Se tatúan esvásticas, se afeitan la cabeza y en muchos casos empuñan pistolas, pero para supremacistas blancos como el que abrió fuego en un templo sij de EEUU el domingo, una guitarra, un micrófono y una oculta red de difusión son la principal vía de expresión.
Wade Michael Page era un exmilitar que una mañana decidió presentarse en un templo sij de Oak Creek (Wisconsin) para matar a seis personas y herir a otras tres antes de suicidarse.
Pero antes del domingo, Page era un músico, un letrista y guitarrista motivado por una subcultura dirigida a la rabia.
“Hay todo un submundo de grupos racistas que la población desconoce. La música es su método de reclutamiento más importante, mucho más que cualquier otro factor”, dijo a Los Ángeles Times el experto Mark Potok del Southern Poverty Law Center, un grupo que supervisa el extremismo y que vigilaba a Page desde hace años.
En EEUU hay entre cien y 150 grupos que hacen apología de la supremacía blanca, según la Liga de Antidifamación (ADL), que vigila la evolución de esa ideología.
Son bandas que pueden nacer en garajes, como cualquier otra, pero su evolución implica anuncios escondidos en foros de Internet, descargas en redes poco transitadas e invitaciones a conciertos que muchas veces se envían por mensajes de texto, según ADL.
“Primero te piden que contactes a alguien, y si no les haces sospechar nada, te dirán que viajes a una gasolinera, por ejemplo. Allí te encuentras con tres hombres altos e intimidantes. Si ellos te dan luz verde, tendrás la dirección del concierto”, dijo al mismo diario Aaron Flanagan, del Centro para una Nueva Comunidad.
Muchos de los conciertos se reservan “bajo premisas completamente falsas”, como una fiesta de cumpleaños o una recepción de boda, y las salas pueden “no darse cuenta de lo que están acogiendo hasta que aparece la gente”, explicó Flanagan.
Page siguió ese subrepticio esquema con grupos como “End Apathy” o “Definite Hate”, con los que sacó discos que promocionaba a través de foros de Internet que, a su vez, se convirtieron en plataformas en las que incitaba a otros a luchar para “asegurar la existencia y el futuro de los niños blancos”, como escribió en uno de los foros.
La que fuera su discográfica, Label 56, retiró el lunes todo el material relacionado con el autor del tiroteo de su web y pidió, en un comunicado, que “no se tome lo que hizo Page como honorable o respetable, y no se piense que todos somos así”.
No obstante, las acciones del exmilitar no han echado atrás a defensores del género como Byron Calvert, un productor de varios grupos del estilo que niega que su “forma de arte” sea responsable del tiroteo de Wisconsin.
“Los negros siempre rapean sobre matar a gente blanca, y nadie se queja de eso”, dijo al Washington Post Calvert, quien asegura que su música apela a “gente que está cansada de que les obliguen a tragar el multiculturalismo, cansada de que les fuercen a sentirse culpables por la esclavitud del pasado”.
Quizá huyendo de Europa, donde el discurso neonazi está en general prohibido, la música que exalta la raza blanca encontró un nicho en el Estados Unidos de finales de los 1970 y sus leyes de libre expresión, y comenzó a desplegar la apología con mensajes explícitos, pero también con otros más sutiles.
Sus seguidores pueden imaginarse como hombres con cabezas rapadas y enormes tatuajes, pero según Calvert, entre ellos están también “el capitán del equipo de fútbol local, las animadoras, chicos normales del extrarradio”.
Hacer que esos chicos escuchen su discurso es más fácil si viene “empaquetado para apuntar a los sentimientos”, si les permite “acceder a su angustia” a través de unas guitarras desenfrenadas y letras combativas, para Flanagan.
“Lo más peligroso de todo es la música”, coincide el ex supremacista blanco Christian Piccolini, que dejó el movimiento para fundar la ONG Life After Hate. “No es la organización, es el mensaje de la música. La música en general puede crear un impulso emocional, y los ‘skinheads’ entendieron eso muy bien”, dijo al diario Christian Science Monitor.
Acompañados o no de acordes, los extremistas de extrema derecha como Page han matado a al menos quince personas en EEUU desde 2002, una cifra no muy inferior a los 17 asesinados por militantes afiliados a Al Qaeda, según la Fundación para la Nueva América.