernos han vestido siempre de indigente, tiene nada menos, que la tarea de dar de comer a todos en todas las clases sociales. Alimentos producidos por colombianos que han vivido generación tras generación resignados por nacimiento a pertenecer a la categoría de campesinos que está condenada a ganar poco y vivir mal. Y encima, a poner los combatientes de todos los bandos en la guerra.
Ese diagnóstico que queda ya sobre la mesa ahora que se ha dado la revuelta, requiere de interpretación. En medio de la turbulenta coyuntura es difícil arriesgar hipótesis sobre las consecuencias futuras de este paro nacional, pero sí se puede pensar que el renacimiento de la voz rural y el reconocimiento de los conflictos agrarios acercan a las dos colombias, esas que conviven en nuestra geografía y que desde hace décadas, o quizá siglos, han estado de espaldas la una de la otra.
Este paso de reconocimiento mutuo, de ciudadanos iguales y de derechos reclamados y otorgados, es un paso sintomático de avance hacia una sociedad más civilizada, moderna, incluyente, solidaria.
Quizá es el mejor proceso de paz que pueda transitar Colombia sea este proceso de unificación del país rural y el país urbano, y el replanteamiento que de allí surja una nueva relación con el con el poder, que llegue como mandato al escenario de La Habana, en el que las partes le cumplan al país con hacer lo que les corresponde.
*Columna tomada del diario El País de Cali