Formadora de lectores y escritores, convencida que la lectura y la escritura es fundamental para fortalecer, transmitir y luchar por las raíces y la cultura de los pueblos, la escritora de libros infantiles y juveniles Irene Vasco habló con Confidencial Colombia sobre sus fantasmas, los miedos de niños y grandes y cómo la literatura ayuda a reparar, reconstruir y sanar.
Desde el municipio de Uribia, (norte del departamento de La Guajira), la fundadora y directora de la Librería Espantapájaros en Bogotá -cerrada en 1998-, impartió entre más de 70 niños de la región un entretenido taller sobre el arte rupestre teniendo como punto de referencia la cultura indígena.
Con relatos de las creencias populares de la población y de cuentos creados por la escritora, se dio inicia al taller que entre risas y juegos, permitió que volara la imaginación de cada uno de los niños indígenas, que sueños y anhelos volaran al universo.
Confidencial Colombia: Cómo despierta en las personas el deseo de leer y cómo los incentiva para que aprendan a través de la lectura?
I.V.: Yo creo que la narración, el relato siempre ha sido lo que vincula a los seres humanos. Desde que somos humanos se ha explicado el mundo y se ha congregado la gente alrededor del relato. Hasta hace pocos años era el relato transmitido a través de la oralidad, ahora utilizamos libros pero es exactamente lo mismo.
Yo en mis talleres no doy un clase, voy a compartir relatos. Pero no son mis relatos. Yo llevo mis libros, sin embargo quiero escuchar la voz del otro. Crear una comunicación entre personas, no entre una persona que viene de afuera y sabe de su cultura. Por el contrario, pienso que las personas en su lugar saben mucho más que yo y es una de las cosas que intento fortalecer.
Ya creada esa comunicación entre pares, sean niños o adultos, cada uno participa a su medida. Finalmente es con la experiencia personal desde donde se aprende. No es desde el otro sino desde uno.
C.C.: Para usted en algún momento de su vida los maestros mataron la pasión que tenia por la lectura y se reveló al no leer lo que le pedían. ¿A qué cree se debe esto y cuál sería la forma de incentivar la lectura desde la institución?
I.V.: Te devuelvo la pregunta: si tu novio te invita al cine y dice: ¡están dando la mejor película del mundo! y la miran con pasión, lloran, se ríen y cuando salen hay un cuestionario que tienen que llenar: personaje principal, secundarios, temporalidad, etc. ¿Qué pasa con la experiencia de la película?… queda muerta.
La escuela se ha empeñado en que la literatura sea un objeto de laboratorio que hay que volver eso, preguntas y respuestas correctas. Una obra de arte no puede tener una sola respuesta correcta, las interpretaciones son múltiples y los niños lo que hacen es tratar de adivinar cuál es la respuesta correcta que el profesor espera. Ahí se acaba todo deseo de seguir leyendo. La literatura es una obra de arte y uno tiene que aproximarse como tal, con la emoción, con el placer, con todos los sentidos.
C.C: Como creadora de literatura infantil, ¿Cómo entablar un dialogo con los niños sobre la violencia, la paz y del proceso que está viviendo el país de dar fin al conflicto?, ¿Cómo llevar esos temas a la literatura infantil?
I.V.: Mi último libro publicado que se encuentra dentro de la colección Territorios de paz que está repartiendo el Ministerio de Educación junto con otros treinta títulos, se llama “Mambrú volvió a la guerra” -para niños como de diez a doce años en adelante-. Se trata de un niño que vive en la zona urbana y es desplazado a la finca de su abuela. Sus padres trabajan en una ONG que cuida de los intereses de los campesinos que están en restitución de tierras.
A los de esa ONG empiezan a perseguirlos y a matarlos como sucede en la vida real. Este niño se tiene que ir a la finca de su abuela, sin internet, sin celular, ni equipos. Su compañía es un perro, el perro de la abuela, Mambrú, y no te cuento el resto de la historia porque es muy triste, muy dramático, pero es ficción basada en las historias que he oído en mi recorrido a lo largo del país.
A través de la ficción uno puede comenzar a hablar de la realidad. Es necesario hablar con los niños de la realidad. Los niños contemporáneos crecen con muchas más herramientas críticas. Antes los niños no eran tenidos en cuenta, se les vetaban temas porque se decía “son de grandes”. Ahora los niños oyen las noticias, oyen hablar a los adultos todo el tiempo de política, que a todos nos toca.
Pero si no les explicamos, los fantasmas, los miedos, la desinformación los atrapa y se quedan en el videojuego. A veces no nos queda tan fácil, los adultos tenemos mucho miedo y por ello los niños se quedan con fantasmas. Hay que hablarles, hay que contarles y creo que la literatura nos ayuda.
Hay un episodio del libro especialmente dramático y los niños lloran más fácil por la ficción y no por la realidad. A los niños les da muy duro, sin embargo pienso que con lecturas como esta se pueden hacer duelos colectivos o individuales. Los niños que lo leen quedan marcados.
C.C.: Ha tenido la oportunidad de hablar con algún niño que haya leído su libro?
I.V.: Sí, con muchos, en las escuelas y además me hacen preguntas. En un momento dado el protagonista esta siendo perseguido por los paramilitares y tiene que esconderse en un refugio con su perro. Ahí hay una escopeta, y es tal el terror. Él pasa tres días allí en condiciones terribles, solo, en un hueco, se hace en los pantalones.
Esta muy mal y están aproximándose los paramilitares. El perro ladra y el niño dice ¡Callate Mambrú, Callate o te mato! . Hasta que sin ni siquiera darse cuenta, el niño le dispara a su perro. Es muy fuerte y los niños se preguntan ¿Pero por qué se tenía que morir el perro, porque no se murió el niño?
Es la mascota, el amor generalmente de los niños, su compañero, el que no lo juzga . Esos diálogos ayudan a reparar, a reconstruir. La palabra alivia.
C.C.: Qué fue lo último que leyó?
I.V.: Ahora en vacaciones por fin pude leer novelas sin sentirme culpable, eso solo puedo hacerlo en vacaciones porque la lectura se ha tornado en robarle tiempo al trabajo. Ese placer de devorarme una novela sin que nadie me moleste y sin que yo me sienta culpable es solo en vacaciones.
En estas vacacione me leí un libro de Javier Marías, el escritor español, su última novela, Así empieza lo malo, que es una cita de Shakespeare: “Así empieza lo malo y lo peor queda atrás” Es una novela dramática de una pareja y un conflicto. El majea toda las parte creativa. Es un maestro donde desde el principio uno quiere descubrir esa relación tan traumática pero eso es solo una disculpa para meterse en un territorio que yo remito a nuestra realidad contemporánea colombiana.
C.C.: Dice que cuando escribe libera sus fantasmas
I.V.: Yo he recorrido el país durante 20, 30 años y he estado en zonas hay mucha violencia entregando libro a bibliotecas y haciendo talleres con las personas de la comunidad. Allí, he tenido que vivir situaciones duras. Leo un libro o un fragmento o algo y es como un exorcismo colectivo.
La gente en los talleres comienza a contar y narrar muy explícitamente sobre las masacres, la guerra. Hay sitios donde no solamente el taller desata eso sino que está presente el tema todo el tiempo. Como en el Urabá, las comunidades de paz, cada pintura, en las piedras , en el patio, todo es recordando a los muertos y a la masacre. Y la gente necesita hablarlo.
Un taller es un espacio de seguridad colectiva y ahí se desatan muchas historias. Yo me voy cargada, esos son fantasmas y yo llego con mucha frecuencia enferma de esos lugares. Se me brota todo el cuerpo, me da diarrea, tengo pesadillas y todo porque uno no puede pasar inmune al dolor. Sin embargo la escritura me salva.