La muerte del macho de acción

Se abre el telón y aparecen Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger yBruce Willis. Hinchados de esteroides, con la camiseta hecha jirones y armados hasta los dientes. Oh, yeah. Se cierra el telón. ¿Cuánta gente vio la película? Cuatro gatos.

El cine macho de acción, género icónico de los ochenta repescado por la nostalgia, ha sido el gran derrotado de la taquilla estadounidense en la primera mitad de 2013. Una bala en la cabeza, el regreso old school de Sylvester Stallone, recaudó 13 millones de dólares pese a costar 45 millones. Tortazo fino. El último desafío, vuelta de Schwarzenegger al campo de batalla cinematográfico tras gobernar California (2003/2011), tampoco cuajó: dejó en taquilla 37 millones de dólares, ocho menos de lo que costó. La quinta parte de La jungla de cristal valió 92 millones de dólares y recaudó 67, el capítulo menos lucrativo de esta franquicia inaugurada en 1988.

Por no hablar de la escasa relevancia de un género que en su momento álgido llegó a inspirar las políticas internacionales del mismísimo presidente de los Estados Unidos de América. Flashback: “Tras ver Rambo anoche, ya sé lo que haré la próxima vez”. Históricas palabras de Ronald Reagan en 1985 tras anunciar el rescate de 39 rehenes en Beirut. Traducción de “ya sé lo que haré la próxima vez”: cargarme a los secuestradores. Así de campechano era Ronald.

Pese a su apariencia de películas de entretenimiento puro y duro, pocos géneros cinematográficos pueden presumir de haber sintonizado mejor con su tiempo político. Las cintas de acción testosterónica reflejaron como nadie las mutaciones culturales de la era Reagan.

Según un estudio de la Universidad de Ohio, el 87% de las cintas bélicas y de acción rodadas durante el segundo mandato de Reagan (1984/1987) contaban con villano comunista. Durante la presidencia del demócrata Jimmy Carter (1977/1980) el porcentaje había sido el 0%.

Revival de la guerra fría, revisionismo histórico de la derrota en Vietnam y desconfianza hacia todo lo que oliera a años sesenta. Pautas culturales del reaganismo pero también de las cintas icónicas de Chuck Norris, Charles Bronson, Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger.

Pero los ochenta dieron paso a los noventa, y el género comenzó a tambalearse entre el público. Las dos películas triunfadoras del verano de 1990 fueron Pretty Woman y Ghost, con Richard Gere llevando rosas a Julia Roberts y con Patrick Swayze y Demi Moore amasando barro sensualmente. Malísimos tiempos pues para el macho de acción.

Aunque Schwarzenegger aguantó el tipo durante el cambio de década conDesafío total (1990), Gobernator sería el encargado de acabar de hundir comercialmente al género del esteroide al intentar refrescarlo con humor para recuperar al público perdido.

En el verano de 1991, el actor se interesó por un guion en el que se parodiaban las cintas de acción de los ochenta. El libreto de lo que luego se llamaría El último gran héroe era una deconstrucción del género escrita por dos chavales tras ver Rambo, Arma Letal, Comando y La jungla de cristal. “Queremos que la película tenga un superhéroe lo más exagerado posible, tan grande y ridículo como fuera posible”, anhelaban los guionistas.

Schwarzenegger vio la oportunidad de salir del callejón sin salida en el que se habían metido el género (la gente se había cansado ya de las mismas tramas y buscaba nuevas emociones) por la vía de la demolición cómica. Ya puestos, quería reinventarse como actor: pidió que su rol tuviera más desarrollo emocional y dramático y fuera menos sanguinario. Gobernatorexplicó su cambio de piel en una sentencia antológica: “Para el Arnold de los ochenta estaba bien asesinar a 275 personas en pantalla, pero para el Arnold de los noventa no”.

El problema es que el proyecto tenía demasiadas capas: parodia de acción, tiros por un tubo y amistad entre el héroe y un infante fanático del cine de acción. No estaba claro de qué demonios iba aquel filme producido y protagonizado por Gobernator. El porrazo en taquilla fue descomunal. “Se supone que era una película dentro de una película, pero resultó ser una película sin película”, resumió implacable el crítico del Chicago Tribune.

La decadencia llegó, como suele ser habitual en cualquier género chamuscado, al recurrir a meta ejercicios de autoconsciencia irónica. Signo inequívoco de que se había perdido la confianza en el molde original.

Adiós a los viejos buenos tiempos. Tocaba rebajar los estatus de las estrellas yretirarse progresivamente a los cuarteles de invierno a la espera de que la nostalgia los volviera a poner en órbita. La ironía histórica es que Schwarzenegger decidió retirarse del cine para clonar el camino político (Gobernador de California) seguido unas décadas antes por el actor (Ronald Reagan) que impulsaría el género de los machos de acción desde la presidencia de EEUU.

El interminable revival ochentero vino al rescate. El proceso de recuperación de Sylvester Stallone se inició con el homenaje de la Mostra de Venecia en 2009. El actor recogió el guante y procedió personalmente a homenajear al género, a sus iconos y a sí mismo en Los mercenarios (2010), donde se juntaron a repartir guantazos Stallone, Willis, Lundgren y Statham. La cosa funcionó bien y hubo una segunda parte en 2012 en la que se sumaron al festival de mamporros Van Damme, Schwarzenegger y un Chuck Norris rescatado de las profundidades de la Teletienda.


Los mercenarios 2 pasó también por taquilla con buena nota y transformada en franquicia lucrativa. Pero en cuanto los guerreros han intentado hacer la guerra por su cuenta, las recaudaciones se han desplomado.

El mal arranque del año intentará remontarse con nuevos proyectos colectivos como Los mercenarios 3 o Escape Plan. Pero los años no pasan en balde. Puede que la nostalgia mantenga con vida al macho de acción una temporadita, pero como puro entretenimiento irónico, lejos de la relevancia cultural que tuvo durante el ambiguo contexto social ochentero.

Tomado de El Confidencial